Por: Naisha Rivas (naisha.rivas@upr.edu)
El cansancio no es nada comparado con la necesidad de ganarse sus $70 dólares diarios. Es la una de la mañana, su día acaba de comenzar. Al despertarse prende la ducha y se sumerge en el recuerdo de los días en que vivía sin respirar el humo incesante de una máquina. El hombre de 47 años recoge su espíritu, aún envuelto en las sábanas y busca en la alacena lo primero que aparezca. No hay sueño que valga para un obrero cuya vida pertenece a la carretera.
Se aleja de su casa en un automóvil económico, justo como todo lo que puede costear por el momento. Sobrevivió una cesantía con creces y sacrificios. Ahora, su vida gira alrededor de una camioneta deshecha. Unos minutos más tarde llega a su destino: un almacén lleno de vagones preparados para ser despachados a algún rincón del país. Mientras camina por el área, se toma el tiempo de saludar a todos los que se encuentra en el lugar. En su sonrisa esconde el pesar de un sin número de preocupaciones. Rápido sube a su vehículo designado y la carretera le da la bienvenida a lo que parece ser una eternidad sobre ruedas para un hombre de fuerte espíritu.
Sus manos ásperas sostienen el guía fuertemente, como si su vida dependiera de ello. Prende la radio de aquel furgón viejo y salsa vieja comienza a sonar. Las canciones le alegran la mañana, así que el volante se transforma en sus timbales. No se contempla mucha actividad en el camino a las tres de la mañana, salvo las luces que resplandecen con intensidad. Una hora después, las vitrinas de pastelillos, empanadillas y alcapurrias le incitan a detener el viaje por unos minutos para satisfacer el estómago.
El cielo comienza a bajar la intensidad de su color mientras los camioneros que transcurren la misma ruta saludan al hombre sentado a mi izquierda. Cada uno toca la bocina como gesto de apoyo y solidaridad. Todos tienen una razón para estar ahí: la falta de educación, el futuro de sus hijos o la carencia de opciones laborales en este país. En el caso del conductor a mi lado, todas las opciones anteriores son su motivo para guiar 181.2 kilómetros al día.
Luego de tres horas, el sujeto llega a su destino: una tienda por departamento en el extremo oeste de la isla. Su visita no duró más de quince minutos: la descarga de los muebles que llevaba en el vagón fue exitosa. Ahora debe regresar al almacén para repetir su travesía por segunda vez. En la misma ruta, con las mismas curvas y los mismos semáforos. Esta vez el sol se encuentra despierto, preparado para brindarle el calor mañanero a través de la ventana del furgón.
De regreso el viaje parece ser más liviano. Las canciones comienzan a repetirse en la emisora y el chófer me sonríe. Por ser su hija, reconozco mejor que nadie el propósito de todo su esfuerzo. Dirigido hacia lo desconocido, incluso con un furgón defectuoso, su corazón va decidido a proveerle a su familia todo lo que necesita.
Los camioneros son los encargados de llevar recursos y comestibles a través de toda la isla, todos los días del año. El 80% de nuestros alimentos, fármacos y otros bienes son transportados por estos hombres. Cada obrero trabaja arduamente para ganarse ocho dólares cada hora. Aún así, muchos ignoran la importancia de esta labor.