Por: Alondra N. Ramos Zambrana
La presión sube desde sus pies a su cabeza. Una sensación extraña recorre por todo su cuerpo, su temperatura se eleva como fuego y tiembla como si fuese un esquimal; su cuerpo se cae y su mente se va.
“No puedo ver…no puedo ver”
Entre llantos, Adriana Camila Montero Ramos, mejor conocida como Nana, con 18 años de edad, sin ningún color favorito, pero sí una fijación al azul repite esta frase cada vez que comienza a recuperarse de un ataque epiléptico. Piel blanca, cabello negro, frágil de cuerpo pero grande de alma y corazón.
Adriana, estudiante de nuevo ingreso del UPRA, futbolista de esta institución, mediocampista derecho, corredora incansable y fajona hasta que suene el silbato, no solo lucha con la epilepsia, también padece: diabetes, problemas en el riñón y por consiguiente piedras de cristal.
A los 6 años la diagnosticaron con diabetes, no mucho tiempo después llegó la complicación de la epilepsia, que es una enfermedad del sistema nervioso que le causa una actividad eléctrica anormal. Estas condiciones no se pueden controlar con tratamientos ya que le afectan al riñón y éste rechaza todo tipo de químico. Es una condición hereditaria.
Al llegar todas esas condiciones, su padre, decide formar un equipo de fútbol para que Nana pudiese controlarlas mejor y eso es lo que ha hecho hasta hoy día. El fútbol lo es todo para ella. Arnaldo Montero, su padre, que se dedica a la electricidad, es su mayor inspiración. La condición de los riñones la heredó de él y nunca la dejó sola con esto. Él sacrificó todo para que Adriana tuviese una vida física activa normal. Arnaldo era paciente de diálisis y salía de sus citas a practicar al equipo, cambiaba sus días por poder estar para ellas, a veces Nana y sus hermanas no lo veían hasta la hora de la práctica, pero están conscientes que todo lo hacía por la salud de ambos.
Sus ataques epilépticos no se habían visto tan frecuentes e intensos como ahora. Antes de ingresar a la universidad, los ataques, le daban una vez al mes, y había meses que no le daban. Sin embargo, de agosto hasta ahora estos ataques han ido empeorando e intensificándose. Posiblemente la presión que le da la universidad, siendo estudiante de comunicaciones, y el estrés que le causa está haciendo que sus ataques sean tan frecuentes como dos cada semana. Lo más triste es que le están dando muchos ataques epilépticos mientras juega ya que es parte del varsity de fútbol del UPRA. Durante esta temporada ya le han dado más de 3 durante juegos.
“Siento que me va a dar, pero no lo puedo controlar” expresa Adriana. Al caerse no recuerda nada hasta que logra por abrir los ojos y empieza a recuperar la visión. El dolor corporal que queda después de cada ataque es muy fuerte ya que el cuerpo se trinca por completo. Su mayor miedo en cada ataque es no poder recuperar la respiración porque se entrecorta y no puede manejarla. A eso se le suma la visión, que a la vez que empieza el ataque la pierde y cuando comienza a recuperarse, no ve nada, empieza una transición que la lleva a desesperarse tanto que no puede controlarse. El panorama se intensifica al no tener ningún tratamiento médico porque afectaría sus riñones.
Esta situación le afecta emocionalmente porque no sabe cuándo le vaya a dar un ataque y el miedo a caerse, estar sola y darse un mal golpe aumenta cuando lo piensa. No lo piensa cuando va a jugar, al contrario, cada vez que entra a un partido o una práctica ni pasa por su cabeza, solo deja que todo fluya.
Sueña con ser una profesional en el área de las comunicaciones, de brillar con la vida, nunca detenerse frente a ninguna adversidad. Las condiciones que padece nunca la han detenido en nada, su papá, le enseñó a nunca quitarse y a perseguir sin descansar lo que tanto anhela. Aunque sus manos suden, su cuerpo tiemble, su mente se vaya, para Adriana dejar el fútbol, el deporte, nunca será una opción.
Breves momentos de la entrevista a Adriana