Por: Andrés I. Jové (andres.jove@upr.edu)
La canción de Salomón debe ser considerada como una de las obras más emblemáticas e imaginativas de la literatura afroamericana —e incluso, de todo el canon literario inglés del siglo XX. Con una prosa poética inigualable, Toni Morrison nos cuenta la historia de Milkman Dead y su larga estirpe en el estado de Michigan, Estados Unidos. Situada en los años 1931 en adelante, la autora indaga en la identidad negra mediante la familia de los Deads y su
travesía en un estado dominado por el racismo y la desconfianza.
El patriarca de la familia, Macon Dead, añora una vida de apariencia y de lujo —tal como los hombres caucásicos de su tiempo; no obstante, prefiere ignorar a su gente a causa de un profundo sentimiento de vergüenza y dolor. Su hijo, Milkman Dead, se atreve a ir en contra de la mentalidad retrógrada de su padre al unirse al mundo de la negritud con todos sus virtudes y defectos.
La novela enseña que hay más de una manera de romper con las cadenas de la monotonía y las del alma. La trama de la historia está magistralmente escrita y pensada. Aplicando realismo mágico y
cambios cronológicos en el texto, Morrison logra representar una historia de la raza negra con un estilo humano y real. La autora no tiene miedo de
narrar sus novelas con la franqueza que se merecen.
La historia es una de superación, orgullo, amor y encuentro; a su vez, también, une elementos mitológicos, folclóricos y legendarios de la cultura africana y cristiana para agregar aún más al ya rico contexto literario e histórico de la obra.
Morrison siempre supo empeñar un ingenio devastador en cuanto a la creación de personajes. No solo en La canción de Salomón, sino también en todas sus novelas, los protagonistas son tan fascinantes, complejos y humanos que el lector inmediatamente se siente identificados con
ellos a un nivel personal y espiritual.