ruido

Por: Mayling Rivera Pérez (mayling.rivera@upr.edu)

Se acerca la temporada de elecciones en Puerto Rico y como consecuencia, se aproxima una ola de campañas políticas. La gran mayoría de ellas no comparten colores o banderas, sino una característica muy poco relacionada con la política: el ruido. Como si este fuera un factor decisivo en nuestra elección, también se emplean un sinnúmero de estrategias para persuadir a los ciudadanos a que voten por X ó Y candidato. Nos intentan inyectar su ideología al extremo, tanto así que hacen todo lo posible para nublar nuestros sentidos para lograr su misión. Quieren alzar más la voz, sin embargo lo que consiguen es ruido. Un ruido que altera la paz de todos.

Dicen que el silencio lo vuelve a uno loco. Lo que vuelve a uno loco es el ruido, dijo una vez, Manuel Mejía Vallejo

 En Puerto Rico estamos acostumbrados a escuchar las famosas caravanas de los políticos acompañados de los ‘tumba cocos’. Esa muchedumbre ridículamente alborotosa, presidida por el auto de algún político aspirante, recorre los municipios con seguidores invitando a que se unan, que voten y conozcan al líder. Sin embargo, lo que quiero traer al caso, no es la implicación política de todo esto, sino más bien el hecho de que detrás de estas caravanas existe un sinnúmero de irresponsabilidades comenzando por la primera y, la más importante: la alteración a la paz.

Ayer transitaba una caravana de un partido político por las calles de Arecibo, en la que desfilaban aproximadamente cinco guaguas de altoparlantes enormes y muy cercanos unos de otros. Detrás, yacía una serie de automóviles, que celebrando no sé qué victoria al compás de sus bocinas y con equipos de música a su máximo volumen. Como si faltara más escándalo, unos ‘four tracks’, los cuales, dicho sea del paso, no son permitidos en las carreteras, le hacían la cola.

El escenario que formaba cada uno de estos elementos era realmente nauseabundo. Sin mencionar la cantidad de personas sin cinturones, otros iban sentados en las puertas de los vehículos, muchos hombres semi-desnudos y otros muchos bajo los efectos del alcohol, cargaban sus bebidas en mano. Lo tragicómico del asunto fue la presencia de los policías solo para dar órdenes el tránsito y hacerse los de vista larga.

Solo queda una conclusión y es que el electo apoya toda una fila de imprudencias cuando toma la decisión de hacerse oír mediante una caravana sin sentido y sin dejar de mencionar, ilícito. En lugar de buscar otra manera para que las personas escuchen su propuesta, eligen, como muchos otros, el ruido. Pero recordemos que es un motivo político y lo ilegal está permitido. Olvidémonos de la contaminación ruidosa, los que queden sordos y de todos los animales que sufren de nervios y mejor vámonos de caravana aunque no conozcamos la plataforma política del protagonista.

Mayling Rivera
Author: Mayling RiveraEstudiante de Comunicación (mayling.rivera@upr.edu)

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