Por: Christian Michael Serrano Irizarry (christian.serrano8@upr.edu)
Las olas que visitan nuestras costas son testigos de la ignorancia de algunos residentes de Puerto Rico. Los mismos que no recogen la basura a la hora de marcharse, que tiran sus desperdicios desde la ventana del carro y usan los ríos como empresas de recogida de residuos sólidos. Al mismo tiempo nuestras aguas fiscalizan el pobre mantenimiento de construcciones cerca de las costas, lo que luego se convierten en estorbos públicos.
El viernes, 15 de noviembre me despierto a las 6:00 de la mañana, me bañé y desayuné un revoltillo con tostadas, antes de salir a una excursión junto al grupo de Tinta Digital. A las 7:00 me despido de mi hogar en University Gardens, para comenzar mi ruta hacia la Isla de Roque en la Carretera 681. Me acompañó, un poco de música reproducida en la radio de mi carro para despertar mi patriotismo interno.
Mientras escuchaba distintas canciones de René Pérez, mejor conocido como Residente, y manejaba por la Carretera #2, me llegó una pregunta a mi pensamiento: «¿Cómo será el lugar a dónde me dirijo?». Me llegaron múltiples pensamientos: ¿era una isla desierta o un pedazo de tierra con un gran hotel y edificios por doquier? Sin embargo, tan pronto tomé la intersección hacia la #681, me impresionó la maravillosa costa y el hermoso paisaje hacia el horizonte. El clima estaba nublado, pero el azul oscuro del agua me cautivaba. De pronto, mis expectativas comenzaron a aumentar y aceleré para llegar más rápido a mi destino.
A las 7:30 llegué a una calle sin salida, lugar donde me estacioné. Al abrir la puerta de mi carro, me saludó una brisa fresca que sentí que me dio diez años más de vida, por el aire puro que respiré. A primera vista, aún parado estáticamente al costado de mi coche, veo un muelle y las olas del mar que rompían en la costa. El grupo y yo habíamos quedado a las 8:00 para vernos allí, así que decidí caminar hacia una roca para sentarme a ver el baile de las olas que saludaban las orillas de la costa norte de Puerto Rico.
De repente, veo al lado de la roca, una bolsa plástica rota llena de desperdicios y pensé: «¿quién habrá tirado esa basura allí tan cerca del agua?”. Recogí los desechos y los deposité en el zafacón más cercano que quedaba al otro lado de la carretera.
A las 8:10, llegó el grupo y decidimos caminar hacia el muelle, para conversar con los pescadores. A lo lejos, el muelle parece estar en buen estado, pero mientras más te acercas a él, puedes ver su deterioro y la basura: botellas y bolsas plásticas, cigarrillos y latas de cervezas. Logramos pasar con mucho cuidado, para no resbalarnos por el limo de las piedras antes de subirnos al muelle. El muelle de los pescadores está en muy mal estado, oxidado, las varillas se podían ver a simple vista, igual que sus enormes cráteres. Seguido de ver semejante imagen, la Dra. Sarah Platt dijo: “Cuidado, vayan por las esquinas”.
Mientras tomaba unas fotos con mi cámara, le pregunté al pescador Kevin Meléndez sobre la cantidad de veces que frecuenta este muelle, y me dijo: «Vengo varias veces porque logro pescar bastante cuando hay bravata (el oleaje fuerte)».
Luego, de ver las sardinas que había pescado Kevin, caminamos al otro lado del muelle, porque nos esperaba una agradable visita de Wilbert Olmo Cruz y Félix A. Cortés Rivera. Ellos son residentes de Barceloneta y mientras les escuchaba hablar, me sentí como un niño pequeño que escucha a sus padres. Quedé fascinado por su manera de contar parte de la historia de Isla de Roque.
