La magia que ve Myrna no ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Más allá de ser una líder comprometida con su barrio Islote y vigilante de las costas arecibeñas, es ella, quien como una madre dedicada, va temporada tras temporada en busca de un hábitat mejor para las tortugas marinas.
Sus manos palpan la arena en horas de la madrugada y sus piernas recorren kilómetros de la costa norte de Puerto Rico, de Camuy a Barceloneta, durante la temporada de marzo a agosto. Myrna va en busca de las huellas que dejan los tinglares. En ocasiones, esa huella parece un mandala dibujado en la arena, en otras, es evidencia de un nido que contiene alrededor de 80 huevos: algunos con embrión y otros, sin. Esto, la tortuga lo hace para proteger a sus crías de depredadores.
Dicha tarea requiere de gran fuerza física, energía que en ocasiones se agota. A sus sesenta y tantos años, Myrna mantiene un compromiso genuino y una tenacidad por lo que hace. Desde hace 13 años es directora del proyecto Yo Amo El Tinglar, una organización sin fines de lucro comprometida con la protección y el monitoreo de playas de anidación de tortugas marinas, con sede en el sector Caracoles de Islote.
“Las tortugas salen de la arena por el nido y llegan al mar en la madrugada. Por la mañana, se excava”, explica.
Myrna Concepción reside entre dos reservas naturales: la Cueva del Indio, zona con la mayor cantidad de petroglifos en todo el Caribe y rica en historia, y el Caño Tiburones, donde habitan especies únicas y su lugar predilecto para hacer paddel board.
Trayectoria
Inició su trayecto primero como voluntaria, posteriormente nombrada coordinadora del proyecto. Yo Amo el Tinglar, cuyo nombre oficial es Comité Arecibeño para la Conservación de las Tortugas Marinas.
“Siempre he sido una persona que le encanta la naturaleza y los animales”, admite.
A pesar de que no tiene formación académica en el campo de la biología marina, el deseo genuino de aprender, le ayudó a dirigir esta iniciativa. Observar por primera vez un tinglar, una de las especies de tortugas en peligro de extinción, de unos cinco a seis pies y unas 500 a 1,400 libras aproximadamente, “es como del tamaño de un Volky (Volkswagen)… es impresionante”. Encima, otro dato peculiar, es que las tortugas que llegan a anidar en estas costas, son aquellas que también nacieron allí. Es decir, el anidaje representa un retorno para ellas.
La temporada del 2011 marcó el comienzo para Myrna. El interés que mostraba era notorio, y gracias a eso, el coordinador anterior, Javier González Bauzá, le pasa el batón solo por un tiempo determinado. Al principio se negó, pero ella tenía la capacidad para ser autodidacta y dedicarse de lleno a esta misión. Myrna es el timón principal de Yo Amo el Tinglar y recibe estudiantes voluntarios que le asisten en estos recorridos en los que se identifican los nidos en un intento por proteger la preservación de las criaturas.
“Vienen cuatro especies, hay que leer e investigar sobre ellas, aunque no sepas mucho, investigar”. Las costas de Arecibo, en particular las de Islote, tienen regiones que son muy activas durante la temporada por lo que, el compromiso es importante mantenerlo.
El aprendizaje y la disposición a dar el máximo son clave para formar parte del grupo.
Desafíos y retos
Existe un reto particular para Myrna y los voluntarios que la asisten, ya que los visitantes de Islote pueden complicar la labor realizada por el grupo. En la conversación, Concepción contó que lo más difícil de este voluntariado que nace por el amor a contribuir a mejorar un poco nuestra casa, son los seres humanos. “No es un trabajo fácil… cuando se trata con la gente”. Hace falta conciencia para respetar las zonas de anidaje y reducir la contaminación que pone en peligro este proceso.
Educar a una comunidad y preparar profesionales es otra parte esencial de su trabajo, que en ocasiones se ve empañado por personas inescrupulosas y por la contaminación en general: lumínica, sonora y de desperdicios sólidos. “Lo estamos viendo en todo Puerto Rico, pero tenemos que proteger esta costa. El peor depredador de las especies es el ser humano”, añadió.
“La gente se cree que esto es solo por las tortugas, pero esto es por mucho más”, mencionó. Bien sabemos que la desforestación es uno de los factores que afecta los ecosistemas marinos y es por esto exhorta a preservar la vegetación playera. Con esta misión en mente, Myrna realiza talleres en escuelas y recibe visitas de estudiantes de instituciones, como la Escuela Angélica Gómez, única escuela operante en el barrio. Esto brinda oportunidad para más aprendizaje de la niñez.
Una conexión única
Levantarse temprano no serviría de nada sino lo hiciera por amor y protección, como una madre a sus hijos. Aunque no tiene hijos biológicos, es matriarca de un ejército de especies que la esperan y dependen de ella para sobrevivir.
En ocasiones llega a encariñarse de algunas tortugas, como fue el caso de Hoyito, quien robó su corazón inmediatamente cuando llegó a las costas del barrio. Emocionada mientras recordaba la anécdota, lágrimas brotaron desde el verdor de sus ojos al contar la historia.
13 años no han pasado en vano y cada diez se disfruta el regreso de las pequeñas “niñas”, que un día partieron rodando por la arena con el baile de las olas. Tiempo que Myrna observa con detenimiento y ve el fruto de su labor. Esa que no buscó, y que no imaginó sería el impacto de una comunidad entera, que se enorgullece cuando llega la tortuga, cuando se van los neonatos en ruta a su proceso de vida y lucha ante las injusticias.