Un grupo de palomas alzan vuelo, todas al unísono. Paséandose por toda la plaza de Isabela, vuelan sobre las cruces que tiene la parroquia del casco del pueblo y parándose en su techo para recobrar su energía para seguir el vuelo. Lo único que se escucha es el sonido de los autos que transitan de un lado al otro por el laberinto de las carreteras que tanto distinguen las plazas de Puerto Rico, en las que en un abrir y cerrar de ojos ya no sabes si vas contra el tránsito.
La plaza está silenciosa; son las 10:33 am y la misa del domingo ya comenzó. Personas entran para recibir el servicio eclesiástico. Algunas ancianas llegan por una parte de la acera de la izquierda, mientras que una familia se aproxima por la derecha. Por la puerta principal va un anciano y dos vendedoras de planes médicos esperan para atacarlo con su promoción sobre las ofertas que ofrece su plan y con unas galletitas libres de azúcar para endulzarle el día a los ancianos.
A lo lejos puedo ver que hay dos señores sentados en dos bancos que hay a la otra esquina de la plaza. Uno de ellos se encuentra haciendo artesanías, mientras que el otro divide pedazos de pan con sus manos y y los lanza hacia el suelo, mientras muchas palomas se reúnen para deleitar el pan. Me acerco a ellas y repaso mis notas y las fotografías que tenía hasta el momento.
A lo lejos veo que los Tres Reyes Magos salen de Sandwich Delight. Luego se percibe a un chico con una cámara y dos mujeres más, quienes velan por dos niños que al cruzar la carretera corren por toda la plaza. Posteriormente, me entero de que los Reyes se encuentran grabando un especial de Promesa de Reyes para el Canal 13.
Fue en ese momento en el que encontré a Homero, Paloma y Jani, tres ancianos retirados, quienes más que amigos se han convertido en familia.
“Yo estoy aquí todos los días de cinco a cinco”, dice Homero, un hombre peculiar que para mi sorpresa fue mi vecino hasta hace cinco años cuando se mudó para el barrio de la Marina, dejándole la casa a una de sus hijas, vivienda que hoy en día se encuentra abandonada. Y es que Homero no tiene mucha comunicación con sus hijas y familiares. Lo único que tiene es una hermana en Vega Alta. Más importante aún, tiene la plaza, lugar que se ha convertido en su centro de apoyo.
Luego de ese día muchas personas me dijeron que a Homero lo echaron del apartamento en el que vivía. Algunos me han dicho que lleva tiempo viviendo de casa en casa y también en la calle.
Homero trabaja sus artesanías recicladas con un gran rollo de mica multiuso,en la cual exhibe unos pendientes. Las personas le regalan la materia prima para confeccionar dichas artesanías. Homero es un hombre extrovertido que siempre suele andar con un bastón de madera y un diseño metálico en el mango. Dice que este grupo de amigos que tiene en la plaza, ahora son su familia.
“Mira, cuando yo estuve en el hospital por algo que me había dado en este brazo, una amiga mía fue la que me cuidó; ella me llevaba comida y hasta se quedó conmigo en el hospital, esta gente es mi familia”.
Jani Pérez, un hombre de pocas palabras, quien está recostado en el banco de enfrente de Homero, carga un pequeño tubo de aluminio mientras habla con él. Con su piel curtida por el sol y su polo de líneas, hace unos minutos le daba comida a las palomas tranquilamente. Fue él quien me preguntó: “Nene, ¿por qué tiras tantas fotos?”. Pérez es pintor de casas y ha pintado un sinfín de casas en Isabela. Y aunque no dice muchas palabras como Homero y Paloma, posa para mi cámara.
“¡Paloma!, esa también es amiguita mía”, dice Homero señalando a la mujer trigueña que viene caminando con un andador. Vestida con camisa negra trae una vicera con la bandera de Puerto Rico y luce una cara alegre y sonríente por llegar a la sala de reunión de la plaza con todas sus amistades.
Paloma es oriunda de Santurce, según me cuenta. Ahora vive sola, aunque tiene hijos y varios nietos que, con mucho orgullo, dice que están en la universidad. Paloma expresó que en las navidades muchas veces no recibe ni una llamada de felicitación por parte de sus familiares, mientras que de su familia extendida- los de la plaza- recibe hasta comida en los días festivos.
Igual que estos tres ancianos, hay muchos más que se reúnen a menudo a bailar y compartir en la plaza. Otros juegan dominó y algunos solo hablan entre ellos. Todos han creado un vínculo familiar a tal punto de preocuparse y cuidarse los unos a los otros. A veces salen de “jangueo” a Villa Pesquera y participan en las actividades que se celebran en la plaza.