Por: Andrea N. Ramos Flores (andrea.ramos15@upr.edu)
Era marzo del 2020 y en un abrir y cerrar de ojos, lo que conocíamos como normal, tomó un giro de 180 grados. Aún un año después, recuerdo con claridad esos primeros días en los que estudiar desde la casa se convirtió en la nueva normalidad. Pasé de estar en un hospedaje a tener que adaptar mi hogar para que sirviese de estación de estudios para mis dos hermanas y yo.
En un principio el proceso de adaptación fue cuesta arriba. La conexión al internet era instable y encontrar un rinconcito para estudiar concentradamente resultaba era misión casi imposible. Pero todos sabíamos que este nuevo cambio era por nuestro bien, para protegernos de un virus mortal. Así que, ¿qué hicimos? Nos adaptamos… Compramos equipos electrónicos nuevos, nos suscribimos a servicios de internet para el hogar, creamos áreas de estudio en nuestras casas y todo esto con la intención de poder continuar con nuestras responsabilidades educativas desde el hogar y como mejor se podía, mientras afuera un virus amenazaba con nuestras vidas.
Pasar ese primer semestre universitario desde casa fue toda una travesía y aunque no nada de fácil, nos adaptamos esperanzados de que solo duraría unos meses. Ahora, un año y pico después, ese espíritu esperanzador comienza a marchitarse cada vez más. Y es que vemos cómo a un año, los casos de Covid-19 continúan aumentando y el regreso a la vida universitaria y la vida en general, como la conocíamos, se ve cada vez más lejana.
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En una casa de tamaño mediano conviven tres estudiantes: dos universitarias y una que apenas estaba saliendo de escuela elemental. Intentan ajustarse a esta nueva rutina buscando crear el espacio perfecto para que cada cual pueda trabajar a su paso, sin ser interrumpida por la otra. Como todos, se adaptan. Pero esa adaptación trae consigo un cambio de roles en el hogar durante ciertas horas del día. Es decir, mientras nuestra madre sale temprano a trabajar, me toca a mí, siendo la mayor de las tres, transformarme en la primera en mando. Durante esas horas no tan solo debo preocuparme por mis clases, sino que también tengo que procurar dejar una oreja atenta a lo que pasa en el resto de la casa. Puede ser que en cualquier momento una de mis hermanas pegue un grito suplicando por mi ayuda porque olvidó ingresar a Microsoft Teams, o la otra entre a mi cuarto para contarme una de sus crisis existenciales. Todo esto mientras estoy conectada a mis clases e intento también sobrevivir a esta situación.
Mi rutina diaria se basa en: despertar, conectarme a clase, preparar desayuno, ayudar a mi hermana menor con sus tareas, almorzar, hacer mis tareas y luego, repeat. Las mismas cuatro paredes comienzan a cansarme y mientras tomo mis clases, no puedo evitar pensar en recoger mi cuarto, o hacer cualquier cosa que me ayude a despejarme y estirar un poco mis piernas entumecidas por estar tanto rato sentada.
Los días pasan lentos y siento que he puesto a mi cuerpo a actuar en modo piloto automático. Cada día parece la misma escena o la misma canción que suena como un disco rayado. La ilusión que se vivía antes del Covid de que cada día nuevo alberga una posibilidad y una oportunidad nueva, se ha desvanecido. Ahora es muy fácil saber, o al menos tener una idea bastante clara, de qué consistirá el día siguiente. La pandemia ha acabado con la espontaneidad, la ha aniquilado. A este punto comienzo a impacientarme ante el paso de estos meses sin muchos cambios. Cada día se hace más drenante prestar atención a las clases en línea y la motivación para hacer las tareas es menor que nunca. Y eso sin contar las distracciones que vienen con la difícil faena de estudiar desde casa.
Sin embargo, poner en pausa mis estudios hasta que todo se normalice, no había sido una posibilidad real para mí hasta ahora. No fue hasta que supe que muchos compañeros tomaron esta decisión, que mi mente cayó en cuenta de que eso podría ser una posibilidad también para mí. Me hizo pensar por qué no lo había hecho, y es que sabía que en el fondo no estaba dispuesta a rendirme. A pesar de lo confuso y cuesta arriba de la educación en línea, como todo, llegará a su fin en algún momento y todo esto se quedará como una historia que contaremos a las próximas generaciones.