Transiciones tras la mirada de una cebra disecada

Foto|Arleen Rodríguez Serrano

Por H Matthew D. Rodríguez Pagán

Iba caminando por el centro comercial de la ciudad helada que ahora llamo mi hogar. Iba en búsqueda de regalos navideños, a explorar qué tiendas tenían y a buscar refugio del frío acosador, mientras la ansiedad de una entrevista de trabajo esperaba en el interior de mi inconsciente.

En el pasillo principal me detuve un momento para observar a un ciervo disecado que estaba al lado de una fuente artificial. Tan vivo se veía aquel animal que pensaba que en cualquier momento iba a echar una carrera por los pasillos desolados del lugar de compras. El animal provenía de la tienda Outdoor World donde habían muchos otros animales disecados como él: leones, cebras, cabros, entre otros. Todos se veían muy reales, tanto así que hasta al mirar a los ojos de la cebra, parecía conocer mis pensamientos, parecía conocer mi nueva realidad.

Emprendí este viaje desde el Caribe hasta Estados Unidos, para como muchos, buscar nuevas oportunidades para salir adelante. No era sido la primera vez. Luego del Huracán María en 2017, emprendí un viaje al estado de Kentucky al sureste de Estados Unidos inspirado en un amigo cercano que había hecho lo mismo en el estado de Utah, no mucho antes.

Durante casi un año viví en Louisville, ciudad donde ocurrió el incidente con Breona Taylor, quien fue abatida a tiros en su propio apartamento por policías de la ciudad mientras buscaban a un sospechoso. Este incidente naturalmente desató protestas en toda la nación estadounidense y marcó un capítulo importante en el movimiento “Black Lives Matter”.

Sin embargo y a pesar del racismo que aún se percibe en el sur de los Estados Unidos, en esta ciudad encontré y conocí gente buena que me ayudó a navegar por mi nueva vida. No conocía a nadie en aquel lugar y tampoco tenía allí familia cercana. ¿Por qué me mudé a un lugar donde no conocía a nadie? Pues porque la vida es corta y hay que lanzarse a alguna aventura de vez en cuando. Eso siempre he creído.

La cebra continúa mirándome detenidamente.

“¿Y ahora qué cambió al mudarme a un estado más frío que Kentucky durante una pandemia?” Me imagino que eso me preguntaba el animal.

En aquel entonces trabajaba, vivía solo y pagaba mis cuentas sin la ayuda de nadie. Sin embargo, tenía un escape. Me podía regresar a mi hogar en Puerto Rico y continuar estudiando gracias a becas que me mantendrían a flote por un tiempo más sin tener la necesidad de trabajar. Así que eso hice. Pero aquí no, ya la historia era diferente; ya no habría un malla de seguridad en donde reposar. Ya no habría vuelta atrás, le contesté sin mover los labios.

Aprendí que la vida está llena de transiciones que vienen aunque uno no las quiera ver llegar. Aunque prefiera estar bajo el sol candente, rodeado de montañas, aire fresco y de la inocencia y esperanza de la niñez, ahora me toca ser un hombre verdaderamente independiente y hacerle frente a la vida adulta lo mejor que pueda.

Quizás a muchos les hace falta llegar a esa conclusión, que ya la inmadurez pasó y ahora hay que tomar responsabilidad sin echarse atrás ni recurrir a malos hábitos para tapar el terror que le tienen a ser adultos.

Esa fue la lección que aprendí al intercambiar miradas con la cebra disecada en el interior de un centro comercial desolado: un breve momento que a veces representa toda una vida.

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