Hace dos días lo conocimos. Nos vino a recoger a la puerta de la casa a las ocho en punto de la mañana, en una van color celeste, junto a su hijo Daniel. Tenía solo 32 años, pero de simple vista aparentaba de al menos cuarenta. Vestía de t-shirt blanca ajustada, jeans y llevaba unos espejuelos. Empezó la vida muy joven y como los estudios no eran su prioridad, apenas llegó al noveno grado. Era un hombre de pocas palabras, pero de mucha mirada: una fija y penetrante. Tal vez esto lo aprendió durante los cuatro años que sirvió como militar del ejército colombiano, allá para la época de Pablo Escobar.
Aunque este oficio paga poco, según él, tener la cédula de militar facilita la búsqueda de trabajo en Colombia. Además de esto, servir de militar es una experiencia que te permite aprender y valorar lo que tienes. Así nos contó Jonny Mercedez, nuestro chofer oficial, durante la estadía del equipo de Tinta Digital en Medellín, Colombia.
Una vez salimos del centro de la ciudad hacia Guatapé, Jonny comenzó a soltarse un poco más. Nos contó que vivió en un batallón junto a treinta soldados más en una especie de comuna. Algunos se encargaban de la limpieza y otros de cocinar. Vivían en el monte, se bañaban cada quince días y apenas comían. El desayuno, por ejemplo, consistía de un chocolate caliente y un pedazo de pan. A diario dormían solo tres horas: de una a cuatro de la mañana.
-«El soldado no duerme, descansa», dice Jonny.
A las cuatro en punto de la mañana comenzaba la jornada con el entrenamiento. Jonny cargaba con una ametralladora y el resto del equipo fusilador sobre sus espaldas. Además de procurar no caer a manos del enemigo, la prioridad del soldado era evitar perder la vida de cualquiera de las otras cien maneras que existen.
-«Había mucho campo minado por ahí, por donde vamos, donde más campos minados hay en el mundo, en el oriente de Antioquia», señala con el dedo índice.
La primera vez que Jonny presenció la muerte eran las dos de la madrugada y se encontraba dormido en una caseta de acampar junto a tres soldados más en el pueblo de Aquitaní del Oriente. Le sorprendieron unos disparos que anunciaban la proximidad de los guerrilleros.
-«Le disparan a uno para ver si uno responde, para ver si uno está por ahí».
El brazalete de las FARC identificó al enemigo. El olor a pólvora, sangre y carne viva anunciaba también que las balas habían penetrado un cuerpo.
– «La verdad es que uno no sabe por qué o contra quién está peleando».
Ese enemigo invisible, sin embargo, a menudo tiene una cara femenina.
Entre los guerrilleros se encuentran muchísimas mujeres, cuenta Jonny.
– «La mujer cuando está metida en eso es muy verraca«.
Recuerda el caso de `Karina`, una de las líderes más notorias de guerrilla colombiana, a quien se le atribuye la muerte de Alberto Uribe Sierra- el padre del ex presidente ÁlvarO Uribe- en un intento de secuestro en una de las fincas de la familia en Antioquia, en 1983. La insurgente de 45 años, cuyo nombre verdadero es Nelly Ávila Moreno, era la jefe del frente 47 de las FARC, que azotó durante la última década los departamentos de Antioquia y Caldas, en la rica zona cafetera del país y que ahora está totalmente diezmado. En aquel tiempo, las autoridades ofrecían una recompensa de un millón de dólares por la jefe guerrillera, de quien se afirma tenía las siete vidas del gato y que terminó doblegada por el hambre debido a un cerco militar.
‘Karina’ tenía al menos seis órdenes de captura por los delitos de homicidio, terrorismo, rebelión, secuestro extorsivo y daño en bien ajeno. Las autoridades la acusan de múltiples crímenes, entre ellos un ataque perpetrado en diciembre del 2005 en las selvas del Chocó, en el que murieron ocho policías y treinta fueron secuestrados.
La guerrillera pasó los últimos quince días rodeada por tropas en las montañas de Antioquia, ya sin hombres bajo su mando, y no resistió más y decidió rendirse el domingo, según las autoridades.
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-«Yo combatí contra ella. Ella se entregó porque nosotros le bloqueamos todas las entradas donde ella estaba. Ella estaba ahí, pero no tenía cómo entrarle la comida, entonces se entregó. Las guerrilleras son mujeres muy peligrosas», expresa Jonny.
Asimismo, recuerda otro de los dolores casos de mujeres que entran a la guerrilla por razones familiares.
-«Yo conocía a una guerrillera otra vez, y ella me contó la historia de ella. Se fue pa` la guerrilla porque ella tenía una niña y la niña se la violaba el papá de ella, o sea el abuelo, entonces ella por no irse contra el papá, por no matarlo o meterlo a la cárcel, se fue pa` la guerrilla.»
En los años en que vivió como militar, Jonny perdió a dos amigos cercanos que estaban junto a él.
-«Es un estilo de vida salvaje. Se baña cada quince días, se afeita cada quince días. Yo me fui pa`l ejército con la idea que necesitaba la carta militar para trabajar. El trabajo que más le ofrecen a uno es el de vigilancia, como de escolta, algo así. Ese se gana como mil ochocientos mensuales, algo así. No es mucho, pero era a lo que aspiraba».
La familia de Jonny es de legado militar. Su padre también fue soldado, trabajó en el ejército veinte años. Y ahora su hijo de doce años anhela el día en que podrá también inscribirse al ejército. El día que lo conocimos vestía de una camiseta con la cara de Pablo Escobar envuelta en billetes americanos, unos jeans y dos brillantes falsos en cada oreja.
Dice Jonny que apoya a su hijo en la aspiración de volverse soldado, como lo fue él.
-» Ahora lo que importa (para los jóvenes) es tener tennis de marca. Cuando estás en el ejército lo aprendes a valorar todo. Es bueno enseñarle eso a los niños».
Jonny rememora sus años como militar y a pesar de que vivió experiencias que le han dejado heridas abiertas que aún perduran, considera que esos cuatro años le formaron como ser humano.
-«Me arrepiento a veces de haberme salido (del ejército) porque a la hora de la verdad, acá la vida es muy dura fuera de eso. Acá no solo usted tiene que correrle a la guerrilla, sino también a todo el mundo. Por ejemplo, si a usted lo atacan, ya no tiene seguridad de nada. Lo pueden robar, lo pueden matar. Antes era peor, Medellín era una cosa de locos.»
La profundidad de tu análisis es realmente admirable, siempre aportas algo nuevo.