El suicidio es una de las tres primeras causas de muerte en el mundo en personas entre las edades de 15 a 44 años. Nuestro entrevistado, quien por razones de confidencialidad ha decidido llamarse Eduardo, es una de esas personas que ha considerado quitarse la vida. Lo importante de este personaje, sin embargo, no es su nombre, su preferencia sexual, la fecha o el lugar en que acontece esta crónica, sino la historia en sí. Una historia que nos remonta a su pasado y que a su vez, representa un solo capítulo en la vida de Eduardo. Una historia que es también la historia de muchos y muchas que no corrieron la misma suerte que el protagonista y que sus voces han quedado silenciadas por la muerte. Cada una de sus memorias queda vinculada a un elemento de la naturaleza: la firmeza de la tierra, la destrucción del fuego, el efecto curativo del agua y el aire que oxigena nuestros cuerpos. En un intento por recuperar los fragmentos de la memoria, hemos reconstruido la historia así.
Tierra
Tenía 16 años. Era la época en que vestir ropa de marca y oler bien era lo que más importaba en la vida de cualquier chico. Ese momento de nuestras vidas adolescentes, en que lo que somos, queda definido por la opinión de los demás. El qué dirán es lo que moldea tu auto-concepto e incluso, te lleva a cambiar de forma de ser por complacer a otros. La realidad era una: me gustaban los hombres. Sentía una atracción innata a personas de mi mismo sexo, pero estaba convencido de que esto estaba mal. Algo debía andar mal en mí. “Maricones”. Así los llamaba mi padre (sello que aún utiliza para referirse a personas como yo) con una mezcla de asco y coraje. ¿Qué pensará mi padre de mí? Eso me preguntaba una y otra vez, muy seguro de que jamás papá se enteraría de mi homosexualidad.
Fuego
«¿Qué significa esto? ¿Tú eres maricón o qué carajo? Me das asco. Deja que le cuente a tus tías y a tus primos y sepan lo asqueroso que eres”, fueron las palabras de mi padre. Eso es lo último que recuerdo antes de salir corriendo. Mientras me alejaba de él, sentía una mezcla de vergüenza, coraje, soledad, rabia… Mi corazón latía rápidamente, mientras que en mi mente pensaba muy convencido que esos serían los últimos latidos que sentiría. Debía de terminar con mi vida. Y fue así que sin pensarlo dos veces, tomé el cuchillo más afilado que encontré y corté mi muñeca, procurando hacer un corte lo suficientemente profundo como para desangrarme. Desangrarme hasta el alma. Desangrar cada pedazo de mi existencia: mi soledad, mi rechazo, mi homosexualidad, mi vida…
Agua
Ya había pasado algún tiempo de ese primer incidente. Con la sanación de mis heridas externas, mis padres dieron por sentado que estaba bien. Había regresado a la escuela. Continué siendo el chico alegre que siempre fui. Incluso, comencé a salir con chicas. “Estás bregando”, decía mi padre una y otra vez convencido de que todo había quedado en el pasado y que como quien se cura de una gripe, mi homosexualidad había desaparecido.
Aire
El cinturón me apretaba cada vez más y más, limitando así la entrada de aire hacia mis pulmones. Todo lo sentía tan surreal. Como un terrible deja vù, todo volvía a suceder como la primera vez: los reclamos de mi padre amenazando con decirle a todos(as) sobre mi homosexualidad, la mezcla de sentimientos de rechazo e infinita tristeza… todo se derrumbaba nuevamente. “¿Para qué seguir viviendo?”, me preguntaba y esta vez estaba decidido a cumplir mis deseos de terminar con mi vida. En ese momento tienes todos esos sentimientos y nada importa, nada de lo que hayas hecho, nada de lo que hayas logrado, nada de lo que tienes…
Y en ese momento, fue cuando más cerca estuvo Eduardo de lograr acabar con su vida. Sintió que el aire se le escapaba y, junto a él, todo un futuro lleno de posibilidades y momentos hermosos que nunca hubiera vivido, de no haber sobrevivido. “La segunda vez fue más fuerte pues estuve más cerca de lograrlo…. En el momento sentí miedo, ya que cuando vi que me faltaba el aire, sentí ese instinto natural que uno tiene de vivir. Y en ese momento, supe que quería vivir…”.
Eduardo vivió para contarlo y para servir de inspiración a otros y otras. Sin embargo, la realidad detrás de esta historia es que el suicidio es una de las tres primeras causas de muerte en el mundo en personas entre las edades de 15 a 44 años. Sumado a esto, existe el hecho de que la incidencia en personas homosexuales, bisexuales o transgénero es mucho mayor, como respuesta a la homofobia arraigada en nuestra sociedad.
Según un estudio realizado en el año 2012 por un grupo de investigadores austriacos, de una muestra de 400 personas, se encontró que el 14% de las personas que admitieron haber atentado contra su vida, fueron personas LGBTT (comunidad de lesbianas, gays, bisexuales, transgénero y transexuales según sus siglas en inglés). En comparación con un 1% de personas heterosexuales que atentó contra su vida, el dato deja de manifiesto que este sector poblacional es altamente vulnerable.
El discurso de homofobia y su influencia en el suicidio
En entrevista con la doctora Jennifer Crespo-Rodríguez, psicóloga de la Clínica de Familia Roberto Clemente en Nueva York, la especialista puntualizó que el suicidio puede ser provocado por diversos factores dependiendo de la etapa de desarrollo en que se encuentre la persona. El factor común entre los suicidas es poseer un alto nivel de estrés debido a problemas familiares, económicos o cualquier otra situación social que esté afectando la persona. Según investigaciones, el índice de suicidio entre la población LGBTT es más alto, principalmente debido a una cultura heterocéntrica que fomenta el acoso escolar y a una homofobia institucionalizada e internalizada. En adición, un factor muy influyente es el sentimiento de rechazo y de no ser aceptados por su familia.
Como profesional de la salud mental, la doctora Crespo-Rodríguez expresó que:
La mayoría de los/las pacientes dan avisos evidentes de sus intenciones. Por consiguiente, deben tomarse en serio todas las amenazas que pudiesen presentarse. La seguridad de la persona es la prioridad por lo que se deben sentir escuchados/as y comprendidos/as. Es importante ayudar a los/las pacientes a que no se sientan invisibles. Aunque parezca contraproducente preguntar “¿estás pensando en quitarte la vida? ¿tienes algún plan para hacerlo?”, puede ser de gran ayuda para alguien en esta situación debido a que podría sentirse que al fin alguien lo escucha y comprende. Los recursos de apoyo son sumamente importante y se deben identificar recursos en la comunidad de los/las pacientes. El suicidio no solo afecta a la persona que lo comete, sino también a todos alrededor de él o ella.
Menciona además que la religión, la presión mediática y social han replicado un discurso de perversión y vicio a la que han vinculado la población LGBT y que como consecuencia se encuentran a menudo ante la encrucijada de tener que optar por ser fieles a sí mismos/as, o por ser fieles a sus líderes religiosos.
La lucha de derechos como herramienta de prevención del suicidio
Pedro Julio Serrano lleva alrededor de veinte años como activista de los derechos de la comunidad LGBTT en Puerto Rico, y expresa que la creación de leyes a favor de este sector, ayuda a reducir la incidencia de suicidios pues erradica el discrimen y el bullying en la sociedad. Asimismo, expresó que la comunidad LGBTT debe participar más activamente en el proceso de educación y prevención, pero que por ser un asunto de salud pública se debe lograr la integración de todos los sectores de la sociedad.
Aprovechando la coyuntura de que el pasado 17 de mayo se celebró el “Día en contra de la Homofobia”, expresó que “manifestaciones como esta son necesarias pues son un arma poderosa que permite a un joven de Corozal, Morovis, Orocovis, que está definiendo su orientación sexual, saber que no está solo. Que hay muchas personas que aman igual que ellos, e incluso personas heterosexuales que apoyan a la comunidad”. A pesar de que, a su entender, vamos por buen camino, es justo precisar que la igualdad social debe a la par de la igualdad legal, pues la xenofobia, el racismo y la homofobia son males que están presentes en nuestra sociedad.
Un último fragmento
Vida
Ahora todo es diferente. Me doy cuenta del gran error que iba a cometer, que no tendría vuelta atrás. No vivo orgulloso de lo que hice, pero si eso no hubiera pasado no valoraría la vida de la forma en que lo hago ahora. Fue una etapa muy fuerte y difícil, pero fue necesario para tener el valor y las agallas de enfrentarme al mundo y con quien sea para ser feliz… ser yo. No en todos los casos es necesario llegar a ese punto. Pero no todas las personas tienen la madurez, o la oportunidad de tener a alguien que te apoye y que te entienda y que te haga entender que te acepta tal y como eres, y que puedes contar con ella. Eso en mi caso hubiese sido de gran ayuda, encontrar una persona con la que me pudiera abrir en todo el sentido de la palabra, que me escuchara, me explicara, me entendiera. Pues eso era lo que necesitaba en ese momento.
Si escuchamos la historia de Eduardo, nos parecería una escena de una película o de un libro de ficción. Sin embargo, la anécdota de este joven es la realidad que viven muchas personas dentro de nuestro entorno social: nuestra familia, nuestros amigos y amigas. Personas que sumado a sus problemas personales, tienen que lidiar con una sociedad que les da la espalda y que los margina simplemente por su orientación sexual. Si bien ha quedado probado que se ha adelantado la lucha de derechos de las personas LGBTT, es justo tener en cuenta que aun falta un gran camino por recorrer. Organizaciones como “Parents, Families, Friends, and Allies United with LGBTQ People”(PFLAG) y “Familias por la Diversidad”, ofrecen apoyo a familias y a personas que estén pasando por momentos de crisis y educan a la población para lograr una mayor inclusión y justicia social.
La lucha terminará el día en que no acontezcan más historias como la de Eduardo. El día en que ningún niño o niña sienta vergüenza por ser quien es. El día en que el suicidio deje de ser una opción, y que la vida misma sea la mejor razón para seguir viviendo…