Olmo y Cortés son líderes del grupo Amigos de la Bandera, que por 50 años han cuidado y promovido el levantamiento de la bandera de Puerto Rico, que mide doce pies. Es decir, hoy día, es una tradición que se celebra todos los años en Isla de Roque, sobre todo para honrar a los trabajadores el día primero de mayo. Esta iniciativa nació de un grupo de amigos que quisieron hacer una obra comunitaria por su amor a la patria.
A las 8:35 me detuve a observar el escenario en un viejo puente oxidado, sucio y con grafitis. El agua azul turquesa que me hacía sentir en Suiza. El sentimiento me duró muy poco al ver una llanta de carro en el fondo del agua, botellas y bolsas plásticas que flotaban y un pañal para bebés a escasos pies de la orilla del mar. Le comenté a Félix ¿Por qué se encuentra tan sucio este lugar a pesar de ser muy visitado? A lo que me respondió: «Lamentablemente es cierto lo que dices, la poca vigilancia y lo solitario que es (aquí), son los principales motivos de esta situación».
Esto me hizo reflexionar sobre las 5.56 libras de residuos sólidos que en Puerto Rico se botan diariamente. Incluso, una cifra por encima de los Estados Unidos, que son 4.91 libras.
Eran las 9:15 cuando llegó una guagua escolar repleta de niños de octavo grado de la Escuela Angélica Gómez del barrio Islote, junto a cuatro adultos, que nos acompañaron a la expedición. Al momento, Olmo y Cortés le dieron la bienvenida con un rostro resplandeciente, porque estaban por enseñar a otra generación lo que ellos han hecho por años: la tradición del levantamiento de la bandera.
A las 9:20 comenzamos la caminata por un puente con varillas al aire libre, oxidado y lleno de grafitis, para pasar por uno aún más peligroso. El mismo fue creado por los pescadores: era de paletas de madera, con un pasamanos que solo servía para mantener el balance, porque si te apoyas de él, te daba la sensación de que estaba podrido, a punto de romperse. Es decir, solo puede pasar una persona a la vez, así que todos hicimos una fila india, para esperar el turno de poder tocar suelo de la Isla de Roque.
Al caminar dos minutos, veo una destrucción total de un edificio, sin mentir, parecía como si le hubiera caído una bomba de una guerra. Esa destrucción era el antiguo hotel, Aqua, que más tarde se llamó Salas, que en la década de 1970, cerró sus puertas. El Municipio de Barceloneta decidió derribarlo, pero dejó sus escombros tal cual, como si por arte de magia se fueran a recoger solos. Lo único que se veía en mejor estado de todo lo que fue un hotel, era una piscina: también llena de escombros, basura, limo y con agua estancada por las lluvias. De seguro, una de las 300 mil estructuras abandonadas en Puerto Rico.
Pensé: deberían ser más conscientes las personas que cuentan con licencias de construcción, y ser más empáticos a la hora de planificar sus obras. Por el contrario, en Puerto Rico vamos a seguir con la problemática de los edificios abandonados, que dañan el medio ambiente.
Los estudiantes y todos los adultos presentes nos sentamos en lo que eran plazoletas de los restos del antiguo hotel (Salas) para tener un conversatorio con Olmo Cruz, quien habló de pie, en el medio de todos. Este rato lo dedicamos a enfatizar la importancia de conocer la historia de Puerto Rico y lo mucho que debemos cuidar nuestro país, al igual que nuestras costas.
La excursión se acabó a las 10:45 de la mañana, lleno de gratos momentos, pero con una tristeza por haberme encontrado un paraíso en estado de abandono. Sin duda alguna, Islote es un lugar maravilloso que pide a gritos que lo cuidemos, como si fuera nuestro hogar. Mientras tanto, con un sabor agridulce por el desastre que ví, y el salitre en mis espejuelos por el viento, me fui a almorzar con la siguiente cita en mi mente.
“Si no actuamos ahora, las consecuencias serán devastadoras” dicha por Ban Ki moon, el octavo secretario de las Naciones Unidas.