
La ley de gravedad no siempre aplica en todas partes, sobre todo en la ciudad colombiana de Medellín. Aquí, lo que sube, no siempre baja. Cuando Pablo Emilio Escobar, el zar colombiano de la cocaína, gobernaba la Ciudad de la Eterna Primavera a finales de los años setenta y ochenta, los secuestros, desaparecidos y asesinatos se tornaron la orden del día.

Las personas que ascendían las empinadas cuestas de la urbe para llegar a los asentamientos más altos, corrían la mala suerte de no siempre regresar. Digamos que en Medellín, no todo lo que subía, tenía la posibilidad de bajar.

Sus memorias sobre estos años se remontan a las historias de su abuelo, quien en una ocasión se topó con los cadáveres de las victimas de los sicarios tirados en el medio de la carretera, un día mientras conducía. Cuenta Johan que durante el reino de Escobar, los sicarios formaban murallas alrededor de Medellín para obstaculizar el movimiento dentro y fuera de la ciudad. Las personas estaban confinadas a su entorno y el orden civil, la seguridad y la protección a los ciudadanos representaban sueños lejanos para los paisas.

Los primeros pobladores de Bello Oriente llegaron en los años ochenta, provenientes de otras provincias del país y desde siempre han vivido en condiciones que dejan mucho que desear. Escasean servicios básicos como el agua potable y, en el caso de la electricidad, no es constante. Tampoco hay clínicas de salud y las ayudas gubernamentales no dan abasto para las personas que aquí habitan. Por no contar con actividades recreacionales productivas o educativas, los jóvenes se atraen fácilmente por el bajo mundo, la droga y el narcotráfico y, a menudo, caen presas de esta red mortal.

«Aquí siempre habrá guerra porque la guerra es plata y la plata mueve este país», dice Alicia Mosquera, una paisa de 25 años que actualmente cursa estudios de Maestría en el campo de mediación de conflictos y paz, y quien desde hace casi dos años trabaja para la ONG World Vision Colombia como profesional de desarrollo.

En World Vision Colombia todo el equipo comparte la misma opinión de Alicia con relación al objetivo de su trabajo con comunidades vulnerables.
«Siempre hemos apuntado a la construcción de la paz», expresa Alexander Ramírez Posada, coordinador de programación y colega de Alicia.
«Formamos y dimensionamos procesos sostenibles para esta comunidades desde hace cuatro años», añade. El eje de este proyecto es la construcción de la ciudad como gestora de la paz, un concepto que ha hecho eco en las últimas semanas con motivo de la celebración del acuerdo de paz firmado entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), el pasado 26 de septiembre, tras 52 años de conflicto y cuatro de negociaciones.
El 2 de octubre se celebra un plebiscito en el país en el que los habitantes elegirán entre SÍ o NO a las negociaciones acordadas entre el gobierno colombiano y las FARC, que han durado cuatro años en concretarse. Sin embargo, según Lucía Lozano, periodista bogoteña, no se trata de una movida transparente, sino que existen muchos matices y se ha manipulado la opinión publica muchísimo, sobre todo como consecuencia del discurso del ex presidente de la nación, Álvaro Uribe y sus seguidores.


En un esfuerzo por mejorar la imagen de la ciudad de Medellín y promover la cultura, el periodismo y la memoria histórica, se celebra la cuarta edición del Festival Gabo en el Jardín Botánico, un evento organizado por la Fundación Gabriel García Márquez de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que durante tres días reúne a las figuras mas reconocidas del periodismo, la literatura y las comunicaciones.
Del 29 de septiembre al 1ro de octubre, se celebraran talleres, foros, encuentros, exhibiciones de trabajos multimediáticos, de cine y de fotografía. Todas las actividades son gratuitas y abiertas al público.

Según los testimonios de los foristas, Maruja Pachón y su marido, Alberto Villamizar, le propusieron a Gabo en 1993 escribir un libro sobre sus experiencias durante un secuestro que vivieron durante seis meses y toda la travesía que encarnaron hasta su liberación.

Noticia de un secuestro es un vivo ejemplo de cómo García Márquez siempre fue artífice de la paz en Colombia, a pesar de que vivió más tiempo en el exilio que en su propio país. Estaba obsesionado por los detalles, las figuras de poder absoluto, de por reconstruir la historia del narcotráfico colombiano y esta obra pone en evidencia de que a pesar de no haber vivido durante esta época en Colombia, es como si Gabo nunca hubiera abandonado su país.
Su rigurosidad periodística queda evidenciada en estas páginas y aporta un enorme valor histórico a la historia. Uno de dichos valores principales es que la narración carece de una fecha de expiración y veinte años después de su publicación, es extrapolable, sobre todo en el momento histórico que se vive actualmente en Colombia. Representa, desde luego, un legado para el mejor entendimiento de los procesos que se han producido en los últimos 52 años para las generaciones que no lo vivieron.
Durante el foro, Juan Cruz -director de El País-aprovechó el momento para leer un trozo de la obra de Gabo que pone de manifiesto su relevancia, sobre todo en el presente momento de la historia colombiana.

Va mi gratitud eterna por haber hecho posible que no quedara en el olvido este drama bestial que por desgracia es solo un episodio del holocausto bíblico en que Colombia se consume desde hace mas de veinte años. A todos ellos lo dedico y con ellos a todos los colombianos inocentes y culpables con la esperanza de que nunca mas nos suceda este libro.
A pesar de que han transcurrido ya casi dos años del fallecimiento de García Márquez, es como si nunca nos hubiera abandonado. Su voz sigue haciendo eco y siendo extrapolable ahora más que nunca. Queda a la intemperie el futuro de Colombia y es posible que al igual que todos nosotros, Gabo esté también cruzando los dedos en espera de la más ansiada y merecida paz.
