
La sala está en penumbra. El televisor derrama luces doradas sobre las paredes mientras las finalistas esperan tomadas de la mano. La música sube, el público grita, las cámaras tiemblan un poco al buscar el ángulo perfecto. Me inclino hacia adelante sin darme cuenta, con el corazón apretado en un puño invisible. Y entonces, sobre ese escenario que parece flotar, escucho la frase que corta la noche en dos: “And the new Miss Universe… is Mexico.”
La frase atraviesa la pantalla y se asienta en mi sala como un eco inesperado. Afuera todo sigue igual, pero aquí adentro algo se detiene. El público aplaude, las luces giran, las cámaras celebran… y yo solo siento el silencio después del anuncio. Un silencio fino, tenso, casi frágil.Porque no escucho el nombre que espero.
No escucho “Puerto Rico” en el Top 5.
No escucho a Zachely.
Conozco cómo funciona el sistema desde adentro. He estado con la organización de Miss Universe Puerto Rico, he visto cómo cada detalle se mide, cómo cada candidata da lo que puede, y cómo muchas veces ese esfuerzo se mide de formas que nadie ve. Por eso la historia de Zachely siempre me impactó. Llegó al casting sin dinero para siquiera pagar la inscripción. Solo tenía una ilusión y determinación. Mientras otras chicas entraban con estilistas, fotógrafos, maquillistas o asistentes, ella llegó sola. Y aun así, clasificó. Y no solo eso: se ganó el cariño del público y el respeto de quienes vimos su disciplina.

Zachely Alicea – Miss Puerto Rico backstage
Verla fuera del Top 5 me hizo pensar en lo que pesa un sistema cuando no siempre juega limpio. Porque si una mujer como Zachely, que no depende de contratos ni de padrinos, logra llegar a la plataforma más grande del mundo solo con su esfuerzo, ¿cómo se le explica a ella y al público que podrían existir influencias que distorsionen la competencia?
Mi madre, como muchos boricuas y personas alrededor del mundo, decidió dejar de ver el certamen en cuanto sintió la indignación de ver a su candidata quedar rezagada. No fue la única. Y mientras ella se levantaba del sofá diciendo que “hasta aquí llegó”.
Mi madre, como muchos boricuas y personas alrededor del mundo, decidió dejar de ver el certamen en cuanto sintió la indignación de ver a su candidata quedar rezagada. No fue la única. Y mientras ella se levantaba del sofá diciendo que “hasta aquí llegó”, pensé en algo inevitable: ¿cuánto afecta ese gesto —aparentemente pequeño— al streaming y al negocio que sostiene a Miss Universo? Porque detrás de cada desconexión hay un mensaje, y detrás de cada mensaje, un sistema que empieza a resentirse.m
A veces escucho que los certámenes son superficiales. Se dice rápido, casi con desdén, como si todo se redujera a brillo y cámaras. Pero detrás de cada candidata hay historias que no salen en televisión: familias organizándose como pueden, amigas prestando vestidos, pequeños negocios que patrocinan con lo poco que tienen, jóvenes trabajando horas extras para costear un maquillaje o un traje que quizá usen solo una noche.
Zachely empezó así. Improvisando. Armando un equipo sobre la marcha. Con hambre de representar y una disciplina que no depende de contratos, sino de convicción. Por eso, cuando escucho la palabra “fraude”, no pienso en tecnicismos. Pienso en ella. En lo injusto que es que un sistema opaco le falte el respeto a historias como la suya.
Y ahora que comienzo mi propio camino como candidata en certámenes, lo entiendo de otra manera. Ya no lo observo desde afuera: yo soy una de ellas. Vivo el estrés de los preparativos, las noches sin dormir, la presión del vestuario, los mensajes de apoyo que sostienen, los recursos que no siempre alcanzan y aun así se buscan. Sé lo que cuesta pararse en un escenario sin garantías, solo con el corazón lleno y la esperanza de hacerlo bien por tu gente.
Cuando una competencia no es transparente, no solo traiciona reglas: traiciona vidas, sacrificios, ilusiones que se han construido a pulso.
