Por Luis Joel Méndez González (luis.mendez15@upr.edu)
Podríamos pensar que la unión brotada desde el corazón de la comunidad LGBTTQ, es entrañable; capaz de superar sus propias diferencias, para respaldar a todo aquel que así lo necesite. Pero tras el callback que Daniela Arroyo recibió rumbo a Miss Universe Puerto Rico, lo que brotan sus miembros hacia la joven de 19 años es una sustancia un tanto extraña a la que llaman “transfobia”.
Pensaría que el prejuicio del que padecemos los que llevamos los colores del arcoíris sobre nuestra espalda, nos sensibiliza lo suficiente para respaldar a los que intentan derrumbar las barreras de un sistema lejos de ser llamado “perfecto” e «inclusivo».
Dirijámonos por unos minutos a cualquiera de los tantos grupos de Facebook dedicados al tema de los certámenes de belleza. Leeremos a fulanos o anónimos con fotos de perfil coloreadas por la bandera del “ambiente”, comentando a cada segundo que “los concursos deben ser para mujeres de nacimiento”.
Las lágrimas que derramó mientras expresaba antes las cámaras que solo buscaba que los seres humanos nos hiciéramos la vida más fácil, quedaron evaporadas con lo seco del aire denso.
Nos conformamos con tuitear a favor de las transexuales o transgéneros únicamente cuando es tendencia en las redes sociales, a pesar de que hemos pasado a ser un obstaculo para que la puerta del prejuicio pueda cerrarse.
Y es que a pesar de que Daniela no posee la necesidad de enfrentarse ante más de una decena de «mujeres de nacimiento» en un evento patriarcal, para los del “ambiente”, solo está empeñada en imponer su voluntad frente al status quo.
Tuiteamos “orgullosos” que brindamos nuestro entero soporte a las chicas “trans”, cuando, tras bambalinas, lo que se ve es un constante rechazo dentro de un ámbito que a puras luces intenta esconderlo.
Olvidamos que, con su participación, en lugar de restarnos, solo pasa a sumar más matices interesantes al gran abanico que llamamos “diversidad” dentro de nuestra comunidad LGBTTQ.
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