Un rayito de luz en medio de las tinieblas

“Mi cicatriz representa todos los miedos que tuve en ese momento y la bendición de que todo salió bien al final.»


Silvia Ruíz

Eran las 9:00am en una sala de operaciones fría, muy fría, alumbrada y limpia, pero donde reinaba un ambiente de tensión. Nervios, miedo, preocupación y un sinnúmero de emociones me inundaban en ese momento. Doctores que ubicaban bisturíes y preparaban todo para la intervención me rodeaban. Simultáneamente, varios enfermeros me leían documentos para que firmara. De repente, me acercan un relevo de responsabilidad en el que decía que el hospital no se hacía responsable si algo salía mal durante la operación.  De repente el miedo absoluto se apoderó de mí, ya que no sólo me aguardaba una operación, sino dos: una cesárea y la extracción de una masa en mi ovario izquierdo.

– “Hola, yo seré tu anestesiólogo y vamos a proceder a ponerte la anestesia”, me dijo un doctor alto, de ojos claros y voz gruesa.

– “¿Cuándo puede pasar la persona autorizada, que es el papá de la bebé?”, le pregunté con angustia. Necesitaba sentir un poco de seguridad con la presencia de alguien de confianza entre tantos desconocidos.

Su respuesta fue que él sólo era el anestesiólogo y que eso lo decidía el doctor que me operaría. Procedió a colocarme la anestesia espinal, la cual fue menos dolorosa de lo que pensaba. Apenas la sentí, comenzó a hacer efecto casi de inmediato. Sentía como si tuviera 1,000 hormigas recorriéndome de la cintura hacia los pies. La frialdad de aquella sala me congelaba hasta el tuétano y no me refiero sólo a la temperatura, sino sobre todo de la falta de tacto. Todos hablaban sobre el procedimiento que me realizarían y de mi bebé por nacer como si yo no estuviera consciente. Como unos 10 minutos más tardo inició la operación. Volví a preguntar por Pablo sin obtener respuesta alguna.

Pasó más de una hora de la cirugía y aún con el oxígeno colocado, sentía que tenía sobre mi pecho el peso de un elefante que no me permitía respirar. Se lo expresé a una enfermera que estaba cerca. Me contestó que era normal por efecto de la anestesia y, a partir de ese momento, fue ella quien se encargaría de darme el apoyo emocional que necesitaba durante la operación. Aproximadamente 15 minutos después sentí un movimiento brusco de lado a lado.

-“¡Y se hizo la luz!”, exclamó el ginecólogo al retirar a mi bebé forzosamente de lo que fue su hogar durante nueve meses.

Enseguida escuché un llanto tan claro como la luz de aquella sala, ese llanto que me decía que había llegado al mundo una parte de mí y que desde ese instante, mi vida daría un cambio del cielo a la tierra. En ese momento entró Pablo por la puerta de la sala de operaciones, siendo el primero de los dos en verla. Minutos después me la enseñaron y vi por primera vez su carita hinchada, su cuerpo pequeño pero bien formadito y mucho pelo negro en su cabeza. En ese instante me inundó un mar de sentimientos, resumiéndose en lágrimas. Prosigue el equipo médico a llevarse a Stella para continuar con la siguiente operación: la extracción de la masa.

Segundo día en el hospital. Eran alrededor de las 11:00am y me encontraba en pleno proceso de lactancia con Stella. Me sentía adolorida ya que durante la operación tuvieron que reconstruirme el ovario izquierdo por el tamaño tan grande de la masa retirada.

A pesar del dolor y del ambiente pesado, toda mi concentración se enfocaba en mi hija. Cuando Stella nació le colocaron una pulsera en su mano para poder identificarla en el hospital, pero por el movimiento, la pulsera se le salió. Yo la coloqué en la cartera de mi madre para asegurarla y luego notificárselo a las enfermeras. Mami bajó al lobby a comprar unos snacks y mientras yo lactaba a Stella en el cuarto, entró una enfermera para hacer el chequeo rutinario de las pulseras. En ese instante, le comenté lo que había sucedido con la pulsera, pero que estaba segura con mi madre que se encontraba afuera. Noté su cara de disgusto. Le dije que si me daba un segundo la llamaba y ella podía venir al cuarto y traer la pulsera y aclarar el asunto.

