Un partido entre los sueños y el régimen

Por: Karla M. Cordero Rivera (Karla.cordero1@upr.edu)

Nos encontrábamos en Ciudad de México, éramos un grupo grande y terminabamos de cenar en un restaurancito cerca de la zona rosa. Eran alrededor de las 10:00 y la noche estaba despejada.  Tan pronto pagué mi cuenta, decidí salir a tomar el aire mientras el resto del grupo pagaba sus cuentas.  Me esperaba un buen rato a las afueras del local debido a que eran muchas cuentas en nuestra mesa.

Frente al lugar se apreciaba una jardinera y estaba cubierta por un tipo de verja pequeña , de esas que utilizan para evitar que dañen las flores. Justo allí me senté, sobre el barandal del jardín.  A mi lado izquierdo había un niño de aproximadamente 8 o 9 años jugando al fútbol con dos señores de cuarenta y tantos años.  Siempre he sido muy parlanchina, así que me fui moviendo de lugar discretamente hasta llegar donde ellos.

Les hice algunos comentarios de la noche, el clima y lo bonito que era México, con tal de buscarles conversación. Para mi sorpresa, me acogieron rápido en su conversación y comenzaron a hablarme de fútbol.  En cada segundo de conversación que pasaba, yo solo pedía que la persona que entregaba las cuentas en el restaurante se tardara para que aquella conversación nunca acabara.

Les cuento que el niño pequeño tenía diez años, era amante de ese deporte, pero no podía practicarlo ya que trabajaba y estudiaba a pesar de su corta edad. Al salir de la escuela ayudaba a su mamá a vender dulces típicos por la zona del restaurante, cuando llegaba a su casa debía cumplir con sus deberes como estudiante e hijo, y ya para la hora en que terminaba sus tareas, las prácticas de fútbol habían finalizado.

Los dos señores que jugaban con él eran deambulantes y todas las noches a las 10:00 se reunían con el niño frente a aquel restaurante a enseñarle a jugar.  Resulta que uno de los señores fue entrenador de un equipo muy reconocido en México y hoy día tras caer en los malos hábitos, estaba en la calle. Antes de irme, mis compañeros le dieron comida y muy agradecido, con lágrimas en sus ojos me dijo “Pídele a la virgencita de Guadalupe o al ser supremo en quien creas, que me permita volver a dirigir un equipo y recuperar mi vida de antes”.

Con un nudo en la garganta me despedí y seguí mi rumbo, pues ya tenía que marcharme.  No paraba de pensar todo el camino en lo gratificante que fue conocer a estos seres.  Mi vida en aquel momento cambió de perspectiva.  Qué fortuna presenciar momentos así, donde las personas son genuinas y te conectan emocionalmente.

Increíble pensar que, como me escuché decir, “en muchos lugares del mundo podrá haber pobreza, y falta de elementos básicos para sobrevivir, pero siempre habrá un balón de fútbol”.  Finalmente, comprendí el rol que juega el fútbol para tantos países, fuera de Puerto Rico.

He visto a personas llorar por el fútbol, reír y pelearse. He contemplado a países unirse por él en celebraciones como la FIFA, pero también he conocido a quienes descargan su coraje en algún campo cercano a su casa, solo ellos y el balón.  Así de importante se ha convertido  el fútbol para el ser humano y al parecer para los políticos también.

No es hasta que Hitler convoca un partido y lo lleva hasta derramar sangre, que el fútbol comenzó a ser parte de los asuntos políticos del pueblo.

En el 1942 en la Ucrania invadida por los Nazis, se realizó un partido entre un equipo local y un combinado alemán.  “Si ganan mueren” advirtieron a los ucranianos. El partido finalizó y 11 hombres fueron fusilados con las camisetas de su equipo puestas. El 18 de agosto de este mismo año sacaron de sus casas a un equipo de fútbol bajo la acusación de que eran comunistas.  Cuatro de ellos fueron fusilados y el resto, repartido en campos de concentración.  Fue este el momento en el que la política y el fútbol estrecharon sus lazos y hasta el sol de hoy juegan un “partido de muerte”.

El reportero Ryszard Kapuscinski dijo que “la frontera entre el fútbol y la política es tan tenue que resulta casi imperceptible”. Sus palabras cobran mayor valor considerando que fue un periodista que vivió la guerra del fútbol.

Me cuestiono y no logro entender cómo algo puede causar tanta unión y a su vez tanta indiferencia.  ¿Existe algo tal cual? Digo, porque naturalmente uno se mantiene de un lado de las cosas o del otro, pero no en los dos y al parecer el fútbol juega para ambos bandos. De la misma manera en que puede hacer feliz a un niño de 10 años con dos señores frente a un local, puede desatar una guerra como la de junio del 1969.

Debería existir algún tipo de ley como “separación de iglesia y estado” pero con el fútbol y la política.

No sé qué pasó con estos tres ángeles que me crucé, pero espero que cada noche se sigan frecuentando y recreando aquel pedacito de calle en un estadio enorme de fútbol, donde se enfrentan dos grandes jugadores y un veterano árbitro que los dirige. Ojalá algún maestro de este deporte tenga la experiencia que tuve con ellos y les brinde una oportunidad.  Quizá el día de mañana este pequeño de fiebre futbolística deje de ser de los 2 millones 475 mil niños que trabajan en México desde chicos, y ayude a su mamá haciendo lo que ama, arte con los pies.

Espero algún día un político de los tantos que combina este deporte con su oficio, experimente un momento como el que viví en México y esta guerra ordinaria entre el fútbol y la política, termine de una vez.

Author: Karla Cordero

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