Por: Alejandra Pagán (alejandra.pagan3@upr.edu)
Muchos son los que disfrutan ver un certamen de belleza, pero pocos conocen lo que acontece detrás de las cámaras y en la mente de quien compite por el título. ¿Será posible presentar esta realidad al espectador o se necesita pasar por la experiencia para realmente entenderla?
Abrí los ojos y la adrenalina me invadió en cuestión de segundos. La vida de alguien iba a cambiar y no podía evitar cuestionarme si sería la mía.
Me levanté de la cama del hotel que nos había acogido a mí y al resto de las 28 mujeres que competían por el título de Miss Universe Puerto Rico 2018. Luego de prepararme con rapidez en ese frío cuarto, salí a la única oportunidad de corregir algo antes de que el país nos viera en vivo. Era hora del ensayo final.
Tras llegar al Centro de Bellas Artes de Puerto Rico, era evidente que en unas horas saldríamos al aire. La entrada al lugar era mucho más restringida y los carnets con la palabra staff o all access indicaban a las personas hasta qué punto podían llegar con eso que les colgaba del cuello. Ingresé a la sala y las grandes pantallas en la tarima, los bailarines y las butacas vacías aumentaban las palpitaciones de mi corazón.
Practicamos el concurso de arriba a abajo, haciendo énfasis en las posiciones que debían ocupar las dichosas en ser escogidas en el top 16. El coreógrafo del evento nos recordaba en repetidas ocasiones los tiros de cámara y que debíamos estar concentradas. Todo era por conteo, desde los pasos que debíamos dar, hasta los segundos que teníamos que posar frente a la cámara.
“Si la gente supiera todo esto”, pensé.
Practicamos la ronda de preguntas y de casualidad fui escogida en el top tres. Por esa razón, tocó pararme en el medio de ese reconocido escenario para que Jaime Mayol hiciera una pregunta de práctica. Parada derecha, miraba con dificultad las cientos de butacas vacías que estaban frente a mí, y que en un par de horas iban a estar ocupadas por amigos, familiares y reconocidas personalidades. Temblé.
«¿Cómo se llaman tus perros?» Esa fue la tonta pregunta de práctica hecha por el coanimador de tan esperado evento, pero que me dificultaba pronunciar las palabras. La contesté y continuamos con el ensayo, pero cuestionaba cómo iba a salir airosa de la ronda de preguntas.
Una vez culminado el ensayo caminé al camerino asignado. Teníamos una cantidad de horas en específico para que llegaran nuestros maquillistas y estilistas para que hicieran su trabajo. Mientras estaba en el proceso de arreglo del cabello tenía la mirada fija en el espejo, a la vez que pensaba qué preguntas podían hacer esa noche. ¿Política, educación, leyes?
Recordaba que, cuando las personas escuchan las palabras “concurso de belleza”, inteligencia no es la primera palabra que viene a sus mentes. Sentada en aquel camerino, opté por tomar el teléfono para leer las noticias del momento. Debido a los ensayos, no había estado muy pendiente al teléfono y estaba aislada de la realidad, al menos así se sentía. Me detuve y pregunté si un bombardeo de noticias minutos antes de salir al escenario sería realmente beneficioso. Contesté que no, y devolví el teléfono a su lugar.
Con el paso de las horas el camerino estaba repleto de bultos, maquillajes, zapatos y tags con los pueblos de cada una. Apenas había espacio para poner los pies en el suelo. Se respiraba tensión y hairspray, mucho hairspray.
Faltaban unos 30 minutos para las ocho de la noche, nos tocaba ir al escenario. En cada oportunidad que tenía repasaba qué cosas debía llevar. Hacía la siguiente lista mental: cinta, traje de baño, tacos, pantallas de traje de baño, traje de gala, accesorios del traje de gala y otros elementos de ser necesarios. Si eras llamada al top 16, salías en vivo con lo que te llevaras. Si dejabas algo en el camerino lo podías dar por perdido, porque no volverías allí hasta que coronaran a la nueva Miss Universe Puerto Rico 2018.
Caminé hacia el backstage donde nos unimos todos para hacer el tan conocido prayer circle. Las lágrimas no faltaron, aunque no se sabía realmente su causa. Quizás era porque meses de trabajo llegaban a su fin.
A 15 minutos de comenzar, posicionada detrás de la pantalla que me ocultaba del público, reflexionaba sobre el camino recorrido. Cuando había comenzado, no tenía ni dinero para inscribirme en la competencia. Había usado ropa de mi prima para conferencias de prensa y vendido hasta pasteles para costear los gastos que requiere una participación como esa. Y ninguna de esas cosas me causaban vergüenza, al contrario, eran motivo de orgullo. El miedo estuvo presente, pero la meta se fue logrando en el camino. Agradecí a Dios por las personas que habían llegado para dar apoyo y más que todo, lecciones de vida.
Miré alrededor, y habían llegado las invitadas especiales. A la izquierda estaban Zuleyka Rivera, Denise Quiñones, Dayanara Torres y Deborah Carthy-Deu. Esas mujeres que la Isla conoce muy bien.
“Hoy una de nosotras será como ellas”, pensé.
Me asomé por el lado para poder ver las butacas de la sala, esta vez ya ocupadas por cientos de duros críticos.
Volví a mi lugar, respiré, y recordé que el valor de una persona no se decide en una noche, y que lo más importante en ese momento era disfrutar del trabajo ya hecho. Habían pasado semanas de crecimiento, aprendizaje y madurez que evidenciaban que belleza e inteligencia no son antónimos.
Eran las ocho de la noche. El show acababa de comenzar.