Por: Raquel Quiñones Martínez (raquel.quinones2@upr.edu)
Desde pequeña siempre he escuchado el refrán: “Estoy como coco, pero no rancio”, expresado casi siempre por personas mayores de edad, refiriéndose a que aún se sienten fuertes a pesar de todo. La discriminación que viven las mujeres de 50 años o más en el ámbito laboral es un tema muy poco hablado que merece la pena ser visualizado.
El porcentaje actual de población femenina en Puerto Rico es de un 51.9%. Somos más. Somos las que vivimos más años, pero cuando hablamos de la vejez reconocemos que muchas mujeres viven y enfrentan las peores condiciones. Encima de eso, se topan aún una mirada tradicional y discriminatoria.
En el mes de marzo se habla mucho sobre la mujer y su contribución a nuestro desarrollo y bienestar desde generaciones pasadas hasta la actual. Sin embargo, se ha visto que cuando se trata de las aportaciones de las mujeres mayores se habla poco o nada. Es irónico cuando una mayor cantidad de mujeres mayores ha logrado cambios y son las responsables de las grandes contribuciones sociales.
Según las estadísticas, la participación de la mujer de 50 años o más en la fuerza laboral ha disminuido en un 33.2 %. Traer el tema de cómo envejecer a discusión es vital porque es un hecho que nos afecta a todos.
Envejecer siendo mujer es un camino arduo, porque implica resistir y oponerse a una cultura machistanque enfoca su atención en el antienvejecimiento y con maneras de pensar, sentir y actuar que mantienen peores condiciones en la vejez. Si hacemos una revisión de las mujeres mayores en nuestra familia y la comunidad, podemos conocer a alguna que en sus trabajos y aportaciones no se le valoriza o se hacen invisibiliza.
Se ha evidenciado que los empleados mayores, especialmente las mujeres, pueden contribuir a las empresas mejorando los resultados y la cultura laboral. Entonces, ¿por qué alimentar la desigualdad de oportunidades para las mujeres mayores? En primer lugar, hay que tener en cuenta que las mujeres mayores sufren el impacto de dos factores que coinciden: por un lado está el asunto del sexismo y por el otro el discrimen por edad o edadismo.
La combinación de ambos les invisibilizan y perpetúan la desigualdad de género, impactando su bienestar, autoestima, derechos y oportunidades en los ámbitos emocionales, sociales, familiares, legales, financieros y salubristas. Asimismo, los servicios provistos por organizaciones gubernamentales y sin fines de lucro y privadas son a menudo, escasos.
Según los datos sobre la población de Puerto Rico mas recientes del Census.gov destacan que la población de adultos mayores sigue en aumento y hoy en día hay mucho más mujeres de 50 años o más que nunca antes.
Los avances de la mujer de 50 años o más se observan en el campo del saber, de la ciencia, la política y en el campo laboral. A pesar de haber igualado e incluso superado el nivel educativo de los hombres en muchos casos, las mujeres siguen estando sobre representadas en empleos de menor remuneración. No obstante, las mujeres mayores siguen trabajando, capacitándose, formándose y empoderándose.
Nuestra sociedad parece no darse cuenta de esto. El cambio tiene que comenzar desde las estructuras gubernamentales, privadas y sociales sobre la inclusión, equidad e integración de la mujer adulta mayor en la fuerza laboral.
Es necesario y tenemos que concientizarnos y estar mas que claros de que el tema de la edad no debería ser un obstáculo, sino tomarse en cuenta como un valor agregado. Se ha probado que existe un beneficio claro para las empresas y la economía en general de tener una fuerza laboral diversa en edad. La solidaridad entre las mujeres es clave en el proceso de envejecer. Hagamos posible que mujeres jóvenes y mayores se organicen, se apoyen y sean grandes aliadas en pro de un buen envejecer, liberándonos del sexismo y el discrimen por edad.