Es noviembre del 2024, pero transportémonos a la máquina del tiempo cuando el acceso a las playas es para todos. Llegamos al 2012, tengo ocho años y soy estudiante de la Escuela Elemental Agustín Balseiro, en el barrio Islote de Arecibo y cerrada por el gobierno en 2017. Aunque ya no esté el plantel operante, seguirá siendo mi escuela. Allí grabé muchas memorias que hoy están guardadas en el mejor archivo: el cerebro.
Me siento extraña porque es primer año aquí, en esta escuela, y soy la nena nueva. Sin embargo, hay algo que me hace sentir en casa: el horizonte que observo desde la ventana. Una minúscula parte de ese inmenso océano del litoral norteño que me ha visto crecer. El olor a sal, las palmeras que resoplan, las aves playeras pasean por doquier y las ballenas que dan su espectáculo. Nací y me crié en el barrio Islote. ¿Estaba en un show de Sea World? No, estaba en la escuela y tenía que estudiar.
Caí en cuenta cuando a través de ventana la bandera me saludó, pero esta vez desde el mar. ¡Qué extraño!, pensé. ¿Quién habrá puesto esa bandera allí? La inocencia rondó mi mente: ¿Qué hace allí? ¿Por qué? ¿Cómo se sostenía? ¿Cuál es el propósito? Todo esto me pregunté mientras observaba desde la distancia.
Al bajar la loma cuando salí de la escuela, me percaté que una bambúa sostenía la bandera con impresionante fuerza ante la ventolera. La resistencia de los retazos de aquella tela, definía a un pueblo, un país, a la patria. ¿Durante tantos años se queda ahí? Es que no puede ser, pensé. Durante toda mi niñez y adolescencia vi que la bandera permanecía resistiendo al mar. Hace dos años se movió a la piedra que ubica un poco más abajo en Barceloneta. Los responsables de la iniciativa del levantamiento de la bandera son dos buenos amigos.
Wilberto Olmo y su hermano de la vida Félix Cortés llegaron con banderitas en mano y una alegría rebosante a saludarnos. Nos encontramos en el puente que conduce a la Isla de Roque. Dos caballeros que reflejan sabiduría en sus canas y que con energía dijeron: Buenos días, muchacha… cuidao’, que el mar está bravo. Se referían a la bravata, un fenómeno atmosférico que altera el oleaje de la costa norte de Puerto Rico.
De ahí partió una larga conversación con ambos, Wilberto y Félix: dos cronistas, o dos libros de historia vivientes. Ellos nos explicaron que ahora se ubica la bandera en otro lugar: en la piedra, pues la base se rompió y el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) les prohíbe sustituirla.
El levantamiento de la bandera lleva alrededor de medio siglo de tradición, salvo el 2019, que se descontinuó por la fuerte marejada en el mes de marzo, y en 2021, por la pandemia del COVID-19. «Mientras yo tenga salud y él (Félix) esté vivo, esa bandera estará ahí», expresó con sentimiento, Wilberto.
¿Cuál es el propósito?, pregunté. Es uno sencillo: honrar a los trabajadores el primero de mayo. Justo en esta fecha o el fin de semana siguiente se da esa celebración de pueblo. Comida, alegría y entretenimiento es lo que comparten Los Amigos de la Bandera.
El proceso de colocar la bandera es uno con mucho sentido patrio y con amor. Detalla Wilberto que este evento no tiene ideologías políticas, solo es ese simbolismo de la monoestrellada. Con mucho sentimiento él expresó que, ella (la bandera) se merece un respeto, nos representa a nivel del planeta. Durante la visita a Isla de Roque reflexionaba sobre el potencial histórico que tiene este lugar y el evento del levantamiento.
En el camino que nos dirigía al punto donde se ubica este símbolo patrio, además de destacar la importancia de ello, comentó las críticas que recibe. Nos llaman independentistas, dijo Olmo, quien también siente que el legado debe permanecer y le atribuye el desinterés a la tecnología que invade a la juventud puertorriqueña.
Continuamos por un camino que el mar arropa con su furia y detrás de un puente reclamado por las olas, se halla un área misteriosa para muchos: la Isla de Roque.
La ruta para llegar a la cima es una que reta al aventurero, pero entre escombros de cemento y varillas se esconden muchas incógnitas. Mi abuela me dice que, eso siempre ha estado abandonado ahí. Vi el antiguo hotel Aqua y conocí que aquel lugar también se utilizó para propósitos médicos, científicos y culturales.
Regreso a casa para buscar información sobre esta iniciativa, pero es escasa. En estos casos, solo la tradición oral es capaz de trascender generaciones presentes. Siempre tuve la curiosidad de redescubrir esos rincones escondidos que observé desde la ventana de la escuela en mi niñez. Ir a la Isla de Roque estaba en mis planes, es un lugar que he visto desde que el mundo es mundo, como dice el refrán. Pero el día llegó, al fin visité esta zona que veinte años de vida bastaron para llegar.
Pero, la juventud no está perdiendo el sentido histórico. Los niños de la Escuela Angélica Gómez ubicada al otro lado del Islote pudieron sentir lo que yo viví, cuando en el 2012, el rumbo de la vida me llevó hasta una de las vistas más espectaculares que tiene el barrio Islote. Ojalá ellos también lo puedan apreciar tanto como yo.
*Esta visita fue posible gracias al «Proyecto de Resiliencia Isleña: Herencia cultural y empoderamiento comunitario en Islote, Arecibo», de la Dra. Hildamar Vilá y Natasha Sagardía de la Fundación Luciérnagas.*
Hermoso reportaje pleno de anécdotas interesantes.No conocía esa historia, pero siempre he visto la bandera ahí hace años.Muy interesante .