El 20 de septiembre de 2017, el Huracán María atacó la vida de todos los puertorriqueños con una fuerza devastadora, creando un antes y un después en la historia de nuestra isla. Como un huracán de categoría 5, María azota a Puerto Rico con vientos de aproximadamente 250 kilómetros por hora, provocando una destrucción masiva.
Dos días antes pude ver en los supermercados y gasolineras la mezcla de emociones del pueblo puertorriqueño. En las filas de ambos lugares algunas personas tomaban con seriedad este suceso que estaba por ocurrir mientras que habían otros que no. Fue precisamente en esa fila del supermercado, que pude escuchar a un señor, muy confiado en que el ojo del fenómeno tomaría otro rumbo. “Ya tu verás que este huracán va a ser como el anterior, que dará un giro y se irá.”
Pero dentro de toda esta bravura y sobre confianza boricua, yacía también una fragilidad y doble moral. Mientras llenan los dos «candungos» de gasolina y el carrito de compras hasta el tope de alimentos para sobrevivir, nos preguntamos: ¿hasta cuándo tendremos que ser resilientes?
Al día siguiente, los personas iban a por sus últimas compras. Entré nuevamente a supermercados, colmados, panaderías y se podían ver las góndolas vacías, debido al desespero de las personas. Luego llega el 20 de septiembre, el día grande, un día que no se podía ver, pero sí se podía sentir un ambiente cargado de estrés, angustia y miedo.
A eso de las 6:40PM, María entró por los pueblos del área noroeste, específicamente, el municipio de Isabela. La efectividad del sistema eléctrico apenas perduró tres minutos, antes de que la ira de María nos arropara y las redes de comunicación quedaran muertas. El impacto de María fue inmediato y brutal, consigo trajo fuertes ráfagas de viento que sonaban cómo un pitillo o como una bruja riéndose de todos nosotros. Además trajo aguas tan potentes, que parecían un maremoto aereo.
En medio de la furia que María empleaba, vi cómo descarriló un portón por completo de su vía dejándolo de manera diagonal. Siento que mis pies empiezan a enfriarse, debido a que las aguas de las fuertes lluvias empezaron a inundar el hogar. Junto a mi madre, tuve que empezar a secar el agua y colocar varias toallas en las puertas de tela metálica y en las ventanas del hogar para evitar mayores daños a la propiedad.
Afortunadamente, todo tiene su final, pues al cesar los fuertes vientos y lluvias, decidí salir de la casa. El abrir la puerta y mirar el patio posterior, vi árboles caídos y arrancados de raíz, los restos de un canasto de baloncesto y numerosos aguacates prematuros en el piso, junto a ramas, hojas, troncos.
Luego decidí montarme en el vehículo, a ver el resto del municipio y lo que se podía ver era una poda natural, desordenada y peligrosa. Postes de madera rotos y sostenidos de cables, letreros viejos de campañas políticas y negocios en la carretera y muchas ramas de árboles. Casas de madera desvanecidas y hogares fortalecidos, que aún así fueron destruidos. Los daños materiales fueron innumerables. En el transcurso nos enteramos que no solo hubo daños materiales, sino que también hubo costo humano devastador. Precisamente, 4,645 personas perdieron la vida directa o indirectamente por María.
La respuesta al desastre fue lenta y caótica. La falta de coordinación entre las autoridades locales y federales causó que la distribución de ayuda humanitaria fuera más tardía, dejando a miles de personas sin acceso a comida, agua y medicamentos. Por suerte, el gobierno municipal respondió de inmediato, no obstante, el daño aún se sintió hasta el centro del corazón del pueblo.
El huracán María nos puso a prueba a todos y nos dejó ver la profunda vulnerabilidad de Puerto Rico. A pesar de todo, el espíritu del pueblo se mantuvo con fuerza y comunidades enteras se unieron para apoyarse mutuamente, organizando esfuerzos de limpieza y reconstrucción en forma de brigadas.
Aquellos vecinos que contaban con los beneficios de tener plantas eléctricas, proveían extensiones para poder cargar enseres. Vi de antemano, vecinos entrando a mi hogar para realizar podas y ofreciendo comidas o especias para poder cocinar. También se compartían espacios en neveras que se mantenían conectadas por generador, para poder enfriar alimentos de importancia.
María nos transportó de vuelta a la época pre digital, de los años setenta y ochenta. Nos restringió la tecnología y aumentó la comunicación presencial entre personas. Se estar pegados a la pantalla, los niños jugaban ahora afuera haciendo deportes y corriendo bicicleta. Aparte de lo demoledor, prefiero recordar a María como la mayor catástrofe que fue capaz de sacar lo mejor de cada uno de los puertorriqueños.
Tardó de tres a cuatro para volver a la normalidad y que llegara la luz, aunque el proceso en cada municipio fue diferente. Dentro de todo, luego de este suceso hubo un efecto primavera en el que intentamos renacer y florecer en una nueva sociedad y una nueva manera de ser.
María brindó varias lecciones de vida dentro de todo, uniendo a un pueblo que se encontraba anestesiado de empatía y donde impera el individualismo. A día de hoy, las huellas del huracán María siguen vigentes en Puerto Rico. María nos marcó a todos. No obstante, también sirvió como un recordatorio de la fuerza y la felicidad que el pueblo puertorriqueño pudo recuperar y generar.