Por: Sara I. Rivera Martínez
Muchos en la sociedad puertorriqueña los llaman “drogos” y “tecatos”, mientras que otros les lanzan ofensas como “vagos” y “mantenidos”. La realidad es que pocos se dan a la tarea de conocer su verdadera realidad alarmante. Puerto Rico consta de unos 3.7 millones de habitantes, según estadísticas publicadas en el 2013, mientras que para este año, la población de puertorriqueños sin hogar era de 1,119 personas.
En el momento en que el Departamento de la Familia efectuó esta contabilización, la población de personas sin hogar incremento en un 34 %, en comparación al año 2011. Si contemplamos los resultados tan recientes como los de hace tres meses las cifras son alarmantes.
En la actualidad muchas personas que viven en la calle quizá estén deambulando por decisión propia, otros porque no tienen opción, aunque todos enfrentan una triste realidad: sufrir el rechazo diario de las personas que los observan en la calle y de sus familias.
Al contemplar ese oscuro panorama, no nos sorprendería saber que la mayoría de las personas que terminan en la calle es a causa de alguna adicción a sustancias controladas. Otro factor que se refleja en las estadísticas, para el año 2013, refleja que los sin techo son producto de un patrones disfuncionales en el ambiente familiar. En comparación con el año 2011, estos casos incrementaron un 6 %. Otras razones por las que se produce esta problemática social son: pérdida de empleo, problemas económicos, problemas de alcohol y salud mental, desahucio, maltrato, violencia doméstica y evasión de la ley, según reveló el Departamento de la Familia, en 2013.
Las causas para deambular no se limitan a las condiciones antes mencionadas. En los últimos años, han surgido casos de estudiantes que recurren a dormir en sus carros, en casa de amigos e incluso en la calle, por la falta de recursos para estudiar y sufragar su hospedaje. Estos jóvenes a pesar de no tener un hogar estable, mientras estudian son estudiantes con buenas notas. De acuerdo a Francisco Rodríguez Fraticelli, director ejecutivo de la Coalición de Coaliciones Pro Personas Sin Hogar de Puerto Rico, Inc., la mayoría de esos casos se han visto en Ponce por ser un pueblo cercano a otras municipalidades con problemas económicos. La familia de estos jóvenes los envían para que puedan mejorar su futuro estudiantil, albergando en esa esperanza hacen de tripas corazones para lograr terminar sus carreras.
La deambulancia no discrimina, se estima que en el 2013, de las 1,119 personas que accedieron a formar parte del conteo, unas 259 lograron al menos un grado de escuela superior. De esta población, también se registró que 141 deambulantes dejaron a medias o completaron un grado técnico o un bachillerato.
Otra alarmante cifra está en el tema de la violencia de género. Las encuestas revelan que en el 2011, de las 832 personas tomadas en cuenta, 100 de ellas fueron víctimas de violencia de género, mientras que en 2013, de 1,119 personas, 131 indicaron que fueron víctimas de violencia de género.
Es muy común que las mujeres sean las que sufran de violencia doméstica y de género. Sin embargo, datos revelan que en el 2011, fueron más los hombres que manifestaron haber sufrido a causa de esta problemática, 54%, en comparación con las mujeres con un 46%.
Ahora bien, miremos a Puerto Rico en el 2015. En el censo realizado en febrero de este año, se contabilizaron 1,871 personas sin hogar.
¿Su realidad?, 115 deambulantes crónicos, 341 víctimas de violencia doméstica y 171 con alguna condición de salud mental. En la formación de este reportaje, aún no se han revelado los datos completos de la encuesta de febrero, por lo que no se puede analizar el incremento de cada una de las variables que ocasionan la deambulancia en la isla.
A pesar de presentar estas cifras, no sería oportuno hablar de las personas sin hogar, si no mostramos quiénes son y porqué están donde se encuentran.
Es cierto que la mayoría de los deambulantes de nuestra isla tienen problemas con el consumo de sustancias controladas, pero no podemos generalizar y debemos entender que cada una de estas personas carga con una historia.
