Por: Maribel Méndez (maribel.mendez1@upr.edu)
Hace algunos años escuché hablar sobre unos monjes tibetanos que estaban de visita en Puerto Rico y producían unas impresionantes obras de arte en las que creaban coloridos mandalas usando arena. El arte me cautivó por ser un proceso que requiere mucha paciencia y devoción. Decidí investigar y en un documental pude observar todo el proceso de cerca. Primero, sobre una base plana de madera diseñan con tiza la obra que van a realizar, en este proceso que dura horas, pueden trabajar hasta 5 monjes. Luego, construyen el mandala con millones de granos de arena de diversos colores y resultan en unas obras muy elaboradas, con detalles impactantes. Pueden estar semanas enteras dedicando sus esfuerzos a la realización del mandala. Una vez terminada la obra se celebra un rito de santificación y acto seguido, destruyen su pieza de arte. Parte de la arena la distribuyen en bolsas entre los presentes y, la otra parte, la vierten en un cuerpo de agua para que la energía fluya. Este proceso representa la continuidad de la vida y el desapego hacia lo material.
Posterior a ese reportaje que vi por televisión, me di a la tarea de buscar información sobre estos monjes y viví una experiencia que me hizo reflexionar sobre esta práctica. Estuve laborando varios meses en un mosaico de Puerto Rico en una de las paredes de mi casa. Era una de mis obras favoritas, que mostraba con orgullo cada vez que recibía una visita en mi hogar, hasta que un día, años más tarde de haberlo finalizado, me levanté en la mañana y encontré la obra, que con tanto esfuerzo y empeño había realizado, destrozada en el suelo.
Entre sollozos reflexionaba sobre aquellos meses de trabajo, entusiasmo y dedicación, echados a perder. De repente, vino a mi mente el mandala y las lecciones que aprendí con aquellos monjes. Era momento de ponerlo en practica, de reflexionar. De recordar que todo tiene un principio y un fin, que las cosas materiales, son solo eso: cosas materiales, aún cuando sean objetos con alegado valor sentimental. No olvidemos que somos nosotros quienes le otorgamos ese valor. Y nuestros estados de ánimo no pueden depender de cosas tan efímeras, supérfluas. Hay que dejar ir, fluir y practicar el arte del desapego.