
Texto: Adriana P. Serrano Reyes
Foto/Video: Ariana M. Meléndez Figueroa
En Puerto Rico, la falta de jóvenes en el sector agrícola amenaza la seguridad alimentaria, causando cultivos sin cosechar, pérdidas económicas y una mayor dependencia de productos importados.
Durante décadas, Puerto Rico contó con una amplia variedad de cultivos que hoy día casi no se producen localmente: café de altura, caña, frutos menores, tubérculos y hortalizas que antes formaban parte esencial de la economía agrícola, por mencionar solo algunos. Sin embargo, la producción interna ha ido disminuyendo al punto de que más del 80% de los alimentos consumidos en la isla provienen del exterior.
Entre las razones se señalan procesos históricos como la industrialización masiva del siglo XX, que desplazó la mano de obra agrícola hacia fábricas y empleos urbanos, así como la dependencia alimentaria promovida bajo modelos de importación que se acentuaron tras la colonización y los cambios en las políticas económicas.
Con el tiempo, el campo dejó de verse como una alternativa viable para la juventud, que asociaba la agricultura con trabajo duro, poca remuneración y escasas oportunidades de crecimiento.

“Creo que actualmente hay muchos desafíos en el ámbito agrícola. Uno de ellos, que entiendo que se destaca actualmente, es la poca mano de obra disponible y, de la poca que hay, la mayoría son personas mayores.” Afirmó Yaritxa Torres, maestra de Agricultura en la Escuela Superior Lino Padrón Rivera de Vega Baja.
La falta de jóvenes en la agricultura no es solo un problema laboral, sino un indicador de un sector en riesgo de desaparecer. La mayor parte de la mano de obra disponible está compuesta por personas mayores que continúan trabajando por tradición, no porque existan condiciones adecuadas para permanecer en el sector.
Esto ha provocado que muchos cultivos queden sin cosechar, que las fincas se abandonen y que el conocimiento agrícola, que históricamente se pasaba de una generación a otra, se pierda. La ausencia de juventud en el campo pone en riesgo la continuidad de la producción local y la resiliencia alimentaria del país ante emergencias o interrupciones en la cadena de suministros.
Para maestros como la señora Torres, enseñar agricultura en el sistema público es una misión necesaria, pero compleja. La falta de materiales, espacios adecuados y fondos limita las experiencias en la práctica que es esencial para que un estudiante desarrolle interés en el campo. Crear laboratorios agrícolas requiere invertir en terrenos, herramientas, sistemas de riego, equipos para ciencia animal y materiales para prácticas hortícolas.
Aun así, en su clase, la señora Torres integra temas modernos como la hidroponía, el diseño paisajista y la producción de ornamentales para demostrar que la agricultura es mucho más amplia que sembrar en suelo. Su enfoque busca conectar a los estudiantes con nuevas tecnologías y mostrarles que la agricultura del siglo XXI puede ser innovadora y lucrativa.

En un contexto en el que la agricultura enfrentó décadas de abandono, desinversión y cambios estructurales, las pocas escuelas agrícolas que aún permanecen; funcionan como faros de esperanza. Escuelas como la Vocacional José B. Barceló Oliver en Adjuntas, la Vocacional Agrícola Soller en Camuy, la Vocacional Agrícola Bucarabones en Toa Alta, la Escuela Superior Lino Padrón Rivera de Vega Baja, y proyectos emergentes como los de la Escuela Segunda Unidad Manuel Martínez en Vega Baja, representan el esfuerzo por rescatar el conocimiento del campo, recuperar la conexión con la tierra y sembrar en las nuevas generaciones la semilla del compromiso con la producción local.
Pero esos esfuerzos resultan insuficientes, ya que un país sin agricultura que lo sustente y una crisis alimentaria latente no puede depender de tres o cuatro planteles escolar para revitalizar la industria agrícola. Si verdaderamente, se busca reactivar el campo puertorriqueño, es urgente que el Estado, las comunidades y las escuelas multipliquen estas iniciativas: abriendo nuevos programas agrícolas, facilitando recursos, promoviendo infraestructura educativa agrícola, y articulando políticas que incentiven a jóvenes a sembrar con orgullo.
Solo así, formando, capacitando y motivando, podrá renacer una generación que apueste por la tierra, por la producción local y por la soberanía alimentaria de Puerto Rico.
