Por: Dayanne Rivera (dayanne.rivera@upr.edu)
Después de ocho largos meses viviendo con restricciones, saliendo a diario con cubrebocas y cohibíendote de sentir un fuerte abrazo de quien más amas, llegas a pensar que estás viviendo el peor momento de tu vida. ¡Eso crees! Hasta que ese enemigo al que todos temen se presenta y paraliza tu vida por diez días.
Parece curioso que un día mencioné que no le tenía miedo a este enemigo que se pasea entre nosotros a diario, porque eventualmente a todos nos iba a tocar. Un pensamiento que aún no cambio, pero de algún modo mi mente estaba muy preparada para lo que me esperaba en los próximos días.
Un sábado en la noche, después de un día normal de trabajo, llegué a mi casa con mucha hambre directo a servirme un plato de arroz y pollo guisado. Mientras me lo comía pensé que la comida de abuela ese día no estaba tan rica como siempre. Algo le faltaba a ese plato… Por supuesto, mi paladar no detectaba sabor alguno.
Aunque me sentía bien de salud, sabía que algo extraño ocurría en mí. Un doctor era la única persona que podía decirme lo que ocurría, pero un sábado en la noche era complicado obtener una respuesta. Tocó esperar hasta el lunes. Temprano en la mañana me tomé una taza de café antes de ir al laboratorio a hacerme varios análisis. Todo parecía seguir igual, incluso puedo decir que en ese momento un vaso de agua tenía más sabor que el mismo café.
Tras recibir los resultados del laboratorio, obtuve mi respuesta: mi cuerpo estaba combatiendo el famoso enemigo. A partir de ese momento tenía que estar encerrada en cuatro paredes por dos semanas. Bueno, eso era lo que la gente decía, pero tras recibir una llamada de los expertos e informarme sobre esta nueva enfermedad, me enteré que debía estar alejada del mundo por un período de diez días.
Después de que cumples con esa cantidad, dejas de ser una persona infecciosa y puedes salir del aislamiento. Diez días parecía poco, pero cuando estás encerrado como un ave en cautiverio esas horas suelen parecer eternas.
Al día siguiente, me había percatado de que la comida- además de no saber a nada- tampoco tenía olor. Tras perder dos gustos tan esenciales en la vida, lo único que me preguntaba era “¿qué haré si nunca me vuelve el gusto y el olfato?”. Una preocupación que no paraba de dar vueltas en mi cabeza.
Con el paso de los días la frustación era mayor, cada mañana me levantaba directo a echarme perfume y ver si podía olerlo. Aunque no podía percibir aquella fragancia, tenía mucha esperanza de que todo iba a pasar pronto. El positivismo fue una pieza clave durante este proceso.
Mis horarios estaban descontrolados; el cuerpo me pedía descansar hasta diez horas al día, aunque llegué a pensar que mi cuerpo estaba cansado de no hacer nada. Como no podía salir de mis cuatro paredes, lo que hacía gran parte del día era dormir.
Aparte de no tener gusto y olfato, me sentía muy bien, nunca tuve ningún otro síntoma. Sin embargo, aunque podía hacer varias cosas para despejar mi mente, todo lo que hacía tenía que ser dentro de ese pequeño espacio muy propio. No salía a otras partes de la casa para evitar infectar otras áreas, ya que no quería que mi madre pasara por lo mismo.
Entonces, me dediqué a ver una serie en Netflix y a hacer actividad física, que siempre viene bien. Mientras veía aquella serie que tomaba acción en una cárcel, así mismo llegué a sentirme, como una presa en aislamiento, porque hasta la comida me ponían en la puerta.
Aproximadamente el sexto día de estar encerrada recuperé el gusto y el olfato. No por completo, sólo una parte de ellos; con el paso de los días fue mejorando. Cuando finalmente culminó este proceso estaba libre de cualquier síntoma y completamente restaurada en salud. Ya tenía la autorización de los profesionales para salir del aislamiento y continuar con mi vida. No sabía que me esperaba lo más difícil.
Fue algo que no veía venir, diría que me chocó bastante. Con esto me refiero al rechazo de los amigos, familiares y conocidos. Personas que en vez de apoyarte y alegrarse de que lograste vencer ese terrible virus, te miraban como un leproso. Parecía increíble, pero la gente no tenía ningún tipo de empatía hacia uno, porque piensan que aún estás enfermo y puedes contagiarlos.
La única pregunta que me hacían como mil veces al día era: ¿te hiciste la prueba nuevamente? Está claro que no quieren tenerte ni un poco cerca si aún tienes el virus. Sin embargo, la prueba de seguimiento era completamente innecesaria después de haber cumplido con el aislamiento por los días requeridos. Esta podría seguir arrojando positivo, hasta por meses, pero no significa que puedas infectar a otros.
A diario noto cuán desinformadas están las personas. Sin embargo, no las juzgo porque antes de que me tocara vivirlo yo tampoco tenía un conocimiento del todo. Lo más importante después de este tedioso y largo proceso, es que logré sobrevivir al COVID-19.
Me gusta mucho tu historia. No solo por que presenta una realidad actual, sino por la forma en que has explicado tu proceso, como para ti se sintió en COVID 19. Que es un proceso por el cual muchos están pasando en este momento y se sienten como tu te sentias. Muy importante que hayas traído a relucir que en realidad no estamos tan informados como deberíamos. Eres una joven talentosa. ¡Felicidades no solo por tu articulo sino por superar el virus!