“Yo creo en la humildad, yo creo en la gente buena. Siempre he sido así y no cambiaré”, expresó don Justiniano, quien lleva casi ocho décadas preparando piraguas en el pueblo de Arecibo.
por: Milliana G. Cotto Hernández (milliana.cotto@upr.edu)
Mientras raspaba una piragua tras otra, Don Justiniano Torres Jiménez de 90 años, rememora cómo han transcurrido 78 años desde que se hizo piragüero. Aunque sus manos revelan el esfuerzo de las décadas, para él pareciera ser que no ha pasado tanto tiempo. Recuerda como si fuese ayer la primera vez que raspó una piragua. Todos los días, empuja su carrito de piraguas hecho de hierro y madera y confeccionado por sí mismo, hasta la Escuela Elemental Federico Degetau, desde donde vende sus piraguas con sirop natural a los estudiantes.
Hijo de un trabajador de la caña y huérfano de madre, Don Justo como cariñosamente le llaman, no sabe leer ni escribir porque nunca fue a la escuela. Aprendió a contar usando piedras y granitos de café que recogía de la finca de su papá. En Arecibo, su pueblo natal, lo consideran el mejor piragüero de Puerto Rico.
Don Justo aseguró que no le duele nada. No sufre de ninguna condición de las que suelen aquejar a las personas de su edad. Su secreto ha sido comer viandas, harina de maíz y tomar un termo de café diario.
Sus manos son gruesas y ásperas como las de un albañil. Su espalda está encorvada. Siempre viste una gorra con insignias de Puerto Rico. Modela un reloj en su muñeca izquierda y en el bolsillo de su camisa, esconde una cajetilla de cigarrillos. Lo caracteriza su humildad, alegría y mantiene su espíritu joven gracias a sus piraguas.
Ciertamente don Justo es todo corazón. Es el querendón del barrio, una mano amiga, voz de sabiduría y dotado de la sencillez que hoy día no se ve.
¿Su día comienza bien temprano en la mañana?
A las 5:30 de la mañana para ser exacto, porque como dice el dicho: “al que a madruga, Dios lo ayuda”.
Cuando los días son lluviosos y no puede empujar su carrito, ¿qué hace?
Yo no me aburro, si no puedo venir a vender piraguas, trabajo en la finca sembrando.
¿Qué siembra?
De todo lo que te puedas imaginar. Diferentes tipos de verduras y frutas.
Volviendo al trabajo de piragüero, ¿comenzó muy joven?
Sí, a los 15 años. Me fui pa’ allá pa’ San Juan buscando ambiente y como era menor, no encontré trabajo. Un señor que vendía piraguas, me preguntó si me atrevía a vender. Le dije que sí. Allí empecé vendiendo piragüa a 5¢. Me gustó y me quedé. Me enamoré, me casé y lo demás es historia.
¿Se casó con su actual esposa?
Claro y vivo enamora’o de esa mujer.
Cuando vivía en San Juan ¿tuvo sus primeros hijos?
Sí, los primeros tres. Luego nos venimos para Arecibo y tuvimos cuatro más; tengo siete. Casi todos están en Nueva York, solo dos viven aquí.
El color rojo y blanco de su carrito ¿tiene un significado en específico?
Sí, así eran los de San Juan cuando comencé y me trae demasiados recuerdos.
¿En Arecibo lleva más de 75 años trabajando?
Sí, frente a esta Escuela Elemental Federico Degetau llevo exactamente ese tiempo. A los estudiantes los he visto crecer, envejecer y hacer sus familias en su mayoría y se han pueblos, pero continúan visitándome.
A lo largo de su trabajo, ¿ha visto grandes cambios aquí en Arecibo?
He visto la llegada de los diferentes negocios de carros, los cambios de gobierno y por supuesto la construcción de la carretera número 2. Esta afectó en su tiempo mis ventas porque las personas por no toparse con tantos semáforos cogían el Expreso. Pero como está la economía, ahora la gente prefiere la carretera #2 que el Expreso para economizarse un par de pesitos.
Desde que comenzó en el negocio, ¿usted hace su propio sirop?
Sí, antes todo el mundo tenía que hacer su sirop porque no había fábrica. Yo lo hago en la cocina de casa con los mismos frutos que siembro. Si yo no hiciera el sirop, ya se me hubiese caído el negocio, porque ya no hay piragüeros. Los de las fábricas no me gustan porque no los hace como antes, lo que hacen es una ‘meljulgia’ que la gente los prueba y las bota.
El sabor que más vende ¿cuál es?
El de limón y tamarindo. También este [señalando la botella] que tiene como cinco o seis nombres. Lo llaman de crema, mantecado, vainilla, melocotón o de bizcocho, porque en todos los pueblos le dicen un nombre distinto.
Para Don Justo la economía nos ha afectado a todos. El hielo que hace 69 años atrás le costaba 20 centavos, hoy le cuesta $10.70. “Hay que pagar por todo. No le saco (tanto), pero vivo y me he mantenido. No le debo cinco centavos a nadie, no tengo dinero, pero hice mi casa y de este trabajo he sacado todo.”, expresó.
Don Justo si usted nunca fue a la escuela ¿cómo así lleva sus cuentas?
Mira, una vez vino un maestro de matemáticas y me dijo: “yo no sé cómo demonio usted sabe tanto de matemáticas si usted no fue a la escuela”. A cada rato vienen los maestros a preguntar de dónde sé tanto de números si nunca fui a una escuela y yo les digo: “aprendí recogiendo granitos de café del piso”.
Don Justo ¿qué hace mantenerse joven y lúcido?
Yo me mantengo joven porque yo no bebo, no hago nada malo y fumar es lo único que hago desde los 10 años. Si ya el cigarrillo no me ha hecho na’, no me va a hacer nada. Yo de algo tengo que morirme pero si pasa será aquí en las piraguas.
Lo más que ama de su trabajo ¿qué es?
Las personas vienen, me abrazan y me besan, eso es lo más que amo; el cariño de la gente y quedar bien con todo el público es lo más importante.
¿Qué les diría a los jóvenes que están desesperados porque no encuentran trabajo?
Que hagan cualquier cosa, usted inventa cualquier negocito. Si no sabe de una cosa pues se pone y teje pañuelos, teje sabanitas, teje frisas pa’ nenes y las vende. O vende alcapurria o bacalaitos. No puede quedarse pendiente al papá porque el papá no dura toda la vida.