
La historia, religión y cultura detrás de la cúpula dorada, observada desde la autopista José de Diego.
De pequeña, cuando visitaba con mi familia el pueblo de San Juan, algo captaba mi atención desde la autopista José de Diego: una cúpula amarilla que me hacía preguntarme qué lugar sería aquel. Esa curiosidad me llevó a indagar y descubrir que es la mezquita más grande de Puerto Rico, Masjid Al Farooq. La curiosidad que tenía desde pequeña no cesó; simplemente avanzó. ¿Qué es una mezquita? ¿Qué religión profesan? ¿Cómo llegaron a Puerto Rico?
Hasta que un día visité esa gran cúpula amarilla.
Me encontré en el carro de mi compañera de curso mientras seguíamos las indicaciones del GPS para llegar hasta la mezquita. El reloj marcaba las 12:16 de la tarde, cuando observé el letrero que decía Masged Al Farooq (Masjid Al Farooq). Bajé la ventana y el ruido ensordecedor de los demás autos se disipó de inmediato, convirtiéndose en cantos de pájaros. Un camino rodeado de naturaleza nos recibió, atrayendo una paz abrazadora. Al final del camino, ahí estaba: un edificio de dos pisos, de dos tonos azules, con una cúpula amarilla y otra torre más alta con la punta amarilla. Parecía un castillo sacado de un cuento de hadas.
Verifiqué que mi hijab estuviera bien puesto y que mi vestimenta estuviera adecuada y no mostrara nada. Mi compañera y yo nos dispusimos a bajar del auto para caminar hacia la mezquita y buscar al imán, quien es la figura de fe principal de la mezquita, encargado de las oraciones y sermones. Como estábamos perdidas, saludé y le pregunté a un señor dónde se encontraba el imán Mohammed Shabban. No hablaba español con fluidez y, por mi apariencia, me habló en árabe. Muy amablemente, y con pocas palabras que pudimos entender uno del otro, pero con una gran sonrisa nos dirigió al baño de mujeres indicándonos que subiéramos las escaleras del interior y allí las mujeres nos ayudarían.
En el baño había tres asientos redondos de cemento y una pluma de agua al frente de ellos, para hacer el ritual del Wudú (ablución) antes de realizar las oraciones del Salat (cinco oraciones diarias) y el sermón de los viernes, Khutbah, al cual estábamos asistiendo ese día. Debíamos limpiar las impurezas de nuestro cuerpo: rostro, brazos, manos, pies y un poco de agua en la cabeza. Había un cartel que indicaba cómo hacer cada paso.
Al subir las escaleras, llegamos a un cuarto pequeño donde dejabas tus objetos personales, como la cartera, y los zapatos. Tenían ropa y hijabs para las personas que tal vez visiten la mezquita y no conozcan las normas de vestimenta. El hijab no es obligatorio, pero por respeto, decidí ponérmelo. Dejé mis cosas , me quité mis tenis y me dirigí al área de oración de las mujeres. Hombres y mujeres no oran juntos; el imán me explicó que en el islam se ora de tal forma porque, “a la mujer le gusta ser admirada y al hombre le gusta mirar”.

En el área de oración de mujeres habían sillas, sillones y un estante de libros sobre el islam. Una tela roja cubría el espacio por donde se pasaba para el área de oración de los hombres. La pared tiene un espacio donde se puede ver y escuchar la oración que imparte el imán. Todo el suelo estaba cubierto por una alfombra en tonos crema, marrón claro y blanco con diseños; además, tenía ventanas y cuadros.
Más mujeres entraban, algunas con sus hijos, hasta que llegó Johana González, la esposa de Mohammed Shaban. Vestía un traje color negro con diseños y un hijab verde . Nos saludó y se presentó con nosotras, y para nuestra sorpresa, era puertorriqueña. Le indicamos que mi compañera quería ponerse el hijab y le preguntamos si nos podía ayudar y así fue. Mientras ayudaba a mi compañera, nos contó cómo se convirtió al islam y su historia de amor con su esposo. Nos presentó a algunas de las mujeres que estaban presentes y nos llevó con su esposo. Mohammed es jordano, palestino y americano; vestía una túnica árabe de color marrón, un gorro (taqiyah) del mismo color, tenía lentes y barba blanca. Le expresé que disculpara si realizaba algún error o si decía algo incorrecto, y con una sonrisa me dijo: “No hay ningún problema”.
Ya era hora del sermón, así que nos fuimos cada cual al área de oración correspondiente. Me senté junto a Johana, quien nos indicaba qué debíamos hacer. La reflexión la impartió Shaban en varios idiomas. Al finalizar el mensaje, tanto hombres como mujeres realizaron la oración, la cual duró unos 10 minutos.

Al finalizar la oración, Johana y Mohammed nos mostraron la mezquita. Nos enseñaron que el mihrab es un hueco en la pared hundida que indica la dirección hacia la cual oran, ya que allí se encuentra la ciudad sagrada. Arriba de este se encuentra el minbar, un lugar más elevado donde se imparte el sermón. Tiene ventanas desde las cuales se puede apreciar la autopista; dentro de la cúpula se esconde una gran lámpara con ventanas pequeñas a su alrededor. Tienen sitiadas más estanterías con libros y una mesa con libros e información gratuita para las personas. El ambiente que existe es familiar y acogedor . Nos sirvieron comida típica musulmana y conversamos sobre cultura, historia y humanidad.

Mohammed habló del pueblo puertorriqueño y sobre su práctica de fe aquí, y dijo lo siguiente: “Con un pueblo de fe, tú no tienes problemas con practicar tu fe, porque saben que estás adorando a Dios”. Donde existe el respeto, a pesar de no compartir las mismas ideologías y costumbres, se construyen puentes entre países, como Puerto Rico, siendo el país caribeño con más población musulmana. Al despedirme y tomar una foto de recuerdo, me llevé una de las experiencias más enriquecedoras, gracias a la cúpula amarilla desde la autopista José de Diego.
