Por: Paola M. Rodríguez Ramos (paola.rodriguez57@upr.edu)
Cada caso, por más sencillo que pareciera, tenía su complejidad. Sin embargo, al final lograba completarlos y cumplir con su propósito: brindarles a las familias un ambiente de unión y paz.
María Rivera, soldado y trabajadora social, llegó de prestar servicio militar activo en Puerto Rico al Departamento de la Familia, donde trabajó hasta recientemente. Para su sorpresa, le asignaron un caso que inicialmente no le correspondía.
Ana Juarbe, agente de la Policía de Puerto Rico, denunció ante el Departamento de la Familia a su hija, Stephanie Delgado, por maltrato y negligencia de sus tres hijos.
–Mi hija no es mi hija.
–¿Cómo que no es tu hija?
–Ella siempre fue una nena buena. Era muy alegre y simpática. Tenía muchas amistades, le encantaba salir a divertirse. Ya no tiene amigos y siempre está nerviosa. Llega a los sitios con mucha prisa. Está saliendo con un tipo que es un loco, anda en malos pasos.
A mí lo más que me preocupa son mis nietos. Me da terror que les pueda pasar algo. Mi hija está enchulá de él, lo protege a morir- le comentó con voz angustiosa.
Visitas al hogar de Delgado
Delgado Juarbe residía en Barceloneta en una casa de madera pequeña, color verde y crema. Como parte del protocolo, Rivera llegó sin avisar.
–Buenos días, ¿Stephanie Delgado?
Asiente con la cabeza.
–Mi nombre es María Rivera. Soy trabajadora social del Departamento de la Familia. Me encuentro en su hogar, ya que recibimos una querella por maltrato y negligencia de menores. Me gustaría hablar con usted. ¿Me permite pasar?
–Disculpe, pero no la puedo atender. Tengo que llevar a mi hijo mayor a sus terapias. Si pasa en otro momento, podemos hablar- expresó con nerviosismo, un tono de voz bajo y la mirada hacia al suelo.
De esta manera, fueron pasando semanas y en todo momento, Stephanie se dirigía a María con excusas a través de la ventana. La trabajadora social tuvo que tomar acción legal para poder comenzar los encuentros entre ellas.
–Stephanie, tengo que revisar la casa como parte de la investigación.
–No hay problema, pase.
El interior de la casa tenía un aspecto de abandono. Las paredes no estaban pintadas, era solo cemento. El piso carecía de losetas. Siempre estaba sucia y maloliente.
Al lado izquierdo se encontraba un tablillero viejo. A la derecha, un sillón rojo. El sillón se hallaba pegado a la pared que divide los dos cuartos, cada uno en un extremo. En el cuarto principal, la cama poseía un olor hediondo y las almohadas, un tono amarillento. Había un armario improvisado, un palo de madera con una cortina roja.
Por otro lado, en el cuarto de los niños se encontraba una cuna pequeña de apariencia antigua. No tenía forro. Los otros dos niños dormían en un colchón en el suelo, sin manta. El baño estaba al lado de su cuarto. El retrete era color azul, no tenía tapa y estaba sucio, al igual que el lavamanos. No había jabón.
Al final del pasillo se localizaba la cocina. La nevera era color blanco, y estaba oxidada. Para cocinar, utilizaban una hornilla eléctrica de color negro.
Ni siquiera había juguetes.
La investigación transcurrió por un año. El niño mayor ingresó en la escuela y fue referido al trabajador social escolar porque se ausentaba frecuentemente. Cuando Rivera fue a la casa a dialogar la situación con Stephanie, confirmó sus sospechas.
–¿Qué te pasó en el ojo y la boca? Tu esposo te está pegando.
–No, no. No fue eso. Eso, eso, no es.
–Stephanie, tú no puedes permitir que te pegue. Tienes que denunciarlo. Esto radica como maltrato por violencia emocional para los niños. Te los van a remover si no haces algo.
Stephanie accedió a denunciarlo, pero luego retiró la querella. Con el pasar de los meses los golpes eran cada vez peores. Esta vez, le fracturó un brazo.
Por otro lado, el hijo mediano solo tenía tres años, pero comenzó a tener una conducta agresiva. Imitaba todo lo que hacía el papá.
–O te vas de aquí, o yo me llevo a tus hijos. Esto no puede continuar.
Hogar de mujeres maltratadas
Stephanie accede dejar a su esposo e ingresó a un hogar de mujeres maltratadas. Sus hijos pasaron a ser custodiados por recursos del Departamento de la Familia, ya que no quiso que permanecieran junto a ella en el proceso. Estuvo en el hogar durante un año.
Delgado Juarbe se convirtió en una líder. Impartía talleres en el hogar para víctimas de violencia doméstica. Ahora, sonreía un poco más.
Un día se escapó. Cuando regresó, tenía nuevamente el brazo fracturado y la cara desfigurada.
Nuevo hogar
El Departamento de la Familia la reubicó en una casa pequeña la cual se encontraba en un lugar tranquilo, donde podía comenzar de cero. Su fachada era de madera, color blanco y azul claro. El interior y las losetas eran blancas. Al lado derecho, había una mesa de comedor marrón oscuro en forma rectangular con dos sillas. La cocina tenía una nevera blanca pequeña y una hornilla negra.
Eso era todo lo que había en la casa.
Pasaron unos meses, pero nuevamente volvió a contactar a su esposo. Esta vez le contó dónde vivía.
–Stephanie, no te puedo devolver los nenes si sigues con él. En la última ocasión casi te mata. Si no reaccionas, vas a terminar mal.
–Él solo me pega, nunca me va a matar. Yo lo sé, él sería incapaz de matarme. Ya no está usando drogas. Él me dijo que ha cambiado.
–Ya no puedo hacer nada más por ti. Si no haces algo, no te voy a poder devolver a los niños.
Entre llantos aceptó no volver a verlo más.
Quedaron en verse en dos semanas, sin embargo, las promesas quedaron en el vacío.
María llegó a la casa. Tocó la puerta, pero nadie contestó. Volvió a tocar la puerta y no recibió respuesta. Se percató de que la cerradura estaba abierta. Abrió la puerta. Pasó. Lo más que temía, pasó.
Stephanie estaba muerta. Sí, muerta. Estaba de lado en el suelo, con una herida en el cuello. La había degollado. El piso blanco, ahora era rojo.
Un dolor que le costó sanar
María se sentía culpable. Se lamentaba a diario que no la pudo salvar. Luego de casi tres años esforzándose, no la pudo salvar.
Le costó mucho tiempo sanar la herida que le dejó su muerte. Hoy día, después de 13 años, recuerda con tristeza e impotencia este caso.
Se reconforta acordándose del amor que Stephanie sentía por sus hijos.
Hace un año renunció al Departamento de la Familia. Luego de 15 años laborando, se cansó de la carencia de recursos con los que contaba para ayudar a las víctimas. Además, del absurdo exceso de casos que mensualmente le asignaban. Hoy día, conmemora con respeto y sosiego su labor durante todo ese tiempo. A pesar de ello, nunca olvida a Stephanie y a sus tres grandes tesoros.
*Todos los nombres son ficticios para proteger la identidad de las fuentes.