
Por Génesis K Román Jiménez
Pequeño en tamaño pero grande en tragedias, Puerto Rico enfrenta una realidad alarmante: 301 asesinatos registrados en solo ocho meses de 2025, según la División de Estadísticas de la Criminalidad de la Policía. De ellos, 269 víctimas fueron hombres y 32, mujeres. Detrás de cada estadística hay una vida truncada y una advertencia clara: la maldad se está normalizando.
El caso ocurrido en Naguabo en 2024 lo evidencia con crudeza: un joven de 18 años fue acusado de asesinar y quemar a una pareja de ancianos, mostrándose incluso sonriente durante su detención, sin rastro de remordimiento. La policía describió el acto como de “total menosprecio a la vida de las personas”, expresó el comisionado, Antonio López Figueroa. Este episodio, lejos de ser un hecho aislado, refleja la manifestación extrema de una maldad que muchas veces se gesta en la infancia y se alimenta del abandono emocional y social.

Un ejemplo reciente que sacudió al país fue el caso de Anthonieska Avilés Cabrera, de 17 años. La jueza Paola Morales, del Tribunal de Primera Instancia de Aibonito, determinó que la joven, acusada junto a su madre por el asesinato de Gabriela Nicole Pratts, no es procesable en este momento, siguiendo la recomendación del psiquiatra forense del Estado. El especialista concluyó que la menor presenta deficiencias cognitivas y emocionales que limitan su comprensión de la situación legal. Por ello, fue enviada a un instituto de salud mental para recibir terapias y tratamiento, mientras el juicio contra su madre continúa. Este caso, marcado por la corta edad de la acusada, ejemplifica cómo la fragilidad de la salud mental puede convertirse en un factor que contribuya a la maldad y a la tragedia social.

El psicoanalista Donald Winnicott explicó en 1950, que la violencia extrema puede surgir de la falta de “holding”, es decir, del sostén emocional durante la infancia. La carencia de cuidado, combinada con narcisismo y baja tolerancia a la frustración, predispone a algunos individuos a desarrollar conductas psicopáticas: crueldad, ausencia de empatía, falta de culpa y actos antisociales. En palabras de Meloy, “la psicopatía existe por una insuficiencia de identificaciones profundas con la primera figura parental y, finalmente, con la sociedad”. En otras palabras, los niños que no reciben amor ni protección difícilmente podrán ejercer compasión o respeto por la vida de los demás.
Incluso, la naturaleza humana parece cargar con esta tendencia: nacemos con la posibilidad de ser malos, aunque la intensidad y la forma en que se exprese dependen de nuestra educación, entorno y experiencias tempranas. No se trata de juzgar, sino de reconocer que la maldad está en nosotros como potencialidad, y que sin educación, valores y estructuras de apoyo, puede expresarse con consecuencias devastadoras.
No podemos conformarnos. “La desigualdad social provoca la violencia”. Así lo afirmó el abogado y comunicador, Jay Fonseca, y es precisamente a través de la educación y la conciencia que podemos combatirla. Sin embargo, preocupa que los propios gobiernos trunquen la educación. El Departamento de Educación enfrenta la posible pérdida de más de 500 millones de dólares en fondos federales tras la cancelación del programa ESSER, una ayuda clave otorgada durante la pandemia. ¿Cómo podremos avanzar en la prevención de la maldad si se descuida un pilar fundamental como la educación?
La violencia doméstica y la ausencia de educación emocional son también terreno fértil para la maldad. Cada adulto, cada institución y cada comunidad tiene la responsabilidad de enseñar valores, cultivar empatía y no normalizar la crueldad. La maldad no desaparecerá, pero podemos limitar su alcance sembrando respeto, cuidado y amor en las nuevas generaciones.
Puerto Rico tiene la oportunidad de hacer algo más aparte de lamentar las cifras, podemos y debemos actuar. Educar, acompañar y sostener es la verdadera defensa contra la violencia y la crueldad. Como sociedad, permitir que la maldad se normalice es el verdadero peligro; combatirla es nuestro deber.
