“¡Se cayó, se cayó! ¡El observatorio se cayó!” Así gritaba mi mamá entre lágrimas, aquel primero de diciembre del 2020, mientras veía las noticias de la mañana. Entre preguntas y sentimientos encontrados, me levanté y corrí a la sala a ver de qué se trataba todo el escándalo. Efectivamente, el Radiotelescopio de Arecibo había colapsado.
Recuerdo que mi abuelo nos contaba sobre los años en los que los “americanos” llegaron al barrio. Abuelo siempre nos decía que “si no hubiera sido por el radar, quizás Esperanza no tendría carreteras aún”. Y esa es en parte la realidad del barrio, pues no fue hasta el 1993, que la carretera 635 fue ampliada para poder transportar piezas para el observatorio y gracias a esto hoy tenemos una carretera en óptimas condiciones para llegar a nuestras casas.
El Radiotelescopio fue instalado en 1963 y su superficie reflectora fue reconstruida en 1974. Este fue utilizado para estudios sobre la lonosfera, para la cartografía radar de la Luna y de los planetas y, además, para la Radioastronomía. El 16 de noviembre de ese mismo año, se transmitió desde el Observatorio de Arecibo la señal de radio más potente dirigida a las estrellas, con la esperanza de que existiera alguna forma de vida extraterrestre en un sistema solar similar al nuestro. El mensaje contenía una serie de informaciones sobre la vida terrestre: un esquema de números, los átomos de los elementos de los que estamos constituídos, imágenes esquemáticas de la doble hélice del DNA, de un ser humano, del sistema solar y del propio radiotelescopio.
Tras del paso del huracán María por Puerto Rico, el Observatorio de Arecibo volvió a cobrar importancia para los residentes del barrio Esperanza. En septiembre de 2017, el Observatorio, se convirtió en el centro de operaciones de FEMA y la Guardia Nacional. Su helipuerto fue utilizado para trasladar artículos de primera necesidad a comunidades cercanas entre Arecibo y Camuy, y sus facilidades sirvieron de refugio a aquellos empleados que habían perdido sus techos. El radar dejó de ser el ojo del universo para convertirse en el ojo de la comunidad, pues en enero de 2020, repetimos la historia y ahí estuvieron los empleados del observatorio una vez más.
Fue el 11 de agosto de 2020 cuando vimos las primeras noticias de la rotura del primer cable del radar. Esto causó daños en el domo gregoriano y en el plato. Como residentes del barrio Esperanza, hogar del Observatorio, sentimos gran preocupación. No sabíamos si cerrarían el centro, lo repararían, o incluso, si los empleados se verían afectados. En el barrio comenzaron los rumores, pero al preguntarle a los que trabajaban allí, nos decían que todo estaba bien. Más adelante, en noviembre, la meteoróloga Deborah Martorell anunció la propuesta de demolición del radar, ante la reducción de fondos que se estaban dando desde el 2016 por parte de la National Science Foundation. Ante estas noticias y muchos rumores, un grupo de jóvenes científicos se unió y creó un movimiento en las redes sociales bajo los hashtags #SaveTheAO y #SalvemosElObservatorio. Estos se dedicaban a alertar sobre las implicaciones de la desaparición de la instalación. Además, el movimiento buscaba recolectar 100,000 firmas para que la Casa Blanca se expresara sobre la demolición del Observatorio de Arecibo.
Ya se escuchaba en las calles los rumores de la demolición y el cierre del radar, pero el barrio Esperanza no perdía la esperanza de seguir cuidando de su pequeño Gigante. Aquel Gigante que nos regaló por 61 años tanto orgullo, pues su rostro apareció hasta en películas de James Bond y su voz todavía choca en las estrellas.
Aquel martes primero de diciembre, marcó la historia de la ciencia en Puerto Rico y también marcó mi vida, pues los brazos del Gigante habían colapsado. Luego de escuchar los gritos de mi mamá al ver la noticia, salí corriendo y con un nudo en la garganta, me paré frente al televisor. Era real, ya no estaba. Miré a mi hermana y le dije “tengo mi carné de prensa, vamos para allá”. Nos vestimos lo más rápido que pudimos y manejamos para la entrada del Observatorio. No habían pasado ni dos horas del descenso cuando le mostré mi identificación al guardia de seguridad quien me recibió con un “wow, ustedes llegaron rápido” a lo que le respondí con ojos llorosos, “yo vivo aquí”.
Nos dejó pasar, pero no muy lejos, pues no había acceso. “Fui la primera en llegar. Soy la primera periodista aquí”, pensaba mientras capturaba imágenes y tomaba videos del lugar. Imágenes y videos que llegaron hasta el Weather Channel. No estuve mucho tiempo, pues al registrarse movimiento en las cámaras de seguridad, llegó una “jeep” y nos pidieron que saliéramos.
Salimos del lugar y llegamos hasta una zona que sabíamos, podíamos tener una mejor vista. Allí también llegaron familiares de empleados e hijos de ingenieros que ayudaron a construir el centro astronómico. No había mucho ruido, todos guardamos silencio… había luto en aquel lugar. Nadie sabía qué pasaría después del colapso, pero algo sí sabíamos y era que el barrio Esperanza, aun tenía sus esperanzas en aquel Gigante.