Analicemos el caso de Eva (seudónimo), quien afortunadamente, ya no ronda por las calles. Afirma a sus 40 y tantos años que desde muy joven consumió drogas. Su historia se remonta a los caprichos de su entonces pareja. Comenzó a vender drogas y delante de sus ojos, de la nada estabeventualmente se encontró sumergida en el vicio. Esta situación la condujo a prostituirse para así pagar por la droga que consumía a diario.
Por otro lado, se está presenciando una nueva ola de deambulantes, con un perfil totalmente distinto a la persona sin hogar tradicional. Se trata de jóvenes universitarios que no pueden costear todos sus gastos y recurren a pasar las noches en la calle.
En muestra de esta situación, del periódico El Nuevo Día, en una publicación del pasado año, revela dos casos, los de Laura y Ernesto.
Laura vivió sólo con su madre hasta comenzar la universidad. Fue en ese instante, que su progenitora decidió casarse y vivir con su pareja. Sin que nadie se percatara, Laura comenzó a alejarse de la vida de su familia inmediata porque en el nuevo hogar no había espacio para ella. Al alejarse, comenzó a pernoctar en su auto y lo dejaba estacionado en carreteras aledañas a la universidad.
El diario también relata la historia de Ernesto, un joven proveniente de una familia de escasos recursos. A pesar de recibir ayudas económicas de la institución en la que estudiaba, recurrió a pasar la noche en algún pasillo de su universidad, en su carro o a la intemperie en la plaza pública del pueblo donde estudia.
Además, como esta problemática no discrimina por color, sexo, raza o edad, merece la pena también mencionar el caso de Rafael, un anciano cubano de 80 años que pernocta por más de una década en la Placita de Santurce. El octogenario, relató a El Nuevo Día que llegó a Puerto Rico en los años 80 en busca de trabajo, pero en su estadía en la isla, perdió los papeles de inmigración, lo que lo llevó a vivir en la calle.
Aunque menciona que ha recibido ayuda y que recoge latas para ganarse un poco de dinero, dice que no acepta entrar a un albergue porque tiene dos perritos, que no quiere abandonar.
También en las calles de Puerto Rico podemos encontrarnos con el caso de Francisco (publicado en el blog, Las caras que no ves). Se trata de un hombre que lleva 25 años viviendo en la calle. Lo particular de su relato es que a diferencia de otros deambulantes, no ronda las calles por un problema de adicción a las drogas, sino que fue un abogado que atravesó un proceso de divorcio que lo llevó a perderlo todo, por lo que se vio en la obligación de vivir en la calle.
El ex abogado rememora que ha intentado buscar ayuda, pero que se la han negado por su apariencia y por no tener los papeles que exigen algunas agencias de ayuda.
Casos como los de Eva, Laura, Ernesto, Rafael y Francisco son algunos que abarcan el panorama de nuestra isla durante muchos años. Agraciadamente hay organizaciones sin fines de lucro que se encargan de saciar algunas de las necesidades de este sector de la sociedad que aumenta cada año.
Luz al final del túnel
Todos los ciudadanos tenemos derechos que no se nos pueden transgredir, y las personas sin hogar no son la excepción. La Constitución de Puerto Rico declara en el Artículo 2 Carta de Derechos, que toda persona tiene derecho a un albergue que les provea buenas condiciones sanitarias y a recibir servicios de comida tres veces al día, ajustadas a las necesidades de cada individuo. También dicta, que se debe recibir de forma preventiva cuidado médico, orientación y acceso a ayudas que puedan resultar en su beneficio, protección contra maltrato y orientación para hacer buen uso del dinero.
Pero, ¿estarán las agencias de gobierno llevando a cabo el proceso de ayuda de la manera correcta? Esta interrogante surge tras observar una cifra del conteo de 2013 que proyecta que la mitad de los encuestados de esta población no confía en las agencias del gobierno que tienen la responsabilidad de ayudarlos.
