
Lo que comenzó como una campaña del programa Jugando Pelota Dura en el Canal 11, se convirtió en una pregunta que retumba en la sociedad puertorriqueña: ¿Y los padres dónde están? La intención es clara: visibilizar el maltrato de menores y denunciar la ausencia de adultos responsables. Pero el problema es más complejo que un eslogan televisivo y nunca ha sido la pregunta.
En días recientes vimos un caso que estremeció al país: una joven asesinada a cuchillazos por sus amigas, con la madre de la victimaria participando del crimen y la madre de la víctima siendo sujetada para no defender a su hija. Escenarios como este exponen una fractura social que va más allá de la presencia —o ausencia— de los padres.
Decir que los padres no están es una frase fácil de repetir, pero superficial. ¿Cómo estar presentes cuando la realidad económica exige dos empleos para sostener el hogar? Padres y madres que salen de madrugada y regresan de noche, mientras los niños pasan de 7:30 a 5:30 en la escuela o en cuidos extendidos. ¿Ausentes? No. Agotados por un sistema que exige sobrevivir.
Hablar de paternidad responsable desde la comodidad de un hogar funcional (o medianamente funcional) es fácil, pero en los caseríos y en los barrios marginados, la realidad es otra: hogares fragmentados, padres que nunca aprendieron a ser padres, madres solas que luchan contra la pobreza, familias que sobreviven entre la violencia, la falta de empleo y la desesperanza.
Entonces, ¿de qué “padres” hablamos cuando para miles de niños simplemente no existen? ¿O cuando existen, pero no cuentan con los recursos, las herramientas ni el respaldo para romper el ciclo?
En Puerto Rico no abundan las herramientas que permitan al padre ofrecer una vida digna: falta apoyo estatal, recursos accesibles y un sistema educativo y de salud robusto. Entonces, ¿dónde está el Estado cuando las familias fallan? ¿Dónde están las comunidades y los recursos que antes servían de red de apoyo?
La campaña originaria en formato televisivo pudo haber empezado en otro lugar: en la conciencia de los propios menores, en un mensaje creativo que los interpela directamente sobre la importancia de cuidarse y cuidar a otros. Porque los padres, aunque sepan la realidad de sus hijos, muchas veces carecen de las herramientas para transformarla. Y sin un Estado presente, los esfuerzos individuales quedan en el vacío.
Hace dos décadas, la televisión era el medio principal por el cual los menores recibían mensajes sociales: campañas contra las drogas, anuncios de seguridad, programación infantil con valores. Hoy, el consumo infantil está dominado por internet, un espacio sin filtro donde la niñez se acelera y los niños quieren ser grandes antes de tiempo. No basta con preguntarle a los padres dónde están; también debemos preguntarnos dónde está la escuela, dónde está la comunidad, dónde está el país entero cuando un menor consume contenido sin límite ni guía.
La campaña televisiva asegura que quiere evolucionar en su mensaje, ampliando la pregunta de “¿y los padres dónde están?” hacia “¿dónde están las escuelas, las comunidades, el Estado?”. Su misión principal es proteger a los ciudadanos y hacer cumplir las leyes, además de prevenir el crimen y responder a emergencias. Sin embargo, comenzar por señalar únicamente a los padres parece más una estrategia publicitaria para generar altos índices de rating y evitar entrar en conflicto con otros sectores de poder que un análisis real de la situación. Ese enfoque inicial ignora la complejidad del pueblo puertorriqueño y las condiciones de la familia tradicional boricua, donde muchas veces la ausencia no responde a negligencia, sino a la necesidad de sobrevivir en un país donde dos trabajos apenas alcanzan para cubrir lo básico.
