Por: Adriana Meléndez (adriana.melendez9@upr.edu)
Al principio pensaba que no duraría mucho, pero ya han pasado tres semestres de mi carrera universitaria. Equivale a un año y medio. La pandemia me arruinó, pero no solo a mí, sino a muchos estudiantes por igual. Y no fue hasta que me topé con la realidad de “una vida a cuadros” como le llama la periodista y escritora Ana Teresa Toro a la nueva normalidad de Zoom, que caí en tiempo de lo que realmente estaba ocurriendo. Cuadritos en la pantalla en cada reunión virtual es la nueva rutina en tiempos de pandemia. La sala de mi hogar se ha convertido en mi principal salón de clase. Sin embargo no es siempre así, ya que para evitar monotonía, mi estación de estudios la selecciono dependiendo del ánimo que tenga: unos días la sala, otros días el family, y pocas veces, mi cuarto.
Tomar clases en línea ha sido todo un caos, una situación incierta, pues mi experiencia no ha sido tan agradable. Soportar ruidos innecesarios, interrupciones y las fallas de internet, abruman cada día. No sé si existirá alguien que disfrute de esta nueva modalidad, pero definitivamente, yo no.
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“Adriana Meléndez “, me llama el profesor. No hago más que activar el micrófono para hablar y sale el vecino que nadie soporta, el que tiene el carro con el voceteo más intenso posible. Luego de disculparme una y otra vez apago mi micrófono para que mis compañeros no tengan que sufrir de este ruido molestoso. Ya casi me iba acostumbrando a la lírica más intolerable de supuestos artistas que lo único que salen de sus bocas son palabras machistas. Aún en las tardes siempre es lo mismo, un fastidio.
El internet quiere jugar conmigo: unos días era mi mejor aliado y otros, parecía que me detestaba. Incluso, cambié de compañía de internet en dos ocasiones, para al final volver al primero que tenía. Ninguno quiere ser mi compañero de semestre. Mi última opción fue buscar ayuda de la universidad, ya que al principio pensaba que era el ideal, hasta que un día dejó de funcionar. Me rendí y como el semestre estaba culminando, lo terminé como pude. Y, mientras escribo estas palabras el internet se fue… «PERO QUE CHAVIENDA!» exclamé, porque con todo y los efectos de la vacuna Moderna que me pusieron esta mañana, no tenía ni ganas de estar sentada frente a la computadora.
Pensando bien, tomar clases virtuales puede llegar a reflejar un poco el narcisismo en cada uno de nosotros. Por tener siempre el montón de cuadros, incluyendo el de mi cara, siempre me estaba viendo en la cámara para ver si me veía bien. Mi pelo, el ángulo de la cámara y claro, que no se viera ningún revolú que pudiera haber fuera de cámara. Que no pasara alguien y que de momento se pudiera observar su silueta en la cámara. Es que la educación a distancia es en realidad una distracción en sí.
Al principio, para mi mamá siempre era curioso ver quién era el profesor y de qué manera impartía la clase. Esto me incomodaba mucho ya que, no me gusta que haya gente a mi alrededor cuando tomo clase, y ni se diga si tengo que encender el micrófono a la hora de hablar. Recuerdo una vez que estábamos mi mamá y yo en mi cuarto y la profesora me llama y rápidamente le hago señas a mi progenitora, de modo urgente, para que saliera de la habitación y poder hablar libremente. Cada día es una historia nueva.
Realmente tomar clases en el hogar es un caos. Siempre hay una interrupción, una falla, poca motivación y hasta poco entendimiento en las clases. Recuerdo cuando estaba en el salón la dinámica era totalmente diferente: todo era más interesante. El profesor al frente y yo sin perder un segundo la mirada. Con mi bulto, mi libreta y un bolígrafo, siempre anotaba todo, hasta los suspiros. Ya no es así, ya se esfumó la estudiante responsable que solía ser. Necesito volver a tener la dinámica, el entusiasmo e interés de tomar cada clase, las ganas de aprender y la estudiante responsable que era. Al final del día solo quiero regresar al salón y al pupitre.