
Cuando se habla del deporte en Puerto Rico, solemos recordar los grandes triunfos de nuestros atletas que han puesto la isla en el mapa internacional. Adriana Díaz, con su raqueta de tenis de mesa, J.J. Barea, con su Campeonato mundial de la NBA y Mónica Puig, con su medalla olímpica en tenis, han demostrado que los sueños de grandeza son posibles, incluso viniendo de un país pequeño y con recursos limitados. Sin embargo, detrás de estas historias inspiradoras se esconde una realidad preocupante: la infraestructura deportiva de Puerto Rico, en especial los gimnasios, que están en un estado alarmante de incumplimiento y descuido.

El Departamento de Recreación y Deportes (DRD) confirmó que más del 90% de los gimnasios en la isla incumplen con requisitos de ley. Esta cifra indica que prácticamente la mayoría de los espacios donde los jóvenes y adultos deberían entrenar carecen de lo básico para operar legalmente. Entre las deficiencias más comunes se encuentran la falta de endoso del DRD y la contratación de entrenadores personales sin licencia emitida por el Instituto Puertorriqueño para el Desarrollo del Deporte y la Recreación. Dicho en palabras sencillas, estamos dejando en manos inexpertas o no certificadas la preparación física de nuestros ciudadanos.
El problema no se limita a los trámites burocráticos. También se señaló que muchos gimnasios no mantienen condiciones adecuadas de limpieza ni de mantenimiento. Esto no es un simple detalle estético; hablamos de lugares donde la salud debe estar en el centro, pero que se convierten en focos de riesgo por equipos dañados, higiene deficiente y espacios inseguros. Si lo pensamos con seriedad, ¿cómo podemos aspirar a formar a los atletas del mañana cuando ni siquiera garantizamos un ambiente digno para su desarrollo físico?
El contraste resulta chocante. Mientras celebramos a figuras como Adriana Díaz, J.J. Barea y Mónica Puig, quienes a base de esfuerzo y disciplina han alcanzado la gloria deportiva, la infraestructura local parece dar la espalda a la próxima generación. Estos atletas son ejemplos admirables, pero también excepciones que lograron brillar pese a las limitaciones del sistema. La pregunta incómoda es: ¿cuántos talentos hemos perdido por no tener las instalaciones adecuadas, por no contar con entrenadores preparados o por exponer a nuestros jóvenes a espacios en condiciones deplorables?
Un gimnasio no es solamente un lugar para levantar pesas o correr en una caminadora. Es un espacio de formación, disciplina y crecimiento personal. Allí se siembran los valores del esfuerzo, determinación y el trabajo en equipo. Por eso resulta tan grave que, en Puerto Rico, la mayoría de estos lugares no cumplan con lo que la ley exige. No hablamos de un capricho legalista, las regulaciones existen para proteger a los usuarios, garantizar que los entrenadores estén preparados y que los espacios sean seguros.
Además, este incumplimiento no puede verse solo como responsabilidad de los dueños de gimnasios. El DRD tiene la obligación de fiscalizar y velar porque la ley se cumpla, pero ¿qué pasa después de publicar un informe tan alarmante? De nada sirve señalar la magnitud del problema si no se toman medidas firmes y consistentes para corregirlo. Apoyar a los atletas no es solo celebrarlos cuando ganan medallas; es construir las condiciones para que el deporte florezca desde sus inicios.
El tema va más allá del alto rendimiento. Los gimnasios cumplen un rol fundamental en la salud pública. En un país donde los niveles de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares son preocupantes, contar con instalaciones seguras y entrenadores capacitados es una inversión directa en la calidad de vida de la ciudadanía. Cuando se descuida este sector, no solo se limita la formación de atletas de élite, también se perjudica el bienestar general de la población.
La ironía es evidente, Puerto Rico produce atletas de clase mundial que inspiran a miles de jóvenes, pero al mismo tiempo carece de una infraestructura deportiva sólida que respalde esa inspiración. Los logros de nuestros atletas reconocidos mundialmente son motivo de orgullo, pero no deberían usarse como ejemplos aislados de éxito contra todo pronóstico. Estos más bien deberían servir como recordatorio de lo que se puede lograr cuando existe talento, disciplina y apoyo, y como un llamado a crear las condiciones para que muchos más puedan seguir sus pasos.
En conclusión, la situación de los gimnasios en Puerto Rico es un reflejo de un problema más grande: la falta de planificación y de compromiso con el desarrollo deportivo. No basta con aplaudir los triunfos individuales; necesitamos una política seria que garantice instalaciones adecuadas, entrenadores certificados y programas de formación que lleguen a todos los rincones de la isla. Solo así podremos transformar el deporte en un verdadero motor de cambio social, salud y orgullo nacional. De lo contrario, seguiremos celebrando las excepciones mientras ignoramos a la mayoría que nunca tuvo la oportunidad de entrenar en condiciones dignas.