-“Perdona chica, pero si no tiene la pulsera puesta, no hay pruebas de que esa bebé es tuya. Me la tengo que llevar al nursery ahora mismo. Cuando aparezca la pulsera vas y la buscas”, me dijo la enfermera.

No podía creer que una enfermera, sobre todo siendo mujer me estuviera diciendo eso. ¿Cómo te atreves a arrancarle el corazón a una madre recién parida así porque sí? La tensión en el cuarto aumentaba, porque cabe mencionar que esa salubrista ya había venido varias veces a realizar el chequeo, al igual que otras enfermeras. Tuve que parar la lactancia bruscamente y con dolor cuando la enfermera me arrebató a mi hija de mis brazos. Inmediatamente, llamé a mi madre y en menos de cinco minutos llegó con Pablo para ayudarme a caminar hasta el nursery a buscar a Stella. Caminé porque no había silla de ruedas disponible. Lo que me impulsaba a dar cada paso era el coraje que le ganaba a mi dolor y a mis lágrimas. Lo más importante, sin embargo, fue que logré tener a Stella de vuelta conmigo.

Esa misma noche, Stella sólo quería dormir en mis brazos mientras lactaba y no solita en su cuna. Precisamente, una de las reglas del hospital era que los bebés no pueden dormir en la cama de las madres, por lo que era imposible que durmiera junto a ella. Eran las 4:00am y aún sin poder conciliar el sueño, llamé a una enfermera. En el hospital tampoco apoyaban la lactancia, sino que buscaban la mínima oportunidad para ofrecerme la opción de darle fórmula.

-«Eso es que la bebé no se está llenando con leche materna, hay que darle fórmula», me dijo la enfermera.

 Frustrada, tuve que ceder a que le dieran fórmula para que pudiéramos descansar. Yo quería darle pecho el mayor tiempo posible, por lo que sentí que en apenas unas horas que tenía de vida mi hija, ya le estaba fallando. Luego de esto, Stella durmió alrededor de cuatro horas corridas y desde ahí, logré intercalar la fórmula con leche materna.

Llegó la mañana del 13 de septiembre. Nos encontrábamos recogiendo todo para poder irnos al fin del hospital y dar por terminada esa pesadilla que parecía que nunca acabaría. Como a eso de las 12:00pm, llegó al cuarto la enfermera que me llevó a Stella al nursery por no tener la pulsera, pues le tocaba a ella llevarme hasta la salida. En ese momento, yo lactaba a mi hija por lo que le pedí que me diera unos minutos hasta terminar de alimentarla. Me respondió que no se podía. Tuve que ir en silla de ruedas lactando incómodamente hasta las puertas del hospital donde dejan y recogen pacientes. Allí, mi madre estaba junto con mi padre colocando nuestras pertenencias dentro de la guagua. Mientras tanto, yo sentada aún lactando en la silla, esperaba a que la enfermera me ayudara a ponerme de pie, cosa que nunca sucedió.

Nos montamos en la guagua, pero ya que estaba detenida en un lugar donde no puedes quedarte mucho tiempo, tuvimos que irnos. Todo esto mientras seguía lactando. En la salida del hospital nos detuvimos para que pudiera terminar de alimentar a Stella y colocarla en su asiento. Estoy segura de que la enfermera vio cómo tuvimos que irnos del hospital mientras aún yo tenía a mi hija en brazos. Esto le importó poco…

(…)

Actualmente Stella tiene un año y siete meses. Es una niña inteligente, traviesa, amorosa y feliz. Ser madre primeriza asusta, pero experimentarlo a tan corta edad y más aún siendo inesperado, aterra. A pesar de que mi experiencia al dar a luz no fue la mejor, tuve la bendición de tener una hija completamente sana. La vida me regaló una compañera de vida para alegrar mis días y aunque en algún momento llegué a pensar que no tendría ningun futuro, la realidad es que no me quitó mi futuro, sino que me dio uno nuevo.

Stella actualmente con un año y siete meses.

Gracias cicatriz querida,

por formar parte de mí.

 Porque tú custodias bien,

el dolor que padecí.

Un dolor que hoy yo transformo

en sabiduría para mí.


Mónica Manso

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