Una mañana en mi País

Es un martes como cualquier otro.  Me dispongo a prepararme para lo que será una larga jornada universitaria.  Entro a las 8:30 de la mañana y salgo a las 7:00 de la noche.  Mientras organizo lo que he de almorzar, pienso con qué me toparé en este nuevo día.

Salgo a las 7:40 de la mañana con el tiempo medido.  Hago la primera parada en la larga fila de un restaurante de comida rápida que se encuentra por donde transito.  Después de varios minutos de espera en la fila del servi-carro, con el sueño todavía aferrado a mis pestañas y el esfuerzo de mantener los ojos abiertos, llega el turno de ordenar. El cansancio se transforma en una mirada posada sobre la nada. Me doy algunas cachetadas para ver si despierto y procedo a mirar aquel pintoresco pizarrón lleno de suculentas opciones sintéticas, que sin duda alguna, harán una de dos cosas: o me despertarán, o me matarán (tarde o temprano).

Decido ordenar un desayuno completo, aunque la empleada del restaurante aún no me ha preguntado nada. Sigo esperando lo que parecen ser eternos minutos entre la música y prédica que emite la radio de mi carro. Podría decir que gocé de un concierto completo, fui ministrada y hasta al Señor volví a aceptar. Finalmente se escucha la voz de una amable dama.

Buenos días, cuando guste puede ordenar.

Incómoda con la espera, le presento la orden:

Si, buenos días. Un desayuno completo con pan criollo y jamón, que salga con jugo de china, tamaño regular y un café macchiato, y que el sirope sea de caramelo.

Acto seguido la empleada hace una pausa y al encender el micrófono se escucha el jolgorio que tiene en el backstage de la cocina.

Disculpa, ¿podría repetirme la orden? (Mientras aguanta la risa).

A punto de un ataque nervioso, respondo:

Sí, un desayuno completo. Con pan criollo y jamón. Que salga con jugo de china, tamaño regular y un café macchiato con sirope de caramelo.

(La empleada vuelve a apagar el micrófono y se repite la escena, como si de teatro absurdo se tratara esto).

Disculpa, el jugo… ¿de qué tamaño lo quiere: mediano o grande?

Quise pensar que tal vez el auricular estaba dañado y no escuchó bien las indicaciones que le dí, a lo que contesté pausada, aunque evidentemente enojada:

Regular.

¿Y el sirope para el café: ¿de chocolate o caramelo?

(Sentía como si la paciencia fuera una montañita de arena que perdía entre los dedos).

Caramelo.

– Ok.  Le repito su orden: un desayuno completo con pan criollo, tocineta

–  (La interrumpo de golpe). No dama, el desayuno completo lo quiero con jamón...

Disculpa corazón. Le repito la orden: el desayuno completo sale con jamón, pan criollo, jugo de china tamaño regular y un café macchiato con sirope de caramelo. ¿Correcto?

(…)

Pareciera ser como si la palabra corazón de la boca de aquella mujer intentara acaramelarme más que el sirop de mi ansiado café. Qué manía con decirle corazón a todo el mundo, pensé en voz alta.

Decido ignorarlo y contesto: Correcto.

$8.98 en ventanilla, gracias.

Al llegar a la ventanilla, demás está decir que volví a esperar.  Me entregan la orden y sin tiempo que perder, la coloco en el asiento del pasajero. Acelero.  Ya eran las 8 y 10 de la mañana y largo camino me restaba por recorrer.

Llego a mi destino.  Estaciono el auto con denuedo, pues iba a poder disfrutar de aquel controvertido, pero suculento desayuno.  Abro la bolsa de papel que lo envolvía y el olor que emanaba de su interior acapara cada rincón del automóvil.  Saco el plato y cuando lo abro… era tocineta y no jamón lo que mi olfato percibía.

Tomé algunos segundos para reflexionar, sin embargo, no pude evitar que el rostro se me tornara de color rojo y el descontento y la frustración expulsara como golpe de agua torrencial.  Aun así, respiré profundo, abrí el café y al menos estaba tal cual lo había pedido. Doy un sorbo y lo disfruto junto a tan oportuna canción que sonaba en la radio: Un viaje largo de Marcela Gándara. “Ha sido largo el viaje, pero al fin llegué… fueron muchos valles de inseguridad, los que crucé”…

 

Author: Jaylene Rivera

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