“Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma amanecerá dormida”, dijo Anatole France, un poeta y periodista francés muchísimo tiempo atrás, pero en Puerto Rico parece que hay miles de personas que aún están dormitando.
El Santuario de Animales Francisco de Asís, que fue el primero en el área oeste de la isla y que apenas cumplió dieciséis años el pasado mes de agosto, ha visto cara a cara los desafíos, las maldades, los abandonos y los procesos por los que pasan estos animalitos, desde perros satos hasta German Shepherds y Golden Doodles, en precarias condiciones, desamparados en las calles y hasta abandonados en los portones del lugar. Según el voluntariado del santuario, debido a los huracanes Irma, María y Fiona, los terremotos del 2020 y la pandemia del COVID-19, en los últimos años, han aumentado los casos de abandono y perros “realengos” en las calles, pues sus dueños emigran a Estados Unidos o se mudan a cualquier otro lugar de la isla, y los dejan como bolsas desechables.
Es una montaña rusa de emociones para el voluntariado, quien se enfrenta a cada uno de los casos y desafíos que suceden con estos animales.
Según la Ley 154 de 4 de agosto de 2008, que es la “Ley para el Bienestar y la Protección de los Animales”, se establece que estos, incluyendo los perros, son sensitivos y dignos de un trato humanitario. También, la ley plantea que cada animal tiene derecho a la existencia, a la atención y los cuidados. Por eso me pregunto, ¿cómo miles perros, que vemos en cada lugar que vamos, llegaron al lugar donde están? ¿Desde cuándo las leyes son de adorno?
Ahora mismo, mientras escribo, hay alrededor de 600,000 perros, y mal contados, como dicen por ahí, abandonados en toda la isla. Perros que nacieron de las calles o que, en algún momento de sus cortas vidas, estuvieron bajo un techo recibiendo cuidado en hogares que, después de un tiempo, sus amos creyeron que se trataba de un ser desechable. Hoy día, están bajo la lluvia, el sereno, sin alimento, bajo el sol y, sobre todas las cosas, sin un guardián humano que los proteja.
Las mascotas, específicamente los perros, no deberían ser víctimas del consumismo excesivo de la sociedad de hoy. Una razón por la cual el abandono es un fenómeno hoy en día ha sido por la irresponsabilidad de cientos de personas que, al momento de adquirirlos, no comprendieron el deber y la responsabilidad que conlleva proveer los recursos básicos a un animal. Uno de esos casos en el Santuario de Animales Francisco de Asís fue Mingo, un perro abandonado y amarrado con una cadena mohosa y que como consecuencia, ahora sufre problemas en la piel.
Esto, más algunos influencers que han establecido la moda de comprar perros de raza porque según ellos, si es de raza, tiene más valor. Esto no ha contribuido al abandono de perros solamente, sino que han incrementado los casos de in breeding, que son los perros criados entre familiares por los llamados “criadores de marquesina”. Aparte de ser una práctica comercial anti ética, esto provoca enfermedades en los cachorros como problemas de la piel, de visión, de audición, problemas ortopédicos o hasta mutaciones que causan enfermedades. La falta de compromiso, la falta de reconocer que, a quién estás llevando a tu hogar, no es un producto que cuando te cansas lo quitas, sino un ser vivo, con valor que ahora dependerá completamente de ti para vivir.
Tristemente, esto ha provocado que albergues, incluyendo el Santuario de Animales Francisco de Asís en Mayagüez, no den abasto para el refugio de perros. En ocasiones, los grupos comunitarios no tienen otra opción que esterilizar a los cachorros y devolverlos al lugar donde estaban.
Adoptar un perrito no se trata de seguir una moda o imitar a aquellos influencers que, en este caso, influyen pero negativamente. Sino que, se trata de cuidar y amar a uno de los seres más indefensos, protectores y agradables que podamos conocer y de brindar un hogar y seguridad a un perro que te dará a cambio su lealtad. No solo le das hogar a un perro, sino que lo sacas de las calles y le das espacio a otro perro a ser rescatado, ocupar el lugar que ocupó el primero en un santuario o albergue y que, eventualmente, también será adoptado. La adopción de un perro rescatado es una experiencia hermosa y satisfactoria que, después de un tiempo, como dicen por ahí, no se sabe quién rescató a quién, si el amo al perro o al revés.
Uno de esos casos desconcertantes en el Santuario de Animales Francisco de Asís ocurrió hace más de diez años atrás. Mingo, un perro que habían encontrado amarrado a una verja con una cadena con moho y, por consecuencia, con problemas en la piel, gracias a la labor del voluntariado y a un hombre que decidió adoptarlo y cuidarlo en cada momento de su vida, hoy Mingo se encuentra en su hogar nuevo.
Me pregunto, ¿cómo unos seres vivos como ellos, que brindan compañía y risas, están siendo abandonados, maltratados y hasta envenenados? ¿Cómo es que hay tanta gente que menosprecia a los perros de razas mezcladas? ¿Desde cuándo es más importante seguir una moda de famosos y gastar un dineral, en vez de proveer cuidado y cariño a un perro que realmente lo necesite? ¿En qué momento, una isla conocida por su amor y cariño a los demás, se convirtió en un lugar de indiferencia a los más indefensos? Tal vez sea el momento en que las almas puertorriqueñas amanezcan, pero despiertas.