Bombas de gas en la Plaza 273

Por: Estefanía Hernández Ríos I estefania.hernandez4@upr.edu

Son las 11:30 a.m. Estacioné el carro en la calle Francisco Sein frente a la Parroquia Espíritu Santo en San Juan. A unas ocho cuadras de la Milla de Oro, es una caminata directa de aproximadamente 13 minutos. El día está soleado, casi no hay nubes, todo parece estar tranquilo. Aunque el ambiente se siente bastante pesado, ya que estoy cerca de la multitud. Hay varios con altavoces gritando las injusticias por las cuales están ahí.

Todos o la mayoría, tienen la cara tapada con bandanas de colores oscuros. Solo se les ven los ojos llenos de furia, decepción, cansancio y rencor por todo lo que el gobierno ha hecho. Quitarle los fondos a la Universidad pública nacional del país no es poca cosa, al igual que disminuir los derechos de los trabajadores públicos. Desde niños hasta ancianos, algunas personas tienen escudos con la bandera de Puerto Rico pintada de negro como si ya estuvieran preparados para algo grande que va a suceder, o para un descontrol total.

Sigo adentrándome en la recta de manifestantes para poder ver de cerca la línea de piquete que tienen los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras (IUPI). Estos parecen los más indignados por el momento. Tienen un cartelón rojo que divide la carretera entera de lo extenso que es y escrito hay algo en color blanco: “Nos están robando; la UPR no se vende”. Es cierto que esta huelga es de los trabajadores, pero todos, de cualquier clase social se unen para gritar sus causas e iniquidades, ya sean estudiantiles, laborales o de exclusión.

Me encuentro por el edificio de Liberty PR, uno tan peculiar con curvatura que pareciera que está construido de un sinnúmero de ventanales. De momento giro a mi izquierda y veo que al lado mío se encuentra Oscar López Rivera, uno de lideres de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional puertorriqueña (FALN), que tan reciente como el 17 de mayo de 2017, lo habían liberado de una prisión Federal en Indiana, USA, tras casi 36 años encarcelado. Lo estoy mirando con un toque de asombro, mientras se le acercan jóvenes eufóricos para charlar con él y pedirle una foto. No los juzgo ya que no todos los días se ve a una figura con tal historial.

Continúo con mi caminata hacia la línea de piquete, pero hay tantas personas exaltadas, que ya no se puede caminar. Me encuentro frente al edificio Plaza 273, desde aquí puedo ver los distintos tipos de agentes de la ley, armados hasta los dientes con semblantes fríos, como si no tuvieran alma alguna. Parecen máquinas. Tienen escudos negros, grandes y resistentes, chalecos antibalas que parecen más pesados que ellos, cascos con máscaras de gas que cubren hasta el cuello, guantes, protectores de antebrazos y de espinillas. Cualquiera diría que fuesen a ir a la guerra.

Ya es 1:05 p.m. El ambiente se siente tan tenso como si todos supiéramos que va a suceder algo. Cuando de repente llegan estos infiltrados que están vestidos como los agentes de la ley, pero con ropa negra, parece como si los hubieran contratado para incitar el desorden. Porque eso fue lo que pasó tan pronto llegaron. Empiezan a tirar piedras y no es una exageración decir que algunas de las que están lanzando parecen peñones. Están dispuestos a tumbar y aniquilar a unos cuantos de estos agentes, de hecho, hirieron a varios.

Ni dos minutos han pasado del lanzamiento de piedras, cuando inesperadamente se escuchan varias detonaciones, que retumban en los oídos de todos. Se acaba de formar una incertidumbre colectiva, ¿qué fue eso? ¿nos van a disparar? ¿a quién le dispararon? ¿qué explotó? ¿qué hacemos ahora? Nuevamente se escuchan más detonaciones provenientes de los agentes de la ley, estos comienzan a moverse y a utilizar fuerza bruta contra los huelguistas. Es el comienzo de empujones, macanazos, patadas y puños contra todos. Ninguno de los dos bandos quiere ceder. Están de pie luchando por lo suyo, ya sea por las órdenes de sus superiores o por sus ideales.

Resulta ser que las detonaciones fueron el sonido para avisar que las armas de gas lacrimógeno se habían utilizado. Todos empezamos a correr en distintas direcciones, pero claro, lo más lejos de la Milla de Oro. Mientras, los residuos de los gases nos rozan la cara y ocasionan un dolor y ardor inmediatos. No te toques, porque si no empeoras la cosa y ni te atrevas a echarte agua, solo leche o vinagre. Mi garganta se empezó a cerrar mientras corría en dirección al McDonald’s de la Avenida Luis Muñoz Rivera, con la intención de ver un panorama más amplio sobre lo que está sucediendo.

Sigo a un paso acelerado hacia mi carro, ya que los agentes de la ley nunca pararon de perseguir a los huelguistas. Llegué por fin a la Parroquia Espíritu Santo. Lo que normalmente tarda 13 minutos caminando, resultaron siendo seis minutos. Mientras todo esto pasaba, seguían tirando gas lacrimógeno y dando macanazos. Logro salir de todo ese revuelo. Cuando llego a mi casa inmediatamente enciendo la televisión para saber qué está pasando con los que se quedaron en los predios de la Milla de Oro y resultó ser una de las peores huelgas con heridos, arrestos y allanamientos a las casas donde se refugiaron varios de los huelguistas.

Author: Estefanía Hernández¡Saludos! Soy Estefanía, estudiante del Departamento de Comunicación Tele-Radial de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo, con énfasis en Producción y Dirección.

Un comentario sobre “Bombas de gas en la Plaza 273”

  1. Tremendo artículo, con vena de escritora. Si tiras para el campo de la literatura saldrías muy bien. Te felicito. Muy buena redacción.Una amalgama de realidad narrada con elegancia. Adelante. Te espera un futuro prometedor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *