Por: Gabriel A. Zayas Santiago (gabriel.zayas1@upr.edu)
Eran las 11:30pm de aquel domingo tenso y yo cruzaba los dedos que el milagro para mis Patriots pasaría otra vez. Tom Brady lanzó la bola al “end zone” y terminó en una jugada incompleta; no la cogieron. Ahí todo el mundo deportivo supo que este año le tocaba a Filadelfia celebrar de la belleza que el deporte siempre nos brinda: la unión y esperanza de que las cosas pueden cambiar.
El pasado 4 de febrero, los Eagles de Filadelfia ganaron su primer Super Bowl en la historia de su franquicia, venciendo a los Patriots de Nueva Inglaterra 41 a 33. Aunque el precio aproximado de la boleto del juego para los fanáticos era $5,682, te aseguro que nadie te dirá que no valió la pena. Solo poder abrazar a tus seres queridos luego de un momento tan significativo como ganar el juego más esperado del año es un recuerdo que no tiene precio.
Me encontraba en mi futón rodeado de mis familiares en el momento en que el reloj marcó cuatro ceros y como fanático del deporte, solo podía recordar cuando tuve la oportunidad de gritar y celebrar con los míos ese momento. No podía molestarme o ser egoísta con el contrincante, porque ahora les tocaba a ellos experimentar una nueva forma de alegría y unión.
Como dijo Nelson Mandela, ex presidente sudafricano: ¿Quién podría dudar que el deporte es un medio fundamental para la difusión del juego limpio y la justicia? Al fin y al cabo, ¡la deportividad es un valor esencial en el deporte!.
El deporte tiene una habilidad de hacer olvidar de los conflictos y reunir a todas las personas bajo una misma razón, sin discriminar contra raza o clase social. En el deporte americano no existe fecha más importante que el Super Bowl de la National Football League (NFL). Para ser una fecha tan anticipada, se llenó un 93% de la capacidad del estadio. Sin embargo, los corazones de esos fanáticos fieles se llenaron a un 100%. A los minutos de pronunciarse la victoria, los trending topics que abarrotaban las redes sociales eran los vídeos de la fanaticada de Filadelfia corriendo por el estadio US Bank Stadium y las calles de Minneapolis.
Leí en el Philadelphia Enquirer historias familiares donde ese equipo de fútbol americano unió a personas hasta por encima de la edad o incluso de la muerte. Por medio de una victoria deportiva como esta, algunos seguidores se sentían conectados con familiares que fallecieron o generaciones distintas, pues compartían algo en común como por ejemplo, la relación entre abuelo y nieto.
Eso me recordó al 2017 cuando Los Nuestros capturaron el ojo del mundo entero jugando béisbol y lograron captar los corazones de todos los boricuas en Puerto Rico y en Los Ángeles, California donde se jugó la final del World Baseball Classic. Los seguidores no titubeó al teñirse el pelo de rubio para mostrar apoyo a su equipo. Tampoco hubo crímenes registrados en la isla durante el transcurso del torneo. Todo eso lo logró un grupo de jugadores de béisbol que ni en nuestras calles andaban.
El deporte nos hace recordar que compartimos una naturaleza humana que trasciende barreras raciales, económicas, religiosas y políticas. Es impresionante ver que los logros de otras personas impactan a una comunidad y unifican a personas que nunca han conocido de frente. Mi vida completa ha sido cambiada por el deporte; grandes risas y lágrimas han sido producto de su naturaleza deportiva.
Esa es la magia del deporte: capta nuestras imaginaciones, nos sorprende con su impredecibilidad y nos une como uno cuando el deporte se para de por medio. Esto demuestra que el deporte puede sobrepasar los diferentes problemas sociales y políticos de cualquier sociedad. También, nos muestra la tolerancia de las personas cuando le damos la oportunidad al deporte de captar nuestra atención. Filadelfia, Pensilvania le tocó ese momento, pero pronto le tocará a otro.