Opinión: La sentencia de la violencia anónima

En los últimos meses, una nueva aplicación llamada TeaOnHer se ha convertido en la tercera más descargada en septiembre de 2025, según la revista Complex. Suena inofensiva, casi como un juego digital; pero lo que esconde es un tribunal sin jueces ni leyes: un espacio donde cualquiera puede exponer, acusar y señalar de manera anónima a otra persona. Un “juicio inmoral” que no dicta sentencias con pruebas, sino con rumores, chismes y difamaciones que hieren la vida real.

Para entender el alcance de este fenómeno, hay que mirar su origen. La primera versión de esta idea fue Tea, fundada por Sean Cook, motivado por la experiencia dolorosa de su madre en una cita. La intención era que las mujeres pudieran advertirse entre sí sobre posibles “red flags” en los hombres, como un acto de protección colectiva. TeaOnHer, sin embargo, es otra historia. Creada con el supuesto propósito de ofrecer a los hombres un espacio seguro para hablar de mujeres, terminó convirtiéndose en un escenario donde el anonimato fomenta la violencia digital, la difamación y el acoso.

Lo alarmante es cómo esta aplicación ha penetrado en mi generación. Jóvenes que conozco, que tengo en mis redes sociales, aparecen de repente expuestos con supuestas historias que nadie sabe si son ciertas o falsas. La línea entre la realidad y la mentira se diluye, y con ella la reputación, la salud mental y la dignidad de personas inocentes.

No es la primera vez que vivimos algo parecido. En 2017, con la ola del movimiento #MeToo, circuló en internet una lista anónima donde se publicaban nombres de presuntos acosadores y agresores. Aunque pretendía servir de advertencia, pronto se convirtió en un arma de difamación: se señalaban personas sin pruebas y hubo casos de consecuencias fatales, como personas que no soportaron el peso de la exposición y atentaron en contra de su vida.

El problema de TeaOnHer no es solo tecnológico: es ético y social. La aplicación refleja lo que como sociedad estamos dispuestos a tolerar. Detrás del anonimato se esconde una crueldad creciente: la satisfacción morbosa de exponer, humillar y destruir al otro. La falta de límites, valores y sensibilidad nos convierte en cómplices de una violencia silenciosa que no deja moretones en la piel, pero sí cicatrices profundas en la mente.

La violencia del anonimato es una sentencia que no admite apelación y, es una sentencia que, como jóvenes, nos estamos dictando a nosotros mismos. Si de verdad queremos construir una generación más fuerte y unida, no podemos seguir alimentando plataformas que promueven el morbo y la difamación.

La verdadera valentía no es exponer en secreto, sino denunciar de frente por las vías legales cuando existen casos reales de acoso o agresión. El anonimato no puede ser sinónimo de justicia. De lo contrario, corremos el riesgo de arruinarnos entre nosotros mismos, en lugar de apoyarnos.


Author: Amy Valle

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