
Texto: Carla Zeno González
Video: Daniel A. Ruiz Quiñones
La exposición temprana y prolongada a internet y redes sociales está dejando huellas visibles en el desarrollo cognitivo y emocional de niños y jóvenes.
Una madre residente de Arecibo relató que su hijo comenzó a utilizar una tablet antes de los tres años para entretenerse en casa, hábito que, con el paso del tiempo, se convirtió en el eje principal de su rutina diaria y modificó su comportamiento. Según explicó, el menor imita conductas vistas en videos, presenta hiperactividad persistente, dificultad para concentrarse y menor interés en actividades sociales.
Su experiencia coincide con casos recientes observados en la región norte del país, donde profesionales de la salud han identificado patrones similares vinculados a la estimulación digital constante desde edades tempranas. La situación, que comenzó como apoyo tecnológico para el entretenimiento, ahora es motivo de consulta clínica y de preocupación familiar debido a cambios en el estado emocional del menor. Este panorama doméstico se inserta en una tendencia que ha tomado fuerza en Puerto Rico, donde, según la Organización Mundial de la Salud, el uso digital en menores de 8 a 17 años aumentó un 30% en los últimos cinco años y, según el Instituto de Estadísticas, el 92% de los jóvenes tiene acceso propio a internet.
En el área del desarrollo del lenguaje, la terapista del habla Cristhia Pagán, quien atiende población infantil en su oficina ubicada en la zona norte, explicó que muchos niños llegan a la etapa escolar con vocabulario por debajo de lo esperado debido a que el contenido digital sustituye experiencias esenciales para la adquisición lingüística.

“Los niños llegan con una falta de vocabulario para su edad”, expresó.
Pagán relaciona este retraso con el uso digital sin supervisión, en el que el contenido digital rápido sustituye experiencias reales y concretas necesarias para el desarrollo del lenguaje. Los signos de alerta, explica, incluyen “falta de memoria, retraso en vocabulario y poca tolerancia a la frustración”.
Desde la perspectiva de la salud mental, la psicóloga Janet Cajías Ramos describe un panorama preocupante. Explica que la constante exposición a videos cortos, estímulos rápidos y recompensas instantáneas está modificando cómo los jóvenes procesan sus emociones.
“Los videos cortos acortan su tolerancia. En la escuela se aburren más rápido”.
Sin embargo, para Cajías el problema va más allá de la atención: afecta directamente la construcción de la autoestima.
“Si no enseñamos que el valor viene de adentro, la opinión de los demás va a tomar control de cómo el niño se percibe”.
La experta advierte al referirse a la búsqueda obsesiva de validación digital, como ‘likes’ o comentarios.
También alerta sobre el impacto del uso nocturno de pantallas en la salud mental infantil. El mal sueño puede estár relacionado a un aumento en irritabilidad, ansiedad, dependencia emocional del dispositivo y dificultades para regular impulsos. Para ella, la tecnología no es una amenaza en sí misma, pero sí lo es cuando se convierte en el principal espacio de interacción emocional de un niño que aún no domina cómo manejar frustración, rechazo o comparación social.
Desde una mirada neurológica, el director del Memory Care Center en Arecibo, Javier González, explica que las pantallas alteran el mecanismo natural de recompensa del cerebro joven.

“El uso prolongado afecta la atención sostenida y altera los mecanismos de recompensa, porque el cerebro está buscando ese hit dopaminérgico constantemente”.
Según González, aunque no existe evidencia de un daño estructural permanente, sí hay riesgos reales en la maduración de la corteza prefrontal, área responsable del control de impulsos y la regulación emocional.
Este fenómeno responde a un contexto global documentado por la Organización Mundial de la Salud, que reporta entre seis y nueve horas diarias de exposición digital entre menores. Si bien la tecnología es parte integral de la vida moderna y constituye una herramienta poderosa, los expertos coincidieron en que la clave no es eliminarla, sino regularla.
Supervisión activa, límites claros, balance entre actividades físicas y digitales, horarios de descanso y diálogo constante fueron algunas de las medidas recomendadas para proteger el desarrollo neurológico y emocional. Los especialistas hacen énfasis que, aunque la tecnología ofrece oportunidades educativas, su uso sin control puede convertirse en el principal espacio de interacción emocional del niño y desplazar experiencias necesarias para su maduración. En una era donde el algoritmo compite con la realidad, la pregunta no es si los jóvenes deben usar tecnología, sino cómo y cuánto. Esa decisión afirman los profesionales consultados será determinante en la salud emocional y cognitiva de una generación que crece inmersa en estímulos digitales continuos.
