Por: Erick Velázquez Sosa (erick.velazquez1@upr.edu)
“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas”, Albert Einstein.
Según las cifras recopiladas por la aplicación de Android “Locket”, el usuario promedio verifica su teléfono unas 110 veces al día. Incluso la evidencia demuestra que algunos usuarios desbloquean el teléfono unas 900 veces al día. En Puerto Rico, sin embargo, tras el paso del huracán María, los boricuas nos hemos visto obligados a disminuir radicalmente el consumo de la tecnología.
Vivimos en un tiempo donde las tabletas sustituyen los libros; los videojuegos sustituyen salir a jugar en el patio y los celulares inteligentes reemplazan la conexión interpersonal presencial y la familia. Vemos esto cada vez que una familia en un restaurante se pasa toda la comida con los ojos pegados a la pantalla. Otros dedican horas largas en las redes sociales texteando y pendientes al “like” de Facebook o Instagram, y se olvidan que tenemos gente real en nuestro entorno. Así éramos hasta que María vino a solucionar el problema.
En uno de esos días cuando la gasolina estaba escasa y las filas eran kilométricas, me encontré con una señora que me relataba lo feliz que estaba porque María le había devuelto a su hijo. Parecía ser la única mujer feliz en aquella fila, o por lo menos eso pensé. Acto seguido, traté de reflexionar sobre lo positivo que nos había dejado este huracán y, sin embargo, nada llegaba a mi mente. Estamos sin luz, sin agua, incomunicados, sin empleos, los árboles sin hojas, tendidos eléctricos en el suelo… Era casi imposible pensar en algo positivo en aquel momento. No obstante, si observamos las cosas desde un punto de vista positivo, María nos devolvió parte de nuestra humanidad.
Como dice la canción “Hijos del Cañaveral” de Residente: “Esta raza siempre es brava, aunque llegue el temporal.”
El boricua es duro como la zapata del Morro. Aún con el paso de este desastre, María no nos quitó, sino que nos devolvió unidad y lo hemos reconocido. No hay televisión ni videojuegos, escasea la señal de celular, pero ahora vemos jóvenes corriendo bicicleta y jugando “1, 2, 3 pescao”. Además, se comparte el alimento entre los vecinos con una sonrisa que dice: “lo mío es tuyo”. Las familias están más unidas. Se conversa más y probablemente ya hemos escuchado todas las anécdotas de nuestros padres y abuelos. Nos reímos con los chistes mongos de esos tíos que nos generan una sonrisa de cachete a cachete como el Grinch. Hemos recuperado algo esencial y que nos hace humanos y que por tanto tiempo habíamos perdido. Nos vimos obligados a apagar el switch de la tecnología y hemos vuelto a la verdadera conexión con la gente sin estar detrás de una pantalla.