Por: Marianely Figueroa (marianely.figueroa@upr.edu)
Son muchos los estudiantes que desean cumplir su sueño de poder realizar, en su vida académica, un viaje de intercambio estudiantil. Yo fui una de esos…
Muchas horas trabajando. Muchos esfuerzos y sacrificios. Pero, lo logré. Un 23 de enero de 2020 salí en busca de cumplir mis sueños. Con una maleta grande, una pequeña y un bultito de espalda, me dirigí a ese lugar por el que tanto soñé visitar: España. Viviría allí por seis meses, sola. Estaba muerta de miedo.
Llegué al aeropuerto y conocí a quienes serían mis compañeros de viaje y quienes incluso, se volverían familia. Hablamos, entregamos maletas y nos tomamos unas fotos. Ya era hora de partir. Me despedí de mi familia con mucho miedo y tristeza. Recientemente habían sucedido varios temblores fuertes en la Isla y aún existía la incertidumbre de que en cualquier momento volvería a suceder. Luego de muchos abrazos y lágrimas, les di un último abrazo fuerte, y me marché. Ya no estaría con ellos.
Cuatro boricuas. Dieciséis horas de travesía. Tres escalas: Boston, Barcelona y finalmente, Madrid. Mi hogar. Olé.
Cincuenta grados: un frío pelú. Nunca había experimentado una temperatura así que no fuera el calorcito de mi Puertorro. Pero wow, qué alegría escuchar ese acento español. Estar rodeada de él. Tener tan presente su cultura, su comida. Recorrer sus calles y escuchar flamenco. Comer paella. Comprar café y montaditos. Montarme en el Metro, correr para llegar a tiempo y que se cierren las puertas en mis narices.
Me sentí tan pequeñita en esa gran ciudad, todo era tan nuevo para mí. De andar en auto para transportarme en Puerto Rico a caminar e ir en Metro en Madrid.
Tuve una semana para descubrir antes de comenzar a estudiar en la Universidad Complutense de Madrid. Qué nervios. Buscar las aulas, como allí le dicen. Fue tan fascinante llegar y saber que estudiaría allí, que profesores españoles me darían clase, conocer mis compañeros, ver que al igual que yo, había estudiantes de intercambio de México, Colombia, Venezuela. Tomaba cuatro clases de comunicaciones, solo dos días. Estudiaba de nueve de la mañana a ocho de la noche. Era agotador, pero me encantaba. Fue un sueño hecho realidad.
Los días de la semana me dedicaba a recorrer Madrid. Fui a obras de teatro, al cine, catedrales, plazas, librerías, museos, el parque El Retiro, shows de flamenco, corrí bici y visite otras ciudades de España, tales como: Toledo, Segovia, Sevilla, Salamanca y Ávila. Comía helado en todos los lugares que visitaba. Era realmente feliz. Todo lo que un día soñé era una realidad.
Hasta que un día, viernes, 14 de febrero de 2020 nos levantamos mis compañeros y yo como de costumbre para ir a la universidad. Desayunamos y caminamos hacia el metro. Parada Colombia, parada Moncloa, parada Ciudad Universitaria. Llegamos. Camino apresuradamente entre la multitud de estudiantes a mi alrededor, subo escaleras, otra, otra, hasta que llego. Veo un caballero entregando el periódico, como todos los días. Me acerca uno, lo tomo y leo. El titular: Covid-19 continúa expandiéndose por todo el planeta. El coronavirus de Wuhan, que ahora se llamaba Covid-19 seguía expandiéndose en China y también fuera de sus fronteras. Ya el número de contagios se elevaba a más de sesenta mil personas. Ya era cuestión de tiempo que el virus llegara a España.
Al par de semanas, comencé a ver personas asiáticas utilizando mascarillas. Llegaron a discriminarlos muchísimo, por pensar que estaban trayendo el virus. Al ser la capital, en Madrid residen y visitan muchos extranjeros. En ese momento era muy incierto toda la información acerca de cómo se contagiaba, los riesgos y demás.
Solo pasaba por mi mente: “¿Y si el virus llega a España, me contagio y me aíslan sola, sin mi familia?” Ya se comenzaba a rumorar de un posible cierre para evitar la propagación del virus, así que le comenté a mis compañeros: “Vamos a hacer una compra grande porque es posible que cierren Madrid pronto”. Así hicimos, compramos todo lo que pudiera hacernos falta y decidimos exponernos lo menos posible.
Al cabo de dos días, el virus seguía propagándose y ya se encontraba en Madrid. Yo debía seguir yendo a la universidad y cada vez que subía al Metro, el miedo se apoderaba de mí ante la posibilidad de contagiarme. Una noche mientras comíamos en el apartamento, me encontraba leyendo en las redes sociales y vi que el presidente de España iba a dar una conferencia de prensa. Esperamos y lo primero que dijo al iniciar la conferencia fue que en los próximos días iban a hacer un cierre total de la ciudad. Nadie podía entrar, ni salir. Entré en pánico de repente y con miles de preguntas. ¿No podremos regresar a Puerto Rico? La visa nos dura seis meses, ¿hasta cuándo estaremos aquí? Y, ¿si nos contagiamos?
A las pocas horas, el presidente Donald Trump comenzó su conferencia de prensa notificando que igualmente estaba considerando un cierre total, que aquellos ciudadanos estadounidenses que estuvieran en el extranjero debían regresar de inmediato. En España era bien tarde, ya que eran cinco horas de diferencia y a esa hora de la noche estábamos en modo alerta, sin nada de sueño preguntándonos que iba a pasar con nosotros, con el apartamento, la universidad, con nuestro futuro allí. Hablamos con nuestras familias respectivamente y su respuesta fue: “busquen un pasaje y regresen”.
Compramos un pasaje de regreso y el día antes, nos lo cancelan. Ya las restricciones en los vuelos habían comenzado y no era tan sencillo regresar. Después de averiguar mil y una manera para poder lograrlo, pudimos conseguir un nuevo pasaje, haciendo escala en Miami. Ya era el día antes de volver a la Isla. Tenía una mezcla de sentimientos: tristeza, alivio, miedo. Comienzo a empacar y me di cuenta de que no tengo mi pasaporte. No lo podía creer. Busco, busco, busco. No lo encuentro. Pienso, ¿dónde puede estar? Yo lo tenía, no puede ser que se me haya perdido, hasta que de repente, recuerdo. Lo había dejado en el correo cuando fueron a sacarle copia para la entrega de un paquete que mi familia me había enviado.
A la mañana siguiente, me levanté súper temprano. No había dormido nada con el miedo de quedarme en España bajo esas circunstancias. Fui apresuradamente hacia el correo y cuando llegué -debido a la pandemia- habían cambiado los horarios y los sábados no abrían. Lloré desconsoladamente. No podré regresar a Puerto Rico.
“Vamos al aeropuerto desde ya, quizás por lo que está pasando te comprendan y te dejen partir”, me dijo mi compañera Lidmary. Me llevé las maletas y nos dirigimos al aeropuerto. “No puedes viajar.” “No puedes hacer un vuelo internacional sin pasaporte.” “No puedes, lo siento.” No, no y no. No podía regresar. Me rindo, llamé a mi familia para contarles, ellos comenzaron a llorar. Una pesadilla.
De pronto, se me acerca un caballero, un ángel, y me dice: “¿Por qué estás llorando? Era un completo extraño, no tenía ni uniforme, ni nada. Le conté y me dijo: “¿Eres de Puerto Rico?” Yo asiento, llorando. Me dice que él también era boricua y que podía ayudarme. Tenía un cargo importante en el aeropuerto que le permitía hacer ese tipo de autorización. No lo podía creer. Podía regresar a Puerto Rico. Me pidió evidencia que confirmara mi identidad, se acercó al mostrador de Iberia, la aerolínea, realizó un par de llamadas y luego me pidió que me acercara a él entregándome los pasajes de vuelta, diciéndome: «tuviste suerte de que recorriera esta área hoy y te encontrara, normalmente no suelo pasar por aquí». Volví a llorar desconsoladamente.
Luego de tanto, llegué a mi isla sana y salva. Pese a todo lo sucedido las últimas semanas antes de mi regreso, irme de intercambio fue y ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Lamentablemente, no pude llegar a completar los seis meses, por toda la situación de la pandemia del Coronavirus, pero aún así, logré vivir dos meses espectaculares en los que aprendí muchísimo.
Un intercambio te abre las puertas a un mundo de posibilidades. Cambia tu vida 180° grados. Ves la vida y el mundo de manera distinta. Creces como persona y como profesional. Podrás visitar lugares inolvidables, aprender de otras culturas, costumbres, gastronomía, en fin, la persona que regresa es totalmente distinta a la que un día se fue. Ya no verás los sueños como imposibles de lograr, ya nada será imposible.
Mariangely:
Muy interesante leet tu relato. Me transportaste a Madrid y viví tus experiencias. Espero que pronto puedas regresar a España quizás para estudiar una Maestría cuando está terrible pandemia termine. Éxitos y ¡Feliz Navidad!
Juan Luciano Nieves