Por: Andrea Acevedo (andrea.acevedo@upr.edu)
Otra noche en Mayagüez, pueblo natal donde se fabrica la cerveza de aquí, la famosa Medalla, donde todos los jueves se “janguea” hasta el amanecer. De camino voy, dispuesta a pasarla bien y a despejar mi mente de la vida ajetreada que llevo como universitaria.
“Si bebes no guíes, no le des pon a nadie, no aceptes tragos abiertos ni del pana conocido, no camines sola por la calle…”
Este es el tipo de discurso que me da mi madre antes de salir, juzgándome con su mirada mientras mide cuan corta es mi falda. Sin embargo, la realidad es que mido 5’9″, así que cualquier falda que me ponga, me quedará corta. Ella cree que no la escucho, porque honestamente, cuando comienza a hablar, lo único que puedo hacer es rodar mis ojos hacia atrás y respirar hondo. Me digo a mí misma:
«No discutas, mejor comprende la preocupación de mami y papi. Ellos solo quieren saber dónde estoy y si estoy a salvo».
Me pregunto si mi hermano de 26 años se tiene que preocupar por este tipo de cosas. Nunca he escuchado a mis padres decirle un discurso parecido al mío.
Mientras conduzco por la carretera en medio de una noche oscura, escucho la emisora 94.1 y canto reguetón del viejo a todo pulmón, junto a mis mejores amigas.
Una vez llegamos a «Las Calles», aún montadas en el carro, analizamos el ambiente. Es un típico jueves en el que todos los universitarios salen a beber, caminan entremedio de los carros con tragos en mano sin miedo alguno de ser atropellados. Debido a esto, nos tardamos en conseguir estacionamiento una hora o más, sin contar el tapón del transitado colegial.
Antes de bajarnos del carro, nos retocamos el maquillaje en menos de tres minutos. La última persona en hacerlo, cierra el carro con seguro. Miramos a ambos lados, asegurándonos de que no haya algún extraño velando. Caminamos y nos perdemos entre el mar de gente que bebe en los negocios.
Escuchar alguna canción de Bad Bunny cada 10 minutos en el jangueo ya es tradición y parte de nuestra cultura. Todos tenemos el álbum 100XPRE en «replay» y es lo único que escuchamos desde el mes de diciembre. Basta con escuchar La Romana para que las personas se motiven a “perrear” con sus amistades.
Ocultando mi lado feminista, bailo el «dembow» a pesar de las letras super machistas. El negocio de La Jibarita siempre termina siendo nuestro lugar oficial de baile. Tiene dos pisos y es alumbrado por bombillas de navidad y luces de neón. Una vez no cabe ni un alma más en la pista, el sudor es inevitable y comenzamos a buscar una esquina para socorrernos con el abanico gigante que cuelga del techo.
Esto no detiene el hecho de que mis amigas y yo sigamos “bailando hasta abajo,” como dicen por ahí. Ignoramos las miradas acechantes de los hombres que nos rodean.
-¿Quieres bailar?, dice alguien desde una multitud detrás.
¡No, gracias!, respondo.
Seguimos bailando y ellos siguen detrás de nosotras, incapaces de aceptar un «no». Intento que el acoso no me quite el buen humor que traigo, pero cuando veo los gestos incómodos de mis amigas, es inevitable no salir con «bicherías».
Marco territorio con ellas, les bailo para espantarlos y de todos modos siguen ahí, insistiendo y acorralándonos en una esquina como si fuéramos un pedazo de carne. El tipo de chico que hace esto es cualquiera, da igual que sea un caco, un surferito o un guaynabicho. Pareciera ser que el machismo y la cacería de mujeres no discriminan en Puerto Rico.
“¿Andan solas?”
“¿Tienen novios?”
Yo respondo molesta con una mentira: “¡ella es mi novia!”, le digo, en un intento infructuoso por convencerlos de que soy lesbiana, para ver si así nos dejan en paz. El esfuerzo fue en vano, no lo hacen; ahí siguen.
Solo pienso en cómo ahora resulta que un hombre te respeta un poquito más si le dices que tienes un novio, si le dices que “sí” para bailar, o si le aceptas un trago. Ruedo los ojos hacia atrás nuevamente mientras proceso esta información.
Cuando comienzan a violarnos con la mirada, nos movemos de la pista para otra esquina, evitando así la persecución.
Asco y rabia me da. El acoso es real y a pesar de que la pasamos bien, ya son casi las 2:00AM y tomamos la decisión de irnos de las calles de Mayagüez.
De regreso conversamos sobre cómo fue nuestra noche y siempre está la amiga que comienza la conversación así: “loca viste como se me pegaba aquel sin mi permiso, le dije que no y de todos modos seguía ahí…”
Creo que hablo por una gran mayoría de mujeres cuando digo que a esto nos referimos cuando decimos el famoso dicho de: men are trash. Los hombres son basura cuando no entienden que un no es no.
Reflexiono sobre mi jangueo y me pregunto si los padres llegan a dar el clásico discurso a sus hijos antes de salir a encontrarse con sus amigos. ¿Les dirán también lo mismo que a mí? Que si bebes no guíes, no drogues a ninguna mujer cuando le compres un trago, no acoses a ninguna mujer que camine sola por la calle, respétala y acepta que cuando te dice que no, es no…
Solo de este modo, por medio de la educación que comienza en casa, es que podremos lograr la equidad de género y el trato respetuoso para cada una de nosotras.