Un testimonio silenciado: Las mujeres palestinas

En marzo de 2025, Naciones Unidas advirtió que las mujeres palestinas viven hoy una de las crisis humanitarias más devastadoras del siglo. Bajo los bombardeos, la ocupación militar y la pérdida de derechos básicos, muchas son asesinadas, desplazadas o privadas de atención médica y educación; pero hay otra herida, menos visible y más profunda: el silenciamiento de sus voces. Detrás de cada cifra hay una historia interrumpida, una madre que no puede parir con seguridad, una niña que no volverá a la escuela, una esposa que sobrevive a la guerra, pero quizás, no a la violencia dentro de su propio hogar. 

Más de una década atrás, organizaciones como Solidaridad Internacional ya advertían sobre la marginalización estructural que sufrían las mujeres palestinas. En Cisjordania y Gaza se intentó fortalecer la participación ciudadana femenina y su acceso a la política, pero el contexto patriarcal y religioso imponía grandes límites. El protocolo de acción creado en 2013 buscaba que las mujeres palestinas diseñaran planes de liderazgo social y electoral; sin embargo, la ocupación y las normas culturales las relegaban al ámbito doméstico, pues se trataba de una lucha por existir dentro de un sistema que les negaba voz y autonomía. Ese esfuerzo representó la primera forma de Sumud, una resistencia firme. 

En 2019, el Movimiento Feminista Palestino contra la Violencia, documentó el incremento de los llamados “crímenes de honor”. El asesinato de Israa Ghrayeb, una joven muerta por su propia familia luego de que la publicación de un video con su prometido, marcara un punto de inflexión. Su historia encendió la indignación compartida y rompió el tabú del silencio. Desde entonces, miles de mujeres palestinas comenzaron a compartir públicamente sus historias de abuso, desafiando un código penal obsoleto que permitía a los jueces reducir penas por “circunstancias atenuantes”.

Datos de la Oficina Central Palestina de Estadística revelaron que una de cada tres mujeres palestinas había sufrido violencia a manos de su esposo, y que la tasa en Gaza era 14 % superior a la de Cisjordania. Aun así, el movimiento se mantuvo en pie. Las marchas bajo el lema “No habrá patria liberada sin la liberación de las mujeres” demostraron que en Palestina la resistencia femenina no solo enfrentaba la ocupación militar, sino también las estructuras internas del patriarcado.

Mi entrevistada me habló de Hind Bajab, una niña palestina de apenas seis años. Su voz, recorrió el mundo por unos minutos antes de apagarse, pues llamaba desesperada por teléfono tras ver morir a su familia bajo el fuego. “¿Vendrán a buscarme?”, preguntaba, y nadie llegó a tiempo. Su historia, me dio a entender, representa a toda una generación de niñas palestinas que aprenden que el mundo puede escuchar su voz y aún así permanecer en silencio. Esa conversación me estremeció, pues entendí que en Palestina hasta el auxilio se convierte en acto de resistencia. La voz de Hind es símbolo de un dolor en conjunto, pero también del Sumúd heredado, la capacidad de hablar aun sabiendo que nadie responderá. Mi entrevistada lloró al recordarla, y entonces comprendí que su propio silencio, su negativa a mostrarse y su miedo, nacía de esa misma raíz. No es cobardía, es memoria, y es herencia. 

Hoy, esa resistencia tiene un rostro, el de miles de mujeres que cargan con la guerra en los ojos. En mi experiencia periodística, conocí a una de ellas. Me recibió con amabilidad, me habló de su vida entre dos culturas. Aceptó ser grabada, incluso mostrar su entorno; pero cuando una imagen suya apareció en una promoción del video, todo cambió. Ella mostró temor, duda, y finalmente, pidió silencio, y yo decidí respetarlo. Ese gesto me confrontó con una verdad dolorosa, en Palestina, hablar puede costar la vida, y callar, la identidad; pero también comprendí que a veces el silencio es otra forma de perseverancia, una manera de proteger lo poco que queda cuando todo lo demás ha sido arrebatado. 

Como periodista, he aprendido que contar una historia no siempre significa mostrarla. A veces, lo ético es guardar silencio, porque hay silencios que no son ausencia, sino respeto y protección. El mundo puede ignorar las cifras, las resoluciones o los tratados, pero no puede ignorar la dignidad de un pueblo que resiste. Las mujeres palestinas son, en esencia, la memoria viva del Sumud, la fortaleza que florece en la tierra más herida del mundo; y quizás, ese sea el verdadero mensaje de su silencio: que incluso cuando se les arrebata la voz, ellas siguen hablando.

Author: Amy Valle

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