Bolerito en Sala de Espera

Publicado el Por Gabriel Colón
(Foto suministrada)

Por: Gabriel J. Colón Camacho (gabriel.colon1@upr.edu)

Vestía un set de Kress blanco, gris y negro, como una película melancólica de la época dorada del cine. Unos zapatos ortopédicos que reflejaban la aceptación de alguna condición. El cabello era rojo y rizado, recogido con hebillas que intentaban domar la maranta. El bolso era grande, de color negro, práctico. En sus manos una sopa de letras para escapar de la espera. Unos espejuelos sencillos, aparentemente de lectura, acompañados de una cadena para cuando se los quite, guinden del cuello. Las manos llenas de sortijas que,- según mi abuela- la gente con mucha sortija y collares son santeros. Cargaba consigo ánimos de funeraria, siempre cabizbaja, pero de sus labios se escapaba una canción que me sacó de la realidad. Cantaba ¿Qué te pedí? De La Lupe. Cantaba bajito para no molestar a los demás que allí nos encontrábamos pero, en su volumen bajo, se notaba que cantaba muy bien. Lástima que las cuatro paredes de aquel consultorio médico cohibieron una hermosa voz que pudo haber sido la mejor cura para cualquier enfermedad.

Me mantuve atento a su cantar, lo estaba disfrutando, y por unos segundos me olvidé de aquella Sala de Espera. La melodía me mecía como el descanso en una hamaca. Ya no me percataba de los posters con publicidad de planes médicos, ni de alguno que otro toser de cualquier paciente. Ya tampoco escuchaba el diálogo tedioso, de mal doblaje de aquella novela turca que estaban transmitiendo por el televisor. De pronto, una voz fuerte pronunció mi nombre. Volví a la realidad. Era el doctor que me llamaba para atenderme. Pasé al consultorio y me senté en la silla.

¿Trajiste los resultados de los análisis?, preguntó el doctor.

, respondí, mientras le entregaba unas radiografías y tres estudios sanguíneos.

Miraba con detenimiento los resultados, su rostro no daba señales de buenas noticias. Yo esperaba en silencio. Me miró fijamente por un momento y dijo:

Estás a punto cinco de ser diabético, pronunció con algo de enojo en su voz.

Hablaba de lo peligroso que era la diabetes para una persona tan joven. Era casi un regaño, de hecho, fue un regaño. Preguntaba por mis familiares para ver si era hereditario, cosa que no es muy alentadora porque mi padre, mis abuelos maternos, abuela paterna y alguno que otro tío padecían de esta enfermedad. Luego mencionó el tema de las dietas, que tenía que mejorar la alimentación.

– ¿Cuántas comidas haces al día?, preguntó.

Una o dos, respondí

¿Por qué tan poco? Se supone que sean seis comidas diarias, expresó.

En ese instante entré en un trance reflexivo intentando contestar su pregunta. Me causó un poco de risa, pues seis comidas al día para un universitario desempleado es algo imposible. Solo hago dos comidas para que me sobre durante la semana y poder comer los días restantes.

Una comida fuerte cuando hay algo de presupuesto y un combito de $2.50 en la tarde para no acostarme con el estómago vacío. Cuando la cosa está mala, pues dos combitos de $2.50. A veces toca decidir si ahorrarse los dos dólares con cincuenta centavos para poder echar un cuarto de gasolina y no faltar a clase. Otras veces toca recoger el menudo del carro, completar un peso y decirle al cajero de la gasolinera:

Échame nueve de la tarjeta y lo otro en menudo.

Acto seguido, la cuenta bancaria en cero. Con la presión universitaria en ocasiones es solo una comida fuerte a eso de las tres de la tarde y al final del día, galletas Export Soda y un vaso grande de agua para rellenar.  Entonces vuelvo y me río con la idea de seis comidas diarias y solo me limito a responder :

No sé, será falta de tiempo.

Pues busca tiempo porque tienes el metabolismo lento y por eso estás engordando, añadió el médico.

Salí del consultorio con la esperanza de volver a escuchar a la señora cantar, pero justo cuando salía, la llamaban a ella. Buscaba la tranquilidad que su voz me brindó, pero me tocaba partir. Finalmente, ya sentado en mi carro, miré fijamente el reflejo de mis ojos en el retrovisor y murmuré la continuación de aquel bolero.

¿Qué te pedí, que no fuera leal comprensión, que supieras que no hay en la vida otro amor como mi amor?…

Gabriel Colón
Author: Gabriel ColónEstudiante de Comunicación Tele-Radial

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