Por: Luis Joel Méndez González (luis.mendez15@upr.edu)
Elegancia: palabra que describe a la perfección a Alma Elena Guillermoprieto. Mujer de buen gusto al vestir; distintiva por siempre utilizar aretes brillantes, blusas de medio brazo y lápices labiales de matices claros, pese a que en ocasiones opta por el rojo pasión.
Su cabello negro azabache y ojos café han sido testigos de más de cuatro décadas de experiencia como corresponsal en Iberoamérica para prestigiosos medios anglosajones como The Guardian, The Washington Post, The New Yorker, The New Yorker Review of Books y The Newsweek.
Nacida el 17 de mayo de 1949, pasó toda su niñez en una casita localizada frente al Parque General San Martín en la Ciudad de México. A pocas cuadras ubicaba una biblioteca que siempre frecuentaba con su madre. Leía hasta la saciedad los libros más llamativos que encontraba sobre el estante y de este modo se desenvolvió su amor por las palabras.
Luego de mudarse a Nueva York, en 1965, comenzó a recibir clases de danza para convertirse en bailarina. Pero tras no ser aceptada en la compañía de baile que tanto deseaba, a sus 20 años, aceptó una invitación para impartir clases en las Escuelas Nacionales de Arte en la Habana.
Sin embargo, nunca imaginó que, dos décadas más tarde, su carrera como reportera despegaría mientras fungía como traductora durante la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Nicaragua.
Por tanto, la danza no tan solo le permitió viajar y ampliar su visión del mundo, sino también adquirir la disciplina necesaria para redactar con rapidez, sobrellevar la adrenalina y aprender con gran ligereza.
Por ejemplo, durante su primera cobertura para The Washington Posten 1982, la mexicana dio a conocer el respaldo que la administración Reagan brindó a varias unidades del ejército salvadoreño desde los Estados Unidos.
En la crónica “Salvadoran Peasants Describe Mass Killing”, publicada en The Washington Post, describe de manera clara, rotunda y detallada los 978 cadáveres de las víctimas mortales del ejército salvadoreño en El Mozote.
Durante la entrega del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, que le fue homenajeado en 2018, se hizo especial mención de una de las claves de su éxito como reportera: “(su) profundo conocimiento de la complejidad de Iberoamérica”.
Brasil fue otro de los países a los que pudo adentrarse, donde encabezó una oficina de corresponsales a la que dos años después renunció al percatarse de que estar encerrada en cuatro paredes no era lo suyo.
Durante dicha estancia redactó «Obsesión en Rio», uno de los varios reportajes de profundidad que publicó en los últimos años de su carrera, tanto en The New Yorker como en The New Yorker Review of Books.
Como bien indica en su libro, “Desde el país de nunca jamás”, vive convencida de que “las nuevas realidades políticas de América Latina, surgen entre el anhelo de las falsas certezas y el orden verdadero del pasado».
Mucho más que una cronista
Para sorpresa de muchos, en 1998, la reportera mexicana comenzó a redactar críticas gastronómicas para la revista especializada en ciencia, economía y cultura, “Nexos”, en las que desembocó toda su pasión por la cocina.
En su fase de docente, ha impartido clases en la Universidad de Washington al igual que talleres para la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), demostrando de este modo, que es mucho más que una cronista.
Y es que su uso atrevido de la lengua la ha llevado a ser “una de las 10 mejores cronistas del mundo”, según pronunció el afamado escritor colombiano, Gabriel García Márquez, en 1995.
Cuando redactaba sentada en un jardín de rosas cuando apenas era una joven tímida, acomplejada y ansiosa, nunca pensó Alma Guillermoprieto, que de ser bailarina y danzar por toda América Latina, pasaría a ser reportera y una de las más aclamadas cronistas de este territorio.