Por: Yorlennis Vega (yorlennis.vega@upr.edu)
Muchos celebran el Día de las Madres con aquellas mujeres que son importantes en su vida. Otros pasan este día con un vacío por dentro que no saben explicar, pero que sí saben de donde proviene. Pérdida.
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Es domingo, 10 de mayo. Día de las Madres. Me levanto temprano y hago lo habitual. Me visto con ropa y zapatos cómodos. Vamos a visitar la tumba de mi abuela. Así ha sido desde el 2014.
Desde su fallecimiento, los días festivos no son iguales. Hay razones para celebrarlos, pero siempre está presente el sentimiento de que algo hace falta. No es algo, es alguien. Es ella.
Nunca había pasado por la experiencia tan amarga de perder un familiar. Pensaba que de ocurrir, sería un día muy lejano. Hasta que llegó el momento de su partida debido a esa enfermedad que muchos odiamos porque nos ha arrebatado seres queridos, incluso si no lo ha hecho de seguro la odias. Cáncer.
Era una persona gruesa, de cabello corto, baja de estatura, pero por su enfermedad se transformó. Perdió el cabello y mucho peso. Era fuerte, graciosa, trabajadora y solidaria. Así me gusta recordarla.
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Al llegar al cementerio, mi mamá, hermano y yo, nos encontramos con mi tía. Al saludarse, mi madre y tía se felicitan en su día y el resto también lo hace. Solemos ir nosotros y en otras ocasiones sus dos hijos, o sea mis primos, porque vivimos en el mismo pueblo donde se encuentra ubicado el cementerio en el que está enterrada y también por lo apegados que éramos a ella.
Ir al cementerio este día en específico es doloroso. Sabes a lo que vas, pero es como revivir ese horrible día en que partió. Se siente muy triste tener que ir a visitar una tumba cuando la realidad quisieras ir a visitar a la persona en su casa.
Mi mamá y tía siempre le llevan flores, que suelen escoger pensando en los gustos de cuando ella estaba en vida. Subimos una cuesta y llegamos a la tumba. Ahí yace, muy bien pintada de color naranja pastel y limpia al igual que sus alrededores. Varias veces al año se encargan de ir y mantenerla bien cuidada.
Meses antes del mes de mayo nunca falta el día en que ambas vayan a darle mantenimiento.
-“Pronto hay que comprar la pintura para la tumba de mami”, dice mi mamá.
-“Vamos un día a escoger el color y después yo voy y la pinto en la semana”, le contesta mi tía.
Bajo el sol del mediodía y una ola de calor que sofoca colocamos las flores nuevas de color rosa, violeta y blanco, que no tienen olor porque son ficticias, y retiramos las pasadas que han perdido el color por los rayos del sol. Conversamos y hacemos cuentos de las memorias de la abuela y entre risas durante unos minutos. Intentamos que ese tiempo no sea del todo triste, aunque siempre se respira nostalgia.
Ayer por ejemplo, me senté en una esquina de la tumba y mi mamá me dijo: -“Párate de ahí” a lo que le contesté: “estoy sentada con abuela”, bromeando.
La verdad es que al estar allí las emociones cambian y al cabo de unos minutos es fácil que se te agüen los ojos. Es inevitable no pensar y recordar escenas de bonitos momentos vividos junto a ella. Las ricas comidas que preparaba, las veces que me cuidaba después de la escuela, cuando le pintaba las uñas o acompañarla a hacer compra. Incluso extraño sus chistes y manías.
Al estar en el cementerio y ver las otras personas, que al caminar van callados y cargando tiestos que contienen flores de colores muy llamativos, me hace entender lo difícil que puede llegar a ser este día festivo y que muchos no lo pueden celebrar con esa mujer que de seguro fue pilar en su crecimiento. Son muchos los que antes de ir a cualquier compartir pasan por allí para visitar la tumba de su familiar y dejar el pequeño detalle: flores. Sin hacer esta parada el día no puede continuar.
Antes de irnos pasamos por las tumbas de otros familiares y conocidos. Luego, nos marchamos y compartimos con el resto de la familia e intentamos no pensar tanto en lo mismo. Sin embargo, es inevitable porque falta alguien. Con el pasar de los años se extraña aún más.
Ya no la puedo ver, escuchar ni abrazar, pero visitar su tumba me hace sentir tranquila. No fue fácil su fallecimiento y no habrá nada que lo recompense, pero tener memorias junto a ella, aunque provoquen lágrimas, me hacen feliz.
“Abuela mujer admirable, no has muerto y nunca lo harás, porque no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando los recuerdos dejan de existir”.
Muy cierto, doloroso. Pero es ley de vida. Pienso que en el nacimiento de un ser humano se debe llorar y en la muerte reír. Pero no es así. Creo me entiendes. Excelente documental. Éxito!!! Yorlenis, fuiste la única que me llamó ese día de las Madres y el año pasado. Eres especial, como mi hija. Dios te bendiga siempre.
Excelente trabajo.