Por: Ilian Y. Morales Colón (ilian.morales@upr.edu)
Se fue y no me despedí. La muerte es casi siempre inesperada y no podemos dejar para mañana perdonar a los que queremos. Muchas personas viven con una historia triste desde que son pequeños debido a las ofensas y el maltrato. Recordar con lágrimas en los ojos los malos tratos es muy duro. Creo que, aunque las fallas hayan sido muy terribles, y el sufrimiento arrope cada parte de nuestro ser debemos perdonar para así nosotros poder tener paz interior.
“El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito, bendice al que lo da y al que lo recibe”, dijo una vez Shakespeare. Aunque sea un poco difícil debemos dejar el orgullo y perdonar a las personas cuando están en vida, porque hacerlo cuando ya no están no es el mejor escenario.
Recientemente perdí a mi padre por causas naturales, él y yo no teníamos comunicación. A pesar del daño y los malos ratos que mi padre me causó, sentí remordimiento por no haber hecho las paces a tiempo. Ahora, aunque lamenté que fuera un poco tarde era el momento de perdonar y sanar el alma. No es fácil, pero la paz que brinda es inexplicable. No significa que al perdonar justifiquemos el maltrato y la deshonestidad, pero nos ayuda a liberar el rencor y ver más allá. Yo perdoné a mi padre, pese a que no lo pude hacer verbalmente junto a él, lo hice de verdad y con el corazón.
De los malos tratos aprendí mucho, a salir hacia adelante en las situaciones difíciles, a ser mejor madre y persona: una sensible y a la misma vez muy fuerte. De nosotros depende continuar una vida sana eligiendo las cosas que nos nutran. En un artículo publicado por la “Revista Científica de América Latina y el Caribe”, se indica que el perdón está vinculado con el bienestar psicológico de las personas. Es cierto que cuando se perdona creas una gran paz en tu interior y te sientes mucho mejor psicológicamente.
Hemos sido testigos de la alta incidencia de homicidios que arropa Puerto Rico; todos los días la ola de crímenes crece más. Según una noticia de El Nuevo Día, se menciona que The Economist nombró a San Juan como una de las ciudades mas peligrosas en Latinoamérica y el Caribe, donde el número de homicidios con armas de fuego asciende al 91%.
Esto me ha hecho reflexionar. ¿Y si alguna de las personas que han sido víctimas de esta ola de criminalidad, no había perdonado a un ser querido? ¿O si un ser querido no había perdonado al difunto? Recibir una llamada diciendo que esa persona tan importante en tu vida murió y, que tú no habías perdonado, te destroza el alma.
No importa si fue tu padre, tu hermano, tu amigo o tu pareja, perdónalo. Pregúntate, ¿qué significa para ti esa persona? y ¿cómo te sentirías si la perdonas? Llama, búscala y perdónala. Si no está en vida puedes escribirle una carta y leerla en un lugar que tenga valor emocional o simplemente ir a un área tranquila abrir tu corazón y dejar que todo fluya. Mi mayor consejo es que no esperes a que sea tarde, creo que sería mucho mejor perdonar y ser perdonado en vida para así poder crear nuevos y gratos recuerdos.
En el libro “Perdonar de Robin Casarjian”, se explica que vivir sin perdón es vivir separados de lo sagrado y de los impulsos más básicos del corazón. Entiendo que el perdón es la esencia para entender nuestra verdadera identidad. Sé que por mas alejados que estemos de las personas, siempre estaremos conectados. Para mi la mejor parte de perdonar es sentirme en completa paz y libertad.
