Por: Angel Canales Arroyo ( angel.canales2@upr.edu )
Un día fuertísimo. Así fue el día que partí de la islita, desde que abrí mis ojos al rayar el alba. Nadie me ayudó a despertar. No necesité de un dispositivo para levantarme de la cama, ni del “tiiiiic tiiiiic” al sonar la alarma cuando madrugo para ir a la uni. En esta ocasión, fueron los nervios los culpables de mi desvelo. Wow, tenía el corazón como caballo de hipódromo al sonar el disparo. Creo que lo único que le faltó fue relinchar. Porque ya sabía, ya sabía que durante los próximos meses estaría lejos de mi novia, de mi familia, de la vida cotidiana en el calorcito del 100 x 35.
Llegué al aeropuerto, hice el chequeo con la aerolínea y pasé por la seguridad. Luego abordé el gran ave de acero que me llevaría a iniciar otro capítulo como estudiante universitario en la Universidad de Cornell como parte del Programa de Ayudas Interuniversitarias que se estableció luego del paso del huracán María entre la Universidad de Puerto Rico – mi alma máter- y esta institución de tanto calibre. Hacía algunas semanas que recibí la gran noticia de que había sido aceptada mi solicitud de traslado entre 50 otros candidatos y mi sistema nervioso descontrolado hacía que las manos me sudaran y temblaran. Añadido al estrés inicial que conlleva una nueva aventura, no sé porque, pero desde niño me aterrorizan los aviones.
Tras un vuelo sorprendentemente maravilloso, con pocos baches, llegué sanito y salvo a mi destino. Brinqué el charco, pues tengo una misión en Ithaca que cumplir. Mi meta es continuar mis estudios en Comunicación y hacer que mi familia que me espera sienta orgullo por mí. A menudo escucho que los puertorriqueños somos una de las culturas que más rápido se aclimata a los cambios. No obstante, esta transición se dio de repente, y sigo consciente de que algo me falta y ahora soy uno más.
Mientras medito, me acompaña una colorida y vislumbraste vista de la ciudad que nunca duerme. Yo creo que llegué a mi conclusión, lo que me falta es justo todo lo que dejé en Puerto Rico. En efecto, me llegan miles de flashbacks. ¡Qué duro es desacostumbrarte de una vida para entrar en otra totalmente diferente! A veces me pregunto, ¿Cuál será la motivación de aquellos y aquellas que no tienen sueños ni metas? ¿Qué es ese algo que los impulsa a levantarse cada mañana? Para mí, siempre ha sido y siempre será luchar por ser alguien en la vida. La aventura acá apenas comienza y estoy seguro de que a pesar de que me duele haber dejado a mi familia y mi país, las oportunidades de la vida se dan una sola vez, como dice el norteamericano: “once in a lifetime”.
Al final del día, llegué con un propósito: la satisfacción de saber que estoy trabajando para mi futuro y la educación que recibiré será vital para mi desempeño como futuro comunicador. Hoy me uno a la diáspora que no se quita por quitarse, sino para aprovechar las oportunidades que se producen en el extranjero y regresar a la isla tras un tiempo, recargado y convertido en un profesional que se unirá a los esfuerzos por reconstruir el país.