Este dicho, que no muchos conocen, advierte acerca de la superabundancia y puede aplicarse hoy más que nunca con la proliferación de las adicciones al mundo digital.
Las tecnologías han cambiando, desde el VHS al DVD, el CD al Ipod; hoy casi ni se habla de eso. Se habla de internet de alta velocidad y de teléfonos inteligentes que combinan todo tipo de innovaciones de informática en un dispositivo conveniente que cabe en el bolsillo de cualquiera.
En ese aparato también se puede acceder a las redes sociales y ver las series más recientes de Netflix que cada vez son más violentas y grotescas, como el lema de The Borgias englosa: Sex, Power, Murder, Amen.
Las redes sociales que muchos utilizan a diario llegaron inicialmente para conectar a las personas y amistades con plataformas como Facebook que según Pew Research Center, el 72% de estadounidenses utiliza. Hoy son fuentes que alimentan el vicio.
De acuerdo a un artículo publicado en el diario Technology in Society en 2017, 6% de la población mundial sufre de al menos un grado leve de adicción al internet. Eso equivale a 210 millones de personas de los 3.5 mil millones de usuarios de internet de acuerdo a un estimado de 2016. Además, el artículo señala que el 27% del tiempo pasado en internet es para interactuar con las redes sociales.
Según cuenta la revista TIME, el mes pasado Frances Haugen, exempleada de Facebook, quien formaba parte del Grupo de Integridad Civil de esa organización, testificó ante el Senate Subcommittee on Consumer Protection (Subcomité del Senado para la Protección del Consumidor) acerca de estudios internos de Facebook que filtro. En esos archivos encontró unos documentos que revelaban que Instagram provocaba que 32% de chicas adolescentes se sientan mal acerca de sus cuerpos.
También encontró que un cambio al algoritmo del alimentador de noticias de Facebook, para supuestamente aumentar las interacciones sociales significativas en 2018, incentivó las publicaciones divisivas y la desinformación.
El testimonio de Haugen ante el subcomité, reveló que la fijación de Facebook, renombrada a Meta el 28 de octubre de 2021, en mantener su público interactuando con sus plataformas y fuera de las competidoras para aumentar sus ingresos provenientes de anuncios, aumenta el contenido que es polarizante, que desinforma y que provoca que el público se enoje.
Más allá, es en parte responsable por el extremismo político, la dismorfia corporal y desórdenes alimenticios en las adolescentes, menciona el escrito.
De acuerdo al autor Jaron Lanier en su libro Ten arguments for deleting your social media accounts right now, este tipo de suceso se debe a que las redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat y demás tienden a ser nocivas por el modelo de negocio que utiliza que escupe incentivos perversos y corrompe a las personas. El autor denomina ese modelo: BUMMER (Behaviors of Users Modified, and Made into an Empire for Rent).
Nada de lo que plantea el libro es difícil de creer porque todo está a plena luz. Solo basta con navegar por la sección de comentarios de un video de YouTube o una publicación de Instagram y se puede leer el odio que las personas proliferan y las discusiones que se forman entre extraños. También las publicaciones falsas, que hace enfurecer, por su contenido altamente sexual e incluso violento, encontradas en Facebook y demás redes, son muchas veces la orden del día.
Todo se debe al diseño, porque es la manera en que los gigantes de la informática crean un perfil personalizado de todos los que usan las plataformas para venderlo a terceros que están interesados en vender algo o manipular el comportamiento con un fin político, social o algo más nefasto, según Lanier.
El autor hipotetiza que el problema del mundo digital en las redes prioriza la mentalidad de grupo, donde lo importante es la lucha competitiva por el poder jerárquico que hacen que las personas pierdan de vista la realidad. Por ende la diversidad del pensamiento, estrategias o habilidades del individuo desaparecen a favor de lo que impone el grupo. De esta manera se condenan a aquellos que piensan diferente al ostracismo, se crea un antagonismo colectivo hacia otros grupos y se crean enemistades como amistades en segundos, basado en esa identidad de grupo.
Por otra parte, Scott Glassman publicó un artículo titulado “Is it time to look away? Health effects of watching violence in the media” en el periódico The Inquirer, donde revela que estudios de la neurociencia han descubierto que ver contenido violento aumenta los riesgos en exhibir agresión, enojo y convierte a las personas menos empáticas.
Ese tipo de contenido estimula la misma región del cerebro responsable por hacernos sentir placer como cuando se come, se tienen relaciones sexuales y al consumir drogas.
Además, las personas resultan más atraídas por el contenido cargado de emoción para evitar amenazas a su supervivencia. Mientras más impactante o violento es el contenido más se queda pegado a la memoria y difícil de borrar, relata.
La combinación del exceso del uso de redes sociales como el consumo de contenido fuerte en plataformas de transmisión son nocivas para la sociedad y deberían ser utilizadas con cautela.
Lanier recomienda borrar las cuentas de redes sociales por al menos seis meses para poder ganar independencia de pensamiento nuevamente y darle un descanso al cerebro, y no interactuar con una red social que provoque enojo, baje la autoestima o entristezca.
En términos de contenido televisivo, es mejor ver documentales y programas de la naturaleza en vez de series ultraviolentas como la que está circulando por ahí llamada Squid game.
Es bueno el cilantro pero no tanto; el balance es clave.