Bajo el sol dorado del Caribe, se alza majestuoso el Castillo San Felipe del Morro, sus murallas centenarias cuentan historias susurradas por el viento. En cada piedra, en cada grieta, se esconde el eco de batallas y sueños perdidos en el tiempo.
Siento maravilla con el inexpugnable castillo, aunque en algunas garitas hay un fuerte olor a orín, no me desanimo y sigo caminando viendo tan maravilloso espectáculo de la arquitectura pasada. Cuando subo en las antiguas escaleras, siento el aroma del mar que trae el viento hacia mi rostro, siento que estaba en la época de los 1800 como si estuviera dentro una novela épica escrita por Alexander Dumas (escritor del Conde de Montecristo) o de Lev Tolstói (escritor de La Guerra y La Paz).
Saco mi celular del bolsillo, pongo Youtube y con volumen alto, empiezo a escuchar La Batalla sobre el Hielo del compositor ruso Serguéi Prokófiev, una obra musical utilizada para la película rusa Aleksandr Nevsky del año 1938, pero aún así la composición sirvió para ambientarlo en el castillo en tiempos de guerra.
Los cañones que una vez retumbaron con estruendo, ahora descansan en paz, como guardianes en su eterno sueño apuntando hacia el horizonte esperando a un general que diera la orden de atacar. Mientras tanto, el mar abraza las costas de San Juan, sus olas acarician las murallas con la misma suavidad con la que acarician el alma del viajero.
Miro la entrada principal del castillo, cierro los ojos y al escuchar los pasos de los turistas que entraban y salían de la fortificación, empiezo a imaginar que en la entrada del castillo aparecerían soldados de diferentes épocas; la Legión Romana elevando sus espadas y escudos mientas gritaban Legio, Aeterna, Victrix!!! Soldados Templarios levantaron la Santa Cruz como si fueran a reclamar Tierra Santa otra vez. Conquistadores españoles que alzaron los estandartes de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, la Falange Macedonia, los Cosacos, la Grande Armée y los Prusianos al son de marchas militares de la época.
Y como gran final de este desfile anacrónico, aparecieron montados a caballo; Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte, Iván el Terrible, Santa Juana de Arco, Basilio II Y Otto von Bismarck, mientras saludaban a las tropas de diferentes épocas. Abro los ojos, todo lo que observo, ha desaparecido y todo parece normal. No veo a César ni a Bonaparte, solamente eran los simples turistas entrando y saliendo de la edificación.
Ya es hora de irme a casa; entonces miro por última vez el castillo. Doy una vuelta, me voy de aquel antiguo lugar. Camino hacia el Paseo de la Princesa, donde al lado estaba el estacionamiento y me encuentro a una turista vandalizando uno de los muros, con lo que aparentemente era un marcador negro. No logro ver lo que dicen las palabras que escribió en el muro, pero sí, me lleno de rabia al pensar que una turista estaba vandalizando un símbolo histórico que fue de utilidad para nosotros como método de defensa contra invasiones marítimas y terrestres en el pasado. Sigo caminando hasta llegar al estacionamiento, donde respiro con calma después del enojo de ver a aquella escena.
En aquel lugar de encanto y misterio, el tiempo se detiene para aquellos que se aventuran a explorar sus pasillos laberínticos. Cada paso es un viaje al pasado, cada rincón una ventana hacia la grandeza de aquellos que vinieron antes que nosotros. Así, entre sombras y luces, entre susurros de viento y el murmullo del mar, el Castillo San Felipe del Morro sigue en pie, testigo imperturbable de la eternidad, custodiando los sueños de quienes lo visitan y las leyendas que lo envuelven.