Casos como los de Francisco y de otras personas, nos presionan a pensar en la interrogante antes planteada, que es muy complejo el proceso de solicitar ayudas. Muchas de estas personas no poseen documentos de identificación, pues llevan demasiado tiempo en las calles y tampoco cuentan con el dinero para solicitar sus papeles nuevamente, otros simplemente son rechazados y no reciben ayuda para salir de su condición.
Ciertamente, si no fuera por entidades sin fines de lucro muchos de ellos no tendrían un plato de comida al día, o los servicios médicos que son obligatorios bajo la constitución de Puerto Rico.
Agraciadamente, en el país existen varias organizaciones que luchan por hacer todo lo que esta a su alcance para ayudar a esta población. Tal es el caso de Coalición de Coaliciones que atiende a las personas sin hogar de la zona sur de la isla. Además existen otros programas de ayuda como la Fondita de Jesús e Iniciativa Comunitaria.
Iniciativa Comunitaria, tiene como meta “acompañar solidariamente a la comunidad en su desarrollo y transformación. Abogamos porque se reconozcan y se respeten los derechos fundamentales de la comunidad y sus individuos. Proponemos e impulsamos una política pública inclusiva sensible y comprometida con lograr calidad de vida, convivencia saludable y armoniosa sobretodo en seres humanos que sufren exclusión social”.
En su intento de ayudar a los desventajados, Iniciativa Comunitaria cuenta con un proyecto llamado Operación Compasión, o rondas nocturnas en las que brindan alimentos y curan a los deambulantes con alguna condición o usuarios de droga.
Por otra parte, también hacen rondas distintas organizaciones como Vida Lejos del Semáforo y Huellas Urbanas, que atienden a personas en la zona norte y oeste de la isla. Pero esto no es solo una labor de esos grupos designados para estos fines, sino que ciudadanos también llevan comida y artículos de primera necesidad a las personas en las calles.
Este es el caso de Miguel. Un joven de unos 25 años que hace aproximadamente tres años brinda comida a los deambulantes de la plaza de Arecibo. Todos los viernes, a las seis de la tarde, todos los que deambulan cerca de ese lugar, lo esperan con la alegría de que recibirán un plato de arroz con habichuelas.
Del mismo modo, alrededor de la isla, hay muchos albergues que hospedan durante todas las noches a cientos de deambulantes. El único fallo es que como dice la canción, “ no hay cama pa’ tanta gente”, debido al incremento de este particular, los albergues destinados a este fin no dan abasto. Es ahí, que surge la queja de las personas sin hogar, “muchos de estos lugares no están en condiciones óptimas para recibirnos”.
Otra esfera de la sociedad que juega un papel importante en la ayuda a las personas sin hogar, son los grupos de evangelización de las iglesias. En la mayoría de los pueblos, existen iglesias que se dedican a preparar comida y recoger productos de primera necesidad, como ropa y zapatos.
Una de ellas es la Iglesia Red de Amor, en Hato Abajo, Arecibo. Esta iglesia se encarga de visitar las calles, las cárceles y hogares de mujeres y niños maltratados. En el caso de los deambulantes, cada cierto tiempo llevan comida, ropa y zapatos a la plaza de ese municipio.
Lo que preocupa en realidad es si existen fondos asignados a estos fines en cada municipio.
Alberto Rosario, líder de la oficina de Iniciativas de Fe y Bases Comunitarias, de Arecibo, expone que: “Hay fondos para atender esta población, pero son limitados, se necesita gente que trabaje sin importar el presupuesto existente para esta labor”.
Sin duda, Puerto Rico atestigua una gran necesidad en la población de personas sin hogar. Ante este panorama tan complicado, se torna la obligación de nosotros, los ciudadanos, extenderle una mano y brindarles ayuda. Quizás no poseamos dinero para suplir todas sus necesidades, pero sólo escuchándolos y buscando los medios pertinentes para saciar su necesidad, contribuiremos grandemente a que esta población pueda disminuir.