Poco y mucho se habla de los métodos de transporte público de Puerto Rico. Los ciudadanos saben que existen, pero su acceso es limitado y difícil.
Un miércoles a las 1:30 de la tarde, entré a la estación de la parada Deportiva ubicada en Bayamón, cerca del Tribunal del mencionado pueblo. Un ruido ensordecedor de maquinarias, pisos y paredes manchadas por el polvorín de una re-construcción y/o mantenimiento, impactan mi rostro haciéndome toser. Las escaleras altas de trabajo en el medio de la estación y un equipo de personas activamente trabajando fue todo lo que esperaba ver al entrar a aquella estación, pero no fue así. Me topé con una estación casi solitaria.
La visita fue motivada porque el servicio del tren y los autobuses actualmente es gratuito (del 1ro de marzo hasta el 1ro de septiembre del año en curso), según informó la Autoridad de Transporte Integrado (ATI) y el gobernador, Pedro Pierluisi Urrutia.
La medida se tomó para implementar mejoras en la infraestructura, accesos de seguridad y nuevas máquinas de boletos. Todo esto, costeado por fondos federales correspondientes a $ 22 millones. Otros $200 millones se invertirán en mejoras a la infraestructura de las 16 estaciones como “techos, elevadores, escaleras, iluminación y otros trabajos arquitectónicos”, informó Pierluisi.
Si no fuera por estas mencionadas mejoras y por mi particular deseo por visitar la nueva pizzería Selena en Río Piedras- que vende por pedazos al estilo de Nueva York- mi interés por hacer uso del tren fuera nulo. No llega a lugares claves como el Viejo San Juan o Plaza Las Américas, entonces, ¿de qué sirve?
Son pocas las personas que se movilizan por este espacio decorado con pancartas, fotografías y anuncios del equipo de Baloncesto Superior Nacional, los Vaqueros de Bayamón. Subo las escaleras junto a mi hermano, quien me acompaña en esta ocasión. Este pueblo, que se posiciona como el tercero con mayor incidencia criminal, no me invita a pasearme por estos espacios a mis anchas. Me siento insegura.
Una vez en la plataforma, el tren hacia Río Piedras abre sus puertas. La guardia que se merodeaba por el área nos ve apresurados por subir y anuncia “precaución: puertas cerrando”. Atravesamos de milagro la puerta plegable y sin bien acomodarnos en nuestros asientos duros, cierra agresivamente detonando un portazo.
El Tren Urbano comenzó a construirse en 1997 bajo la administración del gobierno de Pedro Rosselló y los servicios se inauguraron en 2005 bajo la administración del Partido Popular Democrático y el gobernador, Aníbal Acevedo Vilá. Esta infraestructura al aire libre, en la mayoría de las paradas, costó $2,250 millones, los cuales representaron un 4% de la deuda pública de más de $70,000 millones.
Comienza la travesía, personas suben y bajan en cada parada de la ruta que comprende únicamente por el área metropolitana: Bayamón, Guaynabo y Bayamón. Vegetación y edificios de no más de cuatro plantas observo en el camino. Las luces del vagón se dejan notar al entrar por las vías subterráneas y presenciar pasajes oscuros de corta duración. El celaje de otros trenes que van en dirección contraría a nuestra vía es lo que veo por la ventana manchada de este Burundanga Express.
Próximos a la parada Martínez Nadal hay un desvió de rieles, lo que parece ser la estación central. Ahí, parados como estacas, hay aproximadamente siete trenes probablemente en reparación o en desuso. Al detener el tren a eso de las 1:37 de la tarde, una mujer sale del compartimiento de empleados del vagón en el que estoy y entra apresuradamente un hombre al que segundos después escucho por las bocinas, “pueden cerrar las puertas”.
En el terminal Centro Médico que da acceso al hospital más importante de Puerto Rico, hay más movimiento de personas. Lo mismo pasa con las paradas universitarias, que en las mañanas y tardes son más concurridas. La que queda cercana al Coliseo José Miguel Agrelot, cuando hay presentaciones artísticas se llena a capacidad. Luego de dos frenazos más, llegamos a la parada Río Piedras, donde al bajar, me topo con una estructura totalmente diferente a las anteriores. Las puertas abren, un grupo de personas se levanta de su asiento y al salir, un frío congelante penetra mi cuerpo.
Nos dirigimos a las escaleras que colindan con la calle Robles, que en este caso sin mucho esfuerzo subes, pero al bajar más de 40 escalones, debes tener cuidado, pues no funcionan las eléctricas. Sin embargo, al igual que en la parada Deportiva, en la de Río Piedras las máquinas de boletos se ven nuevas y recién reemplazadas, del mismo modo los accesos de seguridad.
Luego de visitar nuestro destino en Río Piedras, un barrio de elefantes blancos, donde solo unos pocos edificios y negocios sobreviven en tan desolado lugar, nos encontramos de vuelta en el tren “que no llega a ningún lado”, según afirma Aiola Virella, directora del periódico Metro.
Para llegar a la parada del tren necesitas un carro y encima, solo transita 11,6 kilómetros.
Una vez de regreso a la estación más vistosamente atractiva, eran más las personas que esperaban por aquel enorme elefante gris que se aproximaba a la plataforma. Al subir, un olor fuerte a cebolla se esparce en mis fosas nasales, por lo que trato de disimular el disgusto.
En la década de 1990, se esperaba que el Tren Urbano moviera 125,000 personas todos los días con la idea de reducir la dependencia de automóviles. Pero para el año 2023, los reportes indican que movilizó aproximadamente 7,500 personas. Las personas que utilizan el tren son niños, adultos, estudiantes y personas mayores.
La ATI comprende el Tren Urbano con paradas entre San Juan, Guaynabo y Bayamón. Los autobuses transitan entre Bayamón, Carolina, Cataño, Guaynabo, Levittown, Loíza, San Juan, Trujillo Alto y Caguas. La lancha que navega de Cataño al Viejo San Juan y una unidad de Llame y Viaje que moviliza a personas con problemas de movilidad en los pueblos de Bayamón, Carolina, Cataño, Guaynabo, Loíza, San Juan, Levittown y Trujillo Alto.
De vuelta a la parada Deportivo, mi hermano y yo caminamos al parking, poco concurrido. Esperábamos para montarnos en el carro y desprevenida con una paloma que se había estrellado al costado de nuestro vehículo, de repente mi hermano me dice:
-“Vamos a caminar para la estación”
-A lo que respondo: «¿para qué?»
La imagen que hizo detener mi corazón por un segundo fue la de un hombre bajándose de un vehículo rojo y poniéndose una capucha que solo hacía ver sus ojos. Comenzamos a caminar a paso ligero hasta llegar a la estación.
No conocimos las intenciones de ese hombre, pero sin duda alguna el temor que sentí de ser víctima de la criminalidad que arropa a la isla es la que también habita en muchos puertorriqueños, pero ya eso es otro